Parte 4 ¿Existe la iglesia verdadera?

Parte 4 ¿Existe la iglesia verdadera?

En la cuarta parte de esta respuesta, resumimos y ampliamos las partes 1, 2 y 3. Repaso del significado de ekklesia. ​ El término “Iglesia” solamente aparece en uno de los cuatro evangelios, el de Mateo, donde podemos contextualizar esta pregunta para buscar su respuesta. Es allí donde encontramos las palabras de Jesús: “construiré mi iglesia” (Mateo 16.33). Lo que Jesús construye en realidad es un pueblo, una comunidad, ya que la palabra “iglesia” (ekklesía en griego) significa asamblea y en la antigua versión griega del Antiguo Testamento, se empleaba para hablar del pueblo de Israel que estaba congregado para adorar o en momentos de crisis. En la antigua Grecia se utilizaba para hablar de la asamblea de una ciudad-estado compuesta de aquellos ciudadanos que gozaban de plenos derechos; es decir, una ekklesía era un cuerpo político. Toda esta etimología debe tenerse en cuenta al considerar la afirmación de Jesús en Mateo: “construiré mi iglesia”. La metáfora de la construcción. Aunque Jesús usa la imagen de un edificio para hablar de la “construcción de la iglesia”, en la Biblia una “iglesia” jamás es un edificio. Siempre es una reunión, una comunidad o el pueblo de Dios. Sí se vale de la metáfora de una “casa” o edificio para hablar de la construcción de esta comunidad. Siguiendo, entonces, la terminología de esta metáfora edilicia, los materiales con los cuales se construye la iglesia son seres humanos. Jesús usa como “piedras vivas” para construir su pueblo a aquellas personas que reconocen la autoridad del Mesías. Dios interviene directamente en este proceso, revelando la identidad de Jesús como el Mesías a personas como Pedro (Mateo 16.16), en la medida en que este apóstol pensara como los que “son como niños”. Debido a que Jesús habla de esta revelación a los que son “como niños” en Mateo 11.25-27, en los versículos siguientes se puede ver que éstas personas son a las que convoca a formar parte de su pueblo: “Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma. Porque mi yugo es suave y mi carga es liviana” (Mateo 11.28-30) Los ciudadanos de la iglesia verdadera aceptan el compromiso del aprendizaje. Un término clave en esta invitación es la palabra “aprendan” (del verboaprender, manthanō en griego). Las personas a quienes Dios revela la identidad de Jesús como Mesías, los que son como niños, reciben esta invitación de “venir a Jesús” y aprender. Aunque están cansados, paradójicamente Jesús les ofrece un “yugo”, un compromiso. En la cultura agropecuaria de Palestina en tiempos de Jesús, el yugo se colocaba en el cuello de un animal para que pudiera soportar cómodamente la carga que su amo le imponía. Si el yugo no se moldeaba a la fisonomía del animal, cuando éste hacía un esfuerzo se podía lastimar. El yugo, también en este caso del compromiso de “aprender de Jesús”, tenía que ser diseñado pensando en su receptor. En tiempos de Jesús, “cargar el yugo de alguien” también significaba someterse a su autoridad como maestro. Por eso se habla, por ejemplo, del “yugo” de la ley de Moisés como algo que era imposible cumplir adecuadamente (Hechos 15.10). Asimismo, Jesús decía de otros maestros de la época que “atan cargas pesadas y las ponen sobre la espalda de los demás, pero ellos mismos no están dispuestos a mover ni un dedo para levantarlas” (Mateo 23.4). Eran maestros que no moldeaban sus enseñanzas a las personas que las recibían; tampoco enseñaban con el ejemplo. En cambio, los que deciden someterse al compromiso de aprender a los pies de Jesús se acercan a aprender de uno “apacible y humilde de corazón”, cuyas enseñanzas reflejan su modelo de vida. Es solamente por el carácter de Jesús que el compromiso del yugo puede dar descanso a personas “cansadas y agobiadas”. Una lectura del Sermón del Monte (Mateo capítulos 5 al 7), no nos deja la impresión de enseñanzas fáciles de seguir sino más bien de un compromiso meditado y constante. Pero los que toman la decisión de incorporar a sus vidas estas enseñanzas encuentran que justamente están diseñadas para los que las aprenden. Son el “yugo suave”, que les calza bien. Estos aprendices construyen sobre una roca (Mateo 7.24-25), la cual les da vidas sólidas en medio de las pruebas de la vida: “descansan sus almas”. Con estas personas Jesús construye su iglesia. La iglesia está compuesta de discípulos, personas que aprenden para obedecer. La idea de acercarse al Maestro de esta manera, no se realiza una sola vez sino como forma de vida. Jesús vuelve a hablar del tema de aprender al cierre de Mateo y define más la clase de aprendizaje a la que se refiere, la del discípulo: 18 Jesús se acercó entonces a ellos y les dijo: Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. 19 Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, 20 enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo. (Mateo 28.18-20) Lo que nos puede enseñar la gramática acerca de hacer discípulos. En el griego original de estas palabras, se destacan algunas formas verbales: tres participios “yendo, bautizando, enseñando”, y un verbo principal, “hagan discípulos”. Los tres participios pueden traducirse al español como imperativos o bien como modos en que se realiza el claro imperativo de “hacer discípulos”. Por ejemplo, el verbo principal “hacer discípulos” requiere una iniciativa de parte de los primeros discípulos de Jesús. Es solamente “yendo” (traducido aquí como imperativo: “vayan”) que estos once hombres pueden hacer otros discípulos. Si traducimos el participio como “modo” pueden entenderse como “mientras van” a todas las naciones. A continuación encontramos que la orden de “hacer discípulos” encierra dos partes: “bautizando” y luego “enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado”. Estos “participios” son modos de hacer discípulos que a la vez se entienden como imperativos: no son optativos. Es notable que el fin de “enseñar” no es “aprender” sino más bien “obedecer”. No se “aprenden” las enseñanzas de Jesús para solamente saberlas de memoria, sino para vivirlas: son órdenes que dan “descanso para el alma” cuando tenemos en claro quién es Jesús, el que tiene “toda autoridad”. Los que “oyen” y “ponen en práctica” sus palabras son los que construyen sobre la roca (Mateo 7.24), la misma roca donde Él construye su iglesia (Mateo 16.18). Estas son las personas que reconocen su autoridad de Mesías (7.24-29, 16.16-17, 28.18), son con quienes Él, apacible y humilde de corazón, estará siempre para guiarlos en su aprendizaje. Son sus discípulos, la Iglesia que Jesús sigue construyendo. En la próxima entrega sobre la iglesia verdadera hablaremos más del paso de asumir el compromiso de ser discípulo de Jesús: el bautismo.

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Parte 3: ¿Existe la iglesia verdadera?

Parte 3: ¿Existe la iglesia verdadera?

Lo que vimos hasta ahora. En las dos primeras partes de la respuesta a esta pregunta vimos que la verdadera iglesia es la que Jesús construye. Iglesia (ekklesía = asamblea, reunión) se refiere al pueblo del Mesías congregado delante de Él en reconocimiento de su autoridad. El hombre que reconoce esa autoridad es una de las “piedras vivas” que Jesús usa en la “construcción” de su pueblo, siendo Él mismo la piedra principal. Para poder entender mejor la entrega de hoy, es aconsejable repasar las partes una y dos. Cuando Dios revela al Hijo de Dios a las personas, Jesús puede comenzar la construcción de su Iglesia.  El hecho de que una persona reconozca a Jesús como Mesías es obra de Dios. Cuando Simón Pedro confesó su fe, Jesús dijo “Dichoso, tú, Simón, hijo de Jonás, porque eso no te lo reveló ningún mortal, sino mi Padre que está en el cielo” (Mateo 16.17-19) y a continuación encontramos las palabras de Jesús acerca de la construcción de su Iglesia. En otras palabras, es evidente que la Iglesia nace de la iniciativa de Dios Padre, ya que Él reveló la identidad de Jesús como Mesías a Pedro, y, como vimos, Jesús construye su Iglesia con personas como Pedro que reconocen su autoridad. Recordemos que Mateo, en su evangelio, relata primeramente un momento en que Jesús presenta un concepto y luego muestra cómo Él lo desarrolla en otra oportunidad.  Aquí encontramos otro ejemplo de esta particularidad, porque anteriormente Jesús ya había hablado de la manera en que el Padre revela su voluntad a determinadas personas: 25 En aquel tiempo Jesús dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque habiendo escondido estas cosas de los sabios e instruidos, se las has revelado a los que son como niños. 26 Sí, Padre, porque esa fue tu buena voluntad. 27 »Mi Padre me ha entregado todas las cosas. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo   (Mateo 11.25-27) ¿A quiénes revela Dios “estas cosas”?  En el 11.25 y 11.27 encontramos el mismo verbo “apokaluptō” (“revelar”) que luego se repite en el 16.17 donde Dios Padre revela la identidad del Hijo a Pedro. En el Nuevo Testamento siempre encontramos que es Dios o Jesús que “revela”. Por ejemplo, en el 11.25 vemos que es el Padre quien revela “estas cosas” a “los que son como niños” (literalmente “a los niños”); luego en el 11.27 vemos que el Hijo, por tener toda autoridad, también revela quién es a estas personas. La “revelación” acerca de “estas cosas” es a los “niños” (11.25) es decir, aquellos que reconocen su necesidad espiritual, y están dispuestos a depender de lo que Dios revela en la persona de Jesús. Pedro, en sus mejores momentos, es uno de los que son como “niños”, a quienes Dios revela (16.17), que Jesús es su Hijo el Mesías. En cambio, los “niños” no son los espiritualmente autosuficientes que rechazan depender de Jesús por ser “sabios e instruidos” (11.25). ¿Quiénes son estos supuestos “sabios”? “Sabios y entendidos” a quienes Dios no se revela. Podemos deducir el significado de este término del contexto inmediato. Justamente en el párrafo anterior Jesús deploró la situación de las ciudades donde, a pesar de haber visto los milagros que hizo, no se arrepintieron (11.20-24).  Cambiar de corazón y depender de Jesús como un niño, no es sólo una cuestión de estar frente a clara evidencia acerca de Quién es (Él). Se trata de una toma de decisión. En las ciudades nombradas presenciaron pruebas milagrosas pero a pesar de esto, sencillamente no quisieron cambiar. Prefirieron mantenerse “sabios y entendidos” a su manera. Jesús advirtió que para los habitantes de estas ciudades el día del juicio sería terrible. ¿Nuestra responsabilidad o la elección de Dios? Podemos apreciar en el caso de estas ciudades un ejemplo de la responsabilidad humana ante el hecho de Jesús. Sin embargo, en el párrafo siguiente vemos la soberanía de Dios, quien revela su voluntad a quienes Él determine. En las Escrituras encontramos esta paradoja: por un lado somos responsables de nuestra manera de responder ante lo realidad de Jesús; por otro, Dios elige a quienes revelar la identidad de su Hijo. Estas dos verdades aparecen juntas aquí: por una parte nuestra responsabilidad, y por otra, la soberanía de Dios para elegir. ¿Cómo se resuelve esta dicotomía? Es que Dios elige revelarse a los que están dispuestos a ser como niños: por su estado de dependencia espiritual están dispuestos a confiar en la autoridad de Jesús. Si no abandonamos nuestra autosuficiencia con respecto a Dios, no reconoceremos la autoridad del Mesías. Dios no va a revelarla a nosotros.  Volverse como niños es una condición para confiar en el Rey Humiilde, el Mesías, e ingresar en su reino, la Iglesia (Mateo 18.1-3, Juan 3.3-5). Y a estas personas Dios revela quién es Jesús y el Hijo les extiende una invitación, la que encontramos en los versículos siguientes: 28 »Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso. 29 Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma. 30 Porque mi yugo es suave y mi carga es liviana.» (Mateo 11.28-30) Estas son las personas que aprenden de Jesús. Son sus discípulos, las “piedras vivas” que Él usa para construir su iglesia, su pueblo. Sobre estas personas veremos más en nuestra próxima entrega acerca de la iglesia verdadera.

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Parte 2 ¿Existe la iglesia verdadera?

Parte 2 ¿Existe la iglesia verdadera?

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Construir sobre la roca
En la primera parte de esta respuesta partimos de las palabras de Jesús, “Construiré mi iglesia”, y analizamos el significado de la palabra “iglesia”. Se llegó a la siguiente conclusión: “La iglesia que construirá Jesús, será su pueblo, sus discípulos: congregados en reconocimiento de su autoridad”. Esta definición se deduce tomando en cuenta tanto el significado de la palabra iglesia en griego (ekklesía = asamblea), como el contexto específico del evangelio de Mateo. En la presente entrega, ampliaremos el contexto original de las palabras de Jesús para incluir la palabra “roca”: “Sobre esta roca construiré mi Iglesia”, y veremos que nuevamente el contexto general del evangelio de Mateo nos ayuda a entender a qué se refiere Jesús. La definición de esta palabra es importante, ya que si podemos identificar a la “roca” en estas palabras de Jesús, estaremos más cercanos a la posibilidad de seguir con su plan original de construcción.

Interpretaciones tradicionales 

Ahora nos remitimos al contexto inmediato, Mateo 16.18: “Yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia”. Dos posiciones tradicionales con respecto a la identidad de la “roca” la identifican como: 1) Pedro, o si no, 2) lo que Pedro acaba de confesar en Mateo 16.16: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. ¿Podemos optar por una de estas dos posiciones? Consideremos nuevamente la frase en Mateo 16.18, donde Jesús dice, “Yo también te digo que tú eres Pedro (petros), y sobre esta roca (petra) edificaré mi iglesia”. Las palabras entre paréntesis, petros y petra, ambas signfican “piedra” o “roca” en griego, el idioma en el cual escribe Mateo. Por una parte, es evidente que, así como el evangelista relata el momento, Jesús hace un juego de palabras entre el nombre que Él elige para Pedro (quien originalmente se llamaba Simón) y la “roca”. Por otra, las palabras petros y petra, son diferentes, no comunican exactamente lo mismo en griego, a pesar de compartir la misma raíz; de manera que se dificulta la elección entre las dos interpretaciones mencionadas.

Construir sobre la roca: dos veces en Mateo

Para entender lo que Jesús quiso decir al asociar la “roca” de alguna manera con Pedro, es conveniente recordar la manera en que Mateo ha captado las ideas y palabras de Nuestro Señor a lo largo de su evangelio. En esta obra encontramos reiteradas veces ideas que se presentan en un momento y luego vuelven a desarrollarse en otro contexto del ministerio de Jesús. Aquí justamente encontramos uno de los ejemplos más claros de este fenómeno. La relación entre “construir” y “la piedra” o “roca” se presentan por primera vez al finalizar el Sermón del Monte en el capítulo 7.24-28. Allí la metáfora del hombre prudente o sabio introduce el concepto de aquel que “construye su casa sobre la roca”. En ambos casos, Mateo 7.24 y 25 y Mateo 16.18, el concepto es el mismo: construir sobre la roca (petra). En el contexto de Mateo 7.24-29 el hombre prudente que construye sobre la roca es aquel que escucha y hace lo que Jesús dice, es decir, uno que realmente se propone vivir como su discípulo. Se trata del momento cuando Jesús acaba de pronunciar el Sermón del Monte a la gente y a sus discípulos; al finalizar, la multitud reconoce la autoridad de Jesús para enseñar (Mateo 7.28-29). Esta misma autoridad para enseñar es la idea clave con la cual Mateo cierra su relato de la vida y las palabras de Jesús como Mesías en el 28.19-20. El discípulo reconoce la autoridad de Jesús como Mesías y por lo tanto aprende a “obedecer todo lo que manda” (Mateo 28.20). Este llamado a la obediencia a las enseñanzas de Jesús es el mismo que se describe al final del Sermón del Monte; el que responde a este llamado describe al sabio que “construye” sobre la “roca”. De manera que la roca representa el reconocimiento de la autoridad de Jesús para enseñar: como Maestro, Él tiene la autoridad única y propia del Mesías.

¿Gibraltar o gelatina?

En el 16.16, tomando en cuenta el contexto global del pensamiento de Mateo, podemos considerar a Pedro como representativo del hombre sabio: reconoce en Jesús la autoridad inconfundible del Mesías al afirmar: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Este reconocimiento es la roca sobre la cual Jesús construye su Iglesia. Ella está compuesta de seres humanos prudentes y sabios como Pedro, dispuestos a construir sus vidas a los pies de Jesús el Mesías. Estas personas son su pueblo, su Iglesia, sus discípulos. Lectores atentos al evangelio, sin embargo, seguramente no llegarán a la conclusión de que la cualidad más característica del apóstol Pedro es la prudencia, o la sabiduría. Efectivamente, pocos renglones después, cuando él quiere estorbar la voluntad de Dios (16.21-22), Pedro pasa a representar a los que se oponen a Dios, incluso al gran jefe de la oposición, Satanás (16.23). Podríamos decir que Pedro en un instante deja de ser el hombre sabio que construye sobre la roca para convertirse en otro personaje, el tonto que oye a Jesús hablar pero no le hace caso (Mateo 7.26-27). Para realmente merecer el nombre de “Piedra”, tiene que aprender a vivir según las normas del Sermón del Monte en capítulos 5 al 7. Como muchos discípulos modernos de Jesús, más que una roca inamovible de Gibraltar, Pedro suele asemejarse más a una masa de gelatina.

Construir = formar discípulos

Las claras coincidencias entre estas dos instancias, en las que se recurre a la “construcción sobre la roca” para hablar de la respuesta a la autoridad de Jesús como Mesías, seguramente reflejan el propósito de Mateo al escribir . Esto es un ejemplo de la importancia de leer su evangelio en su totalidad para entender mejor las distintas partes que lo componen. En ambos casos, cuando se reconoce la autoridad de Jesús, Él construye su iglesia: suma a discípulos. Este reconocimiento es lo que encontramos en la confesión de Pedro en el 16.16. Al asumir el compromiso de reconocer que Jesús realmente es el Mesías, Pedro, representa al discípulo, el que construye su vida sobre el hecho de seguir a Jesús como Rey. Según la metáfora que Pedro mismo utiliza algunos años después, él sería una sola “piedra viva” 1 , que, unida a otras, se aferra a la piedra principal, Jesús, para llegar a ser un “templo”: metáfora que este apóstol usa para hablar de un pueblo que anuncia las maravillas de Dios (1 Pedro 2.4-10). De manera que ambas interpretaciones tradicionales de la “roca” en Mateo 16.18, (Pedro, o si no, su confesión) reflejan solamente en parte lo que Mateo quiso comunicar, ya que para una interpretación acertada es necesario tomar en cuenta el contexto total de su evangelio. Hemos agregado un elemento a nuestra definición de la iglesia verdadera: ya habíamos visto que lo que se construye es la Iglesia de Jesús, el pueblo compuesto de sus discípulos, a quienes Él vino para salvar de sus pecados. Ahora vemos que si no estamos dispuestos a someternos a su autoridad y aprender a obedecer todo lo que Él enseñó (Mateo 28.18-20), no podemos ser parte de la iglesia que Él construye. En nuestra próxima entrega, veremos el elemento imprescindible para que ese proceso de construcción comience: la iniciativa de Dios.

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Parte 1 ¿Existe la iglesia verdadera?

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Ante la multiplicidad de religiones en la actualidad, no es sorprendente que muchas personas se hagan esta pregunta. La situacion religiosa actual es confusa y no contribuye a que depositemos nuestra confianza en ningún movimiento en particular. ¿Será posible que todas las iglesias afirmen ser la verdadera? Obviamente no todas la pueden ser y de este dilema nace la presente confusión que aleja a muchas personas de la posibilidad de practicar una religión.¿Donde buscar la respuesta? Para poder responder a dudas de cualquier índole, ante todo es necesario decidir cuáles son las fuentes pertinentes de información que consideramos valideras y aceptables. En el caso del mundo denominado “cristiano”, la mayoría de las iglesias pretenden remontarse a un inicio común, pocos días después del ministerio terrenal de Jesús. Ya que este período se relata únicamente en el Nuevo Testamento, es en este documento donde podemos esperar encontrar una fuente de información fidedigna. Es allí, entonces, donde iremos para buscar datos acerca de la posibilidad de una “iglesia verdadera”. La iglesia que construye Jesús Consideremos primeramente estas palabras claves de Jesús: “Sobre esta piedra construiré mi Iglesia” (Mateo 16.18). Jesús hace esta promesa después de escuchar la declaración del apóstol Pedro quien lo acaba de reconocer como el Mesías, el Cristo (Mateo 16.15-16). Nos enteramos, pues, que Jesús, como Mesías, pensaba construir su iglesia; entonces parece lógico pensar que “la suya” debe ser la “verdadera”. Ahora, como segundo paso, buscaremos en el contexto original del evangelio de Mateo para entender qué es lo que Él quiso decir con esta frase, “sobre esta piedra construiré mi iglesia”. Hoy vamos a considerar el significado de la palabra “iglesia”; en la siguiente entrega de este blog, las palabras “piedra” y “construir”. Una asamblea que incluso puede recordar la de una ciudad-estado ¿Qué significa para Mateo la palabra “iglesia”? En primer lugar, es necesario tomar en cuenta que Mateo, aunque escribe en griego, frecuentemente comunica conceptos hebraicos. El sentido básico en griego de la palabra “iglesia”, ekklesía, es reunión o asamblea. ¿Encontramos esta idea aquí? ¿“Construiré mi iglesia” puede de alguna manera significar “construiré mi asamblea”? ¿Y en esta frase se encuentra algún elemento subyacente del mundo hebraico del autor? En primer lugar es necesario destacar que Mateo ,cuando escribe, alude permanentemente al Antiguo Testamento, puesto que se dirige en primera instancia a un público judío. En en la época del Nuevo Testamento, el judaísmo se había dispersado por todo el mundo mediterráneo; por esa razón Mateo escribe en griego, el idioma internacional. Con frecuencia él expresa sus ideas en términos empleados en la traducción al griego de las Escrituras Hebreas realizada unos dos siglos antes de Cristo, la “Septuaginta”. En esta versión del Antiguo Testamento la palabra “Iglesia” (ekklesía) se usa como cien veces para referirse a la “congregación” de Israel, reflejando la idea helenísta de la asamblea de los ciudadanos de una ciudad-estado. Congregados para reconocer al Mesías Específicamente, la Septuaginta usa ekklesía en pasajes como Jueces 20.2 para hablar de “la asamblea del pueblo de Dios”. En esta instancia todo el pueblo de Israel se ha reunido para buscar la voluntad de Dios ante una crisis nacional. Trasferido este ejemplo al contexto del evangelio de Mateo 16.18, “iglesia” puede entenderse, entonces, como todo el pueblo de Dios convocado ante Jesús para reconocer su autoridad como Mesías, el Cristo, así como recién lo ha hecho el apóstol Pedro (Mateo 16.15-16). El Pueblo de Dios del Antiguo Testamento será ahora el Pueblo del Mesías, es decir: la congregación reunida delante de Emanuel, “Dios con nosotros” (Mateo 1.23). Iglesia, pueblo, discípulos… Este “pueblo”, la Iglesia, reunida en reconocimiento del Mesías, será fruto de la misión mesiánica: “salvar a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1.21). Al final de Mateo, Jesús en vez de llamar a los integrantes de este pueblo, “mi Iglesia”, se refiere a ellos como “mis discipulos” (Mateo 28.18-20). Cuando Jesús habla en primera persona, encontramos “mi Iglesia”, “mis discípulos”; cuando se habla de Él en tercera persona, leemos “su pueblo”. El pronombre posesivo se repite en los tres casos, la iglesia, el pueblo, los discípulos: las tres agrupaciones son suyas y se refieren a lo mismo. La iglesia que construirá Jesús, será su pueblo, sus discípulos: congregados en reconocimiento de su autoridad. A diferencia del pueblo de Dios del Antiguo Testamento, Jesús determina que “sus” discípulos sean no solamente de Israel, sino más bien de “todas las naciones” (Mateo 28.18). Así que, la congregación del pueblo de Dios, en el evangelio de Mateo, es la asamblea, la iglesia del Mesías, el Cristo, y ya no es de una sola nación, Israel. Está compuesta de personas de todas las naciones a quiénes el Mesías salva de sus pecados. Sobre esta salvación, hemos hablado anteriormente en la serie, “¿Qué debo hacer para ser salvo?”, a la cual remitimos al lector. En la próxima entrega consideraremos las palabras “construir” y “piedra” en la frase de Jesús, “Sobre esta piedra construiré mi iglesia”. ¡Agradecemos a Juan Carlos y a Yamil  por la pregunta que motivó esta serie! 

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Teología escatológica del momento actual. ¿Trompetas?

Teología escatológica del momento actual. ¿Trompetas?

Alrededor del 2010 comenzaron a circular videos en Youtube acerca de sonidos extraños que se interpretan como “trompetas”. Una de las versiones más recientes de este video se refiere al sonido como un “hum” (zumbido) y plantea si estas singulares vibraciones no serán las “siete trompetas del Apocalipsis”. Llama la atención que estos videos no aparecen en los noticieros de medios masivos. ¿Los consideran podo serios? Son llamativos por su carácter misterioso y sensacionalista; no obstante, hace un par de años, uno de ellos, subido a Internet en la Argentina fue cuidadosamente desmentido, no dejando duda que se trataba de un fraude. Da par pensar el trabajo técnico minucioso que se requiere no sólo armar semejante engaño sino también para desenmascararlo.

Uno no deja de preguntarse acerca de la verdadera motivación de los autores de semejantes videos. ¿Nacen del deseo de convencer acerca de una interpretación dada? ¿Son simples bromas? ¿Qué pasará si las personas condicionan su fe en la segunda venida de Jesús a la supuesta veracidad de estos videos y otras “pruebas” actuales? Si estos internautas quedan desilusionados en cuanto a esta evidencia moderna, ¿quedará afectada su fe en el Señor? Ya que lo que está en juego se trata de nada menos que la fe de los creyentes en Jesús, es conveniente detenernos a pensar primeramente en el carácter simbólico del Apocalipsis y, luego, desde esta perspectiva, preguntarnos qué significan las siete trompetas de esta profecía del Apóstol Juan.

Una profecía comunicada por medio de señales.

Desde el vamos en Apocalipsis 1.1, Juan recurre a un verbo “semaino” que se traduce como “indicar, dar a entender, dar a conocer” según la Sociedades Bíblicas Unidas. -Este primer versículo del libro se traduce en la Biblia de las Américas de la siguiente manera: «La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto; y la dio a conocer, enviándola por medio de su ángel a su siervo Juan”. En esta versión, la frase “dio a conocer” traduce el verbo “semaino”. Es necesario aclarar que este verbo también puede traducirse como “dar a conocer por medio de señales”. El Diccionario griego-español Vox registra las siguientes posibilidades: “señalar, indicar, apuntar; dar señal (a alguien de hacer algo); hacer señales; declarar, interpretar, explicar, referir; significar”. El verbo tiene la misma raíz que el sustantivo semeion (señal, signo), un término importante para el apóstol Juan en su Evangelio. Allí, por ejemplo, cuando Jesús devuelve la visión a un ciego (Juan, capítulo 9) es una “señal” de algo más profundo: “Jesús es la luz del mundo” (Juan 8.12) quien abre nuestros ojos espirituales para creer en el Hijo de Dios. Cuando llegamos al Apocalipsis, ya aprendimos que recurrir a “señales” para comunicar una verdad no es nada nuevo, ni para Jesús (Juan 6.26), ni para su apóstol, Juan.

Entonces, por más que el verbo semaino puede significar sencillamente “dar a conocer”, en Apocalipsis 1.1 el Señor probablemente quiere decir “comunicar por señales” a sus “siervos”. ¿Por cuál de los significados tendríamos que optar?

Afortunadamente, como suele ocurrir en el Apocalipsis en este versículo se encuentra una clara alusión a un evento del Antiguo Testamento, en este caso a Daniel, capitulo 2. El comentarista G. K. Beale ha demostrado que Apocalipsis 1.1 nos lleva directamente a Daniel 2.28-30, y 2.45 en la Septuaginta, la traducción al griego del Antiguo Testamento que circulaba en el siglo primero de nuestra era. El apóstol Juan con frecuencia recurre a la Septuaginta en sus alusiones al Antiguo Testamento en el Apocalipsis. En el capítulo 2 el Rey Nabucodonosor ha soñado con una estatua compuesta de cuatro materiales diferentes. Parte de la interpretación del sueño se encuentra en Daniel 2.45, donde el griego de la Sepuaginta puede traducirse de la siguiente manera:

“Así como viste desprenderse del monte, sin intervención de mano humana, la piedra que redujo a polvo el hierro, el bronce, la arcilla, la plata y el oro, El Dios grande //ha dado a conocer (o) ha comunicado con señales// al rey las cosas que serán en los últimos días.”

En esta cita las dos opciones para traducir “semaino” aparecen entre barras dobles : // //.

Otra frase en el 1.1 del Apocalipsis, “las cosas que deben suceder pronto”, reproducen exactamente las palabras “las cosas que deben suceder en los últimos días” en Daniel 2.28 y 2.30 en la Septuaginta, salvo que Juan introduce un importante cambio: estas cosas deben suceder “pronto”. Lo que iba a suceder en los “últimos días» desde la perspectiva de Daniel debe suceder “pronto” en la época de Juan. Es que los “últimos tiempos” son los que comienzan a partir de la resurrección de Jesús, y Juan, quien escribe varias décadas después de este inicio, sabe que el tiempo del cumplimiento “está cerca” (Apocalipsis 1.3). Jesús durante su vida anunciaba un reino que “se ha acercado” (Marcos 1.15, Biblia de las Américas). En cambio, en el momento en que Juan escribe, por haber resucitado Jesús efectivamente ya “hizo” el reino (Apocalipsis 1.6).

Elementos de un sueño, y de una visión, que comunican simbólicamente la realidad. 

Continuamos comparando Apocalipsis 1.1 con el sueño de Nabucodonosor (Daniel capítulo 2). En el contexto de este sueño, la estatua y la piedra que la pulveriza símbolizan (“señalan, comunican por señales”) reinos humanos que son vencidos por el reino de Dios (ver la explicación en Daniel 2.31-45). No son ni una estatua ni una piedra literales. Por eso, podemos sostener que es viable la traducción “Dios ha comunicado con señales al rey las cosas que serán en los últimos tiempos” de Daniel 2.45. La estatua del sueño no existió literalmente; fue un elemento relevante del sueño de Nabucodonosor; éste y los demás elementos del sueño tienen un significado simbólico que el profeta Daniel se ocupa de explicarle al Rey: en los últimos tiempos llegará el reino de Dios que conquistará a los reinos de los hombres. En cambio, en el momento en que se recibe la visión del Apocalipsis, el reino de Dios ya se ha acercado; Jesús ya ha creado y un reino de “sacerdotes” (su Iglesia) (Apocalipsis 1.6). Ahora falta solamente que Él juzgue definitivamente con su poder soberano cuando venga “en las nubes” (Apocalipsis 1.7) cuando Él se siente en su trono para juzgar (Mateo 25.31). Es de este estado del reino de Dios que se habla en el Apocalipsis. Lo que son los “últimos días” para Nabucodonosor, en la época de Juan ya es “pronto”.

Basándonos en esta interpretación claramente simbólica de Daniel 2, a la que se alude directamente en Apocalipsis 1.1, podemos afirmar que desde su inicio la profecía de Juan comunica la palabra de Dios por medio de símbolos. En otras palabras, la linea recta a Daniel 2 en el capítulo 1.1 de Apocalipsis, señala la intención de la profecía de darse a conocer de esta manera: “comunicando con señales”. Es más, Juan aclara que él escribe “en lenguaje espiritual” (Apocalipsis 11.7), es decir, no literal.

¿Cómo afecta este hecho la manera de interpretar las “trompetas” del Apocalipsis? Recordando que Apocalipsis se da a conocer simbólicamente conforme el modelo de Daniel 2, sencillamente no tenemos por qué pensar que habrá trompetazos más literales que la estatua y la piedra del sueño de Nabucodonosor. Así como Dios “señaló”, habló por signos, a Nabucodonosor, ahora “señala”, habla por signos, “a sus siervos”. Por lo tanto, desde la perspectiva de la comunicación simbólica, las siete trompetas pueden representar las variadas oportunidades en que Dios ha hablado en la historia de su pueblo con “voz de trompeta”. Por ejemplo, así Él habla a Moisés y el pueblo de Israel en Sinaí (ver Éxodo 19.18-19, 20.18;). Ciertamente podemos imaginar una alusión directa a las trompetas que suenan cuando se caen las murallas de Jericó. Esto sucede después de un período siete días. Siguiendo las indicaciones del Señor, los primeros seis días los israelitas diariamente dan una sola vuelta alrededor de la ciudad en silencio. Pero hay una énfasis especial el último día, el séptimo, cuando marchan alrededor de la ciudad siete veces (Josué 6.14-16, 6.20). Inmediatamente tocan las trompetas y las murallas de la ciudad se caen. Así con su obediencia el pueblo de Dios venció en el pasado, y de la misma manera, en los “últimos tiempos” los santos serán vencedores porque dan el testimonio de su fe al mundo que rechaza a Jesús (Apocalipsis 12.10-11). Este mundo, “en lenguaje espiritual”, el Apocalipsis llama “la gran ciudad”. Su caída, está anunciada por las trompetas de la profecía (que incluye el testimonio de “los santos”) de la misma manera que cayeron las murallas de Jericó.

Así como Dios ha intervenido en el pasado para salvar a su pueblo, sigue obrando en el presente y lo hará en el futuro, porque Él es “el que era, el que es y el que ha de venir” (Apocalipsis 1.4). Pero puesto que se trata de lenguaje simbólico, no tenemos por qué pensar que literalmente sonarán trompetas o que se escuchará un “zumbido fuerte” durante varios años en distintas partes del mundo. El símbolo de las trompetas comunica la realidad del juicio de Dios contra el mundo que no acepta a su Hijo Jesucristo. En el momento predeterminado, Dios interviene a lo largo de los años para juzgar, e intervendrá definitivamente en el día de la consumación universal: no habrá especulación ni harán falta videos que anuncien la segunda venida de Jesús y el juicio final: “Todo ojo lo verá” (Apocalipsis 1.7). Los juicios de Dios son irrevocables. Son anunciados por la proclamación de su Palabra, no por un zumbido misterioso que puede producirse por medio de la tecnología moderna y luego subirse a internet. Cuando el Señor inicie el juicio final, no nos quedarán dudas.

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