En la parte 4 de esta serie vimos que en los Hechos de los Apóstoles el verbo “salvar” (sotso en griego) puede usarse para sanar o salvar la vida física, como por ejemplo en la curación de un hombre rengo o el relato de los pasajeros de un barco, y su tripulación, quienes sobreviven un naufragio llegando “sanos y salvos” a tierra. Es decir, la salvación en primera instancia para referirse a una realidad física, visible, tangible.

Asimismo, en la parte 3 vimos el concepto del “salvador” en la historia del Antiguo Testamento: Dios manda a un caudillo para salvar o liberar a su pueblo de naciones opresoras. Esta figura es alguien como San Martín en la historia argentina: un libertador. Los “libertadores” o “salvadores” en el Antiguo Testamento se llaman “jueces”. Los relatos que describen sus hazañas salvadoras abarcan varios siglos.

La idea de salvación de pueblos enemigos continúa en el siguiente período, el de los reyes de Israel y Judá. Por ejemplo, unos siete siglos antes de Cristo, el reino de Judá vive la amenaza de una invasión militar de parte de dos pueblos vecinos, Samaria y Siria. Dios envía al profeta Isaías para hablar con el rey de Judá, Acaz, prometiéndole una señal de que el pueblo será salvado de estas dos naciones enemigas. La señal prometida es el embarazo inminente de una joven y la presencia física de su hijo ante los ojos del rey Acaz. Se desconoce la identidad de la jóven; algunos consideran que se trata de la esposa del rey, otros, la esposa del mismo profeta Isaías (basándose en Isaías 8.18). Lo importante es que el niño que nace es una señal para el rey que lo ve crecer:  “antes de que el niño sepa elegir lo bueno y rechazar lo malo, la tierra de los dos reyes que tú temes quedará abandonada” (Isaías 7.16). Es decir, antes de que el niño tenga uso de razón (“saber elegir lo bueno y rechazar lo malo”), los países enemigos dejarán de representar un peligro para Judá. Efectivamente, unos tres años después (731 a.C.) Siria fue derrotada por los asirios y unos diez años después (721 a.C.) Samaria corre una suerte parecida. Isaías da a entender que Dios está presente para salvar a su pueblo, valiéndose de los asirios, a quienes Él permite conquistar a los enemigos de Judá. Esta presencia activa de Dios para salvar a su pueblo explica el nombre del niño/señal: Emanuel, que significa “Dios con nosotros”.

En el Nuevo Testamento, este ejemplo de liberación de una amenaza militar, es decir salvación de una realidad física, se cita para enfatizar que Dios también salva en el plano espiritual. Mateo cita al profeta Isaías porque otra vez el nacimiento de un niño será una señal del poder de Dios para salvar a su pueblo. Tres veces se menciona el nombre del niño. Primero, el niño se llamará “Jesús” (que significa “Yahvé salva”), porque “salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1.21). Luego, vemos que se llamará “Emanuel” (Mateo 1.23), haciendo alusión a la historia del niño nacido en tiempos del Rey Acaz y citando a Isaías 7.14. En esta cita lo llamativo es que ahora es una virgen que da a luz el niño. Finalmente leemos que José “le puso por nombre Jesús” (Mateo 1.25).

El hecho de repetir tres veces la frase “llamarle por nombre…” en este orden es ejemplo de un “quiasmo” 1 o estructura invertida, un recurso literario común en la Biblia. La inversión se ve en: Jesús, Emanuel, Jesús (A-B-A). Esta estructura sirve para identificar y enfatizar una misma realidad: Jesús es Dios con nosotros, presente ya no para salvar a su pueblo de una invasión extranjera. Aquí la salvación ya pasa al plano espiritual. Dios, presente en Jesús, salvará a su pueblo de sus pecados.

La definición del término “pecado”, y por qué representa un peligro para la vida humana, será el tema de la próxima entrega de “preguntas y respuestas”.

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