¿Realmente qué es la amistad?

¿Realmente qué es la amistad?

Sí. Es una pregunta profunda y difícil de contestar. Evidentemente tiene que ver con cercanía sobre todo. La cercanía puede basarse en distintas cosas. Las personas se acercan por gustos parecidos, similitudes, intereses o actividades en común. Este acercamiento puede ser por muchos motivos diferentes. Hasta por rivalidad. Por ejemplo, entendiendo la amistad como cercanía, ¿por qué dos enemigos, Pilato y Herodes, se hicieron amigos según Lucas 23.6-12? Traducido a nuestros tiempos diríamos que eran dos políticos rivales y, al reconocer cada uno el territorio del otro, se hicieron amigos. Esto sucedió cuando después de arrestar a Jesús, Pilato lo envió a ser procesado por Herodes. En medio de este momento injusto y trágico, dos gobernantes egoistas se hicieron amigos al acercarse como cómplices, dejando de lado su enemistad. Por otro lado, nuestra cercanía con Jesucristo puede considerarse una amistad pero solamente en la medida que reconozcamos que Él es Señor. Puede haber cercanía solamente si lo obedecemos porque su voluntad es la correcta y muestra lo que de veras necesitamos hacer y cómo realmente debemos vivir. Por eso El dijo a sus discípulos que serán sus «amigos» si obedecen sus mandamientos (Juan 15.14). Tal obediencia no es un requisito en una amistad común. Podemos tomar en cuenta lo que desea una persona con quien sentimos cercanía afectiva o con quien experimentamos una proximidad por tener cosas en común, pero no estamos obligados a obedecer a nuestros amigos. La voluntad del amigo puede o no estar más cerca de lo que nos corresponde vivir. La amistad con Jesús es diferente. Las cosas que Él nos manda hacer siempre son las que corresponden. No es posible, por lo tanto, tener cercanía con Él sin obediencia. No puede ser nuestro Amigo sin ser nuestro Señor. Así, cuando obedecemos, «su amor» y «su alegría» y «su paz» (Juan 15.7-17, 16.33) serán nuestras (ver Gálatas 5.22-23). ¿Tendremos éstas cualidades en común con Jesús?, El hecho de compartirlas señala la verdadera amistad.  ¿No serán los mejores amigos aquelllas  personas que entienden de esta manera la relación con Jesús y por lo tanto nos ayudan a acercarnos a El de la misma manera? De paso te comento que el libro de Proverbios da buenos consejos acerca de la amistad. Fue escrito hace casi tres mil años, evidencia que las relaciones humanas no han cambiado a lo largo de los siglos. Algunos proverbios acerca de la amistad: Proverbios 17.17, 18.19, 18.24, 22.24-25, 26.18-19, 27.6, 27.9, 27.17, 29.5. Muchas gracias, Yamil, por compartir esta pregunta!

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¿En qué consiste el bautismo bíblico?

¿En qué consiste el bautismo bíblico?

«…pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua«.

       El Apóstol Pedro usó el ejemplo del arca de Noé para ayudarnos a entender cómo Dios nos ofrece la salvación. Según Pedro, Dios esperaba con paciencia mientras Noé construía el arca, ya que el arca iba a ser el instrumento para lograr la salvación de ocho personas:

…Dios esperaba con paciencia mientras se construía la barca, en la que algunas personas, ocho en total fueron salvadas por medio del agua. 1 Pedro 3.20

       Normalmente cuando pensamos en la salvación de la familia de Noé, decimos que fueron salvados del diluvio por medio del arca. Sin embargo, esto no es lo que nos está diciendo Pedro. Dice claramente que Noé y su familia fueron salvados «por agua»*1 o «por medio del agua». ¿Cómo podrían ser salvados por medio del agua si era justamente el agua la que destruyó la tierra? El relato del diluvio en Génesis ayuda a aclarar esta duda: Y fue el diluvio cuarenta días sobre la tierra; y las aguas crecieron, y alzaron el arca, y se elevó sobre la tierra. Génesis 7.17*

       Aquella agua que destruyó la tierra, es la misma que levantó el arca encima de ella para que los ocho seres humanos que estaban adentro no perdieran sus vidas. El apóstol Pedro dice que la salvación de Noé y su familia «por medio del agua» representa nuestra propia salvación, también por medio del agua, hoy en día:

Y aquella agua representa el agua del bautismo, por medio del cual somos salvados. El bautismo no consiste en limpiar el cuerpo, sino en pedirle a Dios una conciencia limpia y nos salva por la resurrección de Jesucristo. 1 Pedro 3.21

       ¿Qué tiene que ver el bautismo con la salvación? Ya que Pedro dice que la historia del arca es una figura representativa del bautismo, podemos contestar esta pregunta con otra parecida: ¿qué tenían que ver el arca y el diluvio con la salvación de Noé y su familia? En primer lugar, la Biblia nos enseña que fue la fe de Noé la que lo motivó a construir el arca:

«Por fe, Noé, cuando Dios le advirtió que habrían de pasar cosas que todavía no podían verse, obedeció y construyó la barca para salvar a su familia. Y por esa misma fe, Noé condenó a la gente del mundo y alcanzó la salvación que se obtiene por la fe«. Hebreos 11.7

       Aquí vemos claramente que la fe de Noé fue una fe obediente. Noé era «un hombre muy bueno, que siempre obedecía a Dios«. Por eso, cuando Dios le dijo cómo debía construir el arca, «Noé hizo todo tal como Dios se lo había ordenado» (Génesis 6.9, 22). Noé no preguntó: «¿Por qué tengo que construir un arca para salvarme del diluvio? ¿No podría Dios llevarme a la montaña más alta del mundo para salvarme? ¿No podría yo ir a un país lejano para evitar el diluvio? ¿No bastaría el hecho de creer que Dios va a mandar un diluvio, y tomar mis propias medidas para evitarlo?». No, Noé creyó, y porque creyó realmente, evitó su destrucción de la manera que Dios le había especificado. De la misma manera no nos corresponde hoy en día preguntar por qué Dios nos salva por medio del agua del bautismo, y no antes de bautizarnos o sin bautizarnos. Así como sucedió en la época de Noé, Dios es el que pone las condiciones, no nosotros. Esta es la actitud de una fe obediente.

       La Biblia aclara que es la fe la que obra en el momento del bautismo y nos salva, ya que el bautismo consiste en «pedirle a Dios una conciencia limpia» (1 Pedro 3.21). Colosenses 2.12 dice que cuando los hombres se sumergen en agua al bautizarse, son sepultados con Cristo y resucitados con El, «porque creyeron en el poder de Dios, que lo resucitó«. Pedro también dice que somos salvados al bautizarnos, «por medio de la resurrección de Jesucristo«. Verdaderamente, lo que nos salva en el momento del bautismo es la fe en la muerte y la resurrección de Jesucristo.

Esta pregunta: «¿Por qué nos salva el bautismo?» nos obliga a considerar otra: «Por qué nos salva la resurrección de Jesucristo?».

       En primer lugar, necesitamos ser salvados porque todo hombre se aleja de la presencia de Dios y muere espiritualmente. El Apóstol Pablo nos da a entender que hasta el momento en que él tomó conciencia de los mandamientos de Dios, tenía vida, pero al tomar conciencia de la voluntad de Dios, llegó a ser responsable de sus actos de desobediencia, muriendo espiritualmente:

«Hubo un tiempo en que, sin la ley, yo tenía vida; pero cuando vino el mandamiento, cobró vida el pecado, y yo morí…» Romanos 7.9

       Cuando llegamos a una edad en que gozamos de libre albedrío y somos responsables de nuestros actos también en algún momento desobedecemos a Dios y pecamos. Romanos 3.21 nos dice que «todos hemos pecados y estamos lejos de la presencia salvadora de Dios«. Al alejarnos de la presencia de Dios, nos alejamos de la fuente de la vida y morimos espiritualmente. Como Pablo acaba de decir, «cobró vida el pecado, y yo morí..» Por eso, Romanos 6.23 nos dice que «el pago que da el pecado es la muerte«.
       Todo ser humano que es responsable de sus acciones, ha desobedecido a Dios y está bajo una sentencia de muerte. Si bien es cierto que Dios es Amor (1 Juan 4.8), no debemos olvidarnos de que Dios es como un «fuego que todo lo consume» (Hebreos 12.29). Si El dicta que el hombre debe morir por sus pecados, esa sentencia debe cumplirse. «Qué bueno es Dios, aunque también qué estricto» (Romanos 11.22). Ya que Él es el Juez de toda la tierra (Génesis 18.25), Dios debe exigir el cumplimiento de la sentencia: «el pago del pecado es la muerte». Sin embargo, ya que Él es amor, debido a su bondad, Dios no quiere que el hombre se pierda eternamente. Por lo tanto, Él Mismo viene en forma de su Hijo, para recibir el pago del pecado. Aunque Él mismo nunca pecó, murió en nuestro lugar para librarnos de la sentencia de muerte contra todo pecador:

«Cristo no cometió pecado alguno; pero por causa nuestra, Dios lo trató como al pecado mismo, para así, por medio de Cristo, librarnos de culpa» 2 Corintios 5.21

       Luego, Jesús vence a la muerte, resucitando para darnos la posibilidad de una vida nueva.

       Hemos visto el por qué de la muerte de Jesús. Su muerte termina en la resurrección, y entender la relación entre estos dos sucesos es necesario para poder contestar nuestra pregunta: «¿Por qué nos salva la resurrección de Jesucristo?» Nos salva porque si primero morimos con Él, también volvemos a la vida con Él, participando de una existencia en que nuevamente estamos en comunión con Dios (Ver Romanos 6.3–5).
       Sin embargo, esta vida nueva, que empieza con el perdón de nuestros pecados, es solamente posible si tenemos una fe obediente como la que tenía Noé.

¿Cómo podemos entender la fe obediente de Noé y compararla con nuestra propia salvación?

  • Para salvarse del diluvio, Noé primero tenía que creer que Dios iba a mandar un diluvio para destruir la tierra. De la misma manera, no podemos obtener el perdón de nuestros pecados si no creemos que somos pecadores y que el pago del pecado es la muerte.
  • Con una fe obediente Noé confió en la promesa de Dios. Dios lo iba a salvar del diluvio por medio de las aguas que alzarían el arca por encima de la destrucción. Nosotros también debemos confiar en que Dios sí puede aceptarnos como justos por medio de la muerte y la resurrección de Jesús.

Pues, por nuestra fe, Dios nos acepta como justos también a nosotros, los que creemos en aquel que resucitó a Jesús, que fue entregado a la muerte por nuestros pecados y resucitado para librarnos de culpa. Romanos 4.24-25

       El hombre que no confía en el poder de Dios que resucitó a su Hijo y que nos acepta como justos, perdonando nuestros pecados, no puede tener una fe obediente: desconfía de la promesa de Dios.

  • El último elemento de la fe obediente de Noé fue la construcción del arca. Sin el arca, Noé no podría haberse salvado de la destrucción del diluvio, por más que hubiera huido a otro país, o subido hasta la cima del monte más alto. El arca fue el medio por el cual Dios envió la salvación a Noé y su familia. Él puso las condiciones y no hubiese aceptado otras, por más que pareciesen lógicas y factibles. La obediencia es una parte fundamental de la fe en Dios como Señor y Amo del Universo. Él merece nuestra obediencia por ser el único Dios. Si no aceptamos la salvación de la manera en que Él la ofrece, nuestra fe no es una fe obediente, y por lo tanto no es el tipo de fe que nos puede salvar. De ahí que, cuando la Biblia nos dice que el bautismo nos salva por medio de la resurrección de Jesucristo, no podemos suponer que podemos ser salvados por medio de la resurrección de Jesucristo antes de bautizarnos, o sin el bautismo. Cuando Dios llama a una persona, una fe obediente se arrepiente de sus pecados y se bautiza para que sean perdonados (Hechos 2.38-39). Las condiciones que Dios pone no son discutibles.

Las tradiciones de los hombres

       En la época en que Jesús vivía, dijo una vez a alguna personas muy religiosas: «De nada sirve que me rindan culto: sus enseñanzas son mandatos de hombres. Porque ustedes dejan el mandato de Dios para seguir las tradiciones de los hombres» (Marcos 7.7-8). Hoy en día muchas personas religiosas, con frecuencia bienintencionadas, siguen tradiciones humanas con respecto a la salvación que Dios nos ofrece por medio de Jesús. Por ejemplo, han cambiado la importancia que Dios dio al bautismo como medio por el cual somos salvados. En esencia hay dos tradiciones humanas muy difundidas con respecto al bautismo: una que es practicada por la Iglesia Católica y otra que comúnmente se enseña en las Iglesias Evangélicas. Las dos son solamente tradiciones que utilizan parte de la verdad, pero dejan de lado otra parte. No son el bautismo que encontramos en el Nuevo Testamento. Consideremos ambas tradiciones:

       La tradición católica. Según la Iglesia Católica, el bautismo nos salva, así como enseña la Biblia en 1 Pedro 3.21. Sin embargo, hemos visto que lo que nos salva en el bautismo es nuestra fe en la muerte y la resurrección de Jesucristo. «El bautismo no consiste en limpiar el cuerpo, sino en pedirle a Dios una conciencia limpia» (1 Pedro 3.21). Lógicamente, un bebé no puede pedirle a Dios una conciencia limpia, porque todavía no tiene noción de lo que es el pecado. «El bautismo no consiste en limpiar el cuerpo«, y por más que algunas gotas de agua se deslicen sobre la cabeza del bebé que se bautiza, el rito del bautismo no pide una conciencia limpia a Dios, y por lo tanto, realmente no es un bautismo. Según la Iglesia Católica, el bebé debe bautizarse para evitar el castigo del pecado original. Sin embargo, la Biblia enseña que el pecado no puede heredarse: «Sólo aquel que peque morirá. Ni el hijo ha de pagar por los pecados del padre, ni el padre por los pecados del hijo» (Ezequiel 18.20). Solamente cuando entiendo que soy un pecador y necesito de la salvación de mi alma, y confío en que Dios sí puede salvarme por medio de su Hijo, sólo entonces puedo recibir la salvación mediante la fe, al morir y resucitar con Jesús al bautizarme.

       Vamos a suponer que Dios no destruyó el mundo por medio del diluvio y que nunca le dijo a Noé que debía construir el arca para salvarse. ¿No sería ridículo si un día a Noé se le ocurre construir una nave grande lejos de donde hay agua y meterse adentro para salvar su vida? Sin el diluvio, él no hubiera tenido por qué construir el arca. No obstante, algo parecido pasa con el bautismo de bebés. Según la Biblia, uno es responsable por sus pecados solamente cuando toma conciencia de los mandatos de Dios (Romanos 7.9). Debemos bautizarnos para que nuestros pecados sean perdonados, y antes de bautizarnos debemos arrepentirnos (Hechos 2.38-39). Lógicamente un bebé no puede arrepentirse de algo que no entiende, y si no es responsable de sus actos todavía, tampoco tiene pecados que pueden ser perdonados por medio del bautismo. El bautismo de bebés construye el arca sin la amenaza del diluvio.

       Jesús dijo que para entrar en el Reino de Dios hay que cambiar y volver a ser como niños (Mateo 18.3), y que el Reino de Dios es de quienes son como ellos (Marcos 10.14). Solamente cuando llegamos a ser pecadores debemos buscar el perdón de nuestros pecados. Cuando uno deja de ser niño, llegando a ser responsable de sus actos, debe volver a ser como niño, naciendo de nuevo por medio del agua y del Espíritu al bautizarse para entrar en el reino de DIos (Juan 3.3-5). Bautizar a los niños es una tradición humana que no se encuentra en la Biblia. Jesús dijo que las tradiciones humanas que se hacen pasar por mandados de Dios son inválidas. 

       Vale la pena agregar que la palabra griega traducida como “bautizar” es baptizein, que significa “sumergir”, hecho que explica por qué la forma original del bautismo era “inmersión” en agua. Al sumergirse en el agua, por medio de la fe uno muere espiritualmente: es crucificado y sepultado con Cristo, y también por medio de la fe, resucita con Él al salir del agua para comenzar otra vida (Colosenses 2.12, Romanos 6.1-11, Gálatas 2.20). Por lo tanto, la forma original y bíblica del bautismo, inmersión, es una entrega de fe para unirse con Jesús en la obra salvadora de su muerte y resurrección. Lo que la tradición más difundida practica no es una entrega de fe, puesto que el bebé no cree todavía. Posiblemente esta realidad explique en parte el cambio de la práctica original de «inmersión» por la actual de «aspersión» de agua encima de la cabeza, la cual no representa por medio de la acción la muerte y resurrección, y tampoco requiere fe de parte del niño para realizarse.

       La tradición evangélica. Las iglesias evangélicas se llaman así porque dicen que predican el evangelio, o sea, las buenas noticias, y hasta cierto punto hacen exactamente eso. Predican que la salvación viene solamente por Jesucristo, que recibimos la salvación por medio de la fe en Él y que Dios nos da la salvación gratuitamente. Además, muchas iglesias evangélicas bautizan a personas que tienen fe, o sea, a adultos. También suelen bautizar por inmersión, práctica que coincide con el significado original de la palabra griega baptizein (sumergir).Todo esto está de acuerdo con lo que la Biblia nos enseña acerca de la voluntad de Dios.

       Sin embargo, muchas iglesias evangélicas dicen que el bautismo no salva. Enseñan que la persona que tiene fe antes de bautizarse, o sin bautizarse, se salva igual. Esto contradice 1 Pedro 3.21 que dice: «El bautismo nos salva«.

       ​Para muchas iglesias evangélicas el bautismo es un «testimonio» que da la persona que tiene fe, pero no es necesario para la salvación. La Biblia nunca dice que el bautismo es un testimonio. Es muy común en las iglesias evangélicas enseñar que el bautismo es un «acto de obediencia», pero que no nos salva. Sin embargo, para que el bautismo se realice con la fe obediente que Dios pide, debería hacerse con la convicción de que en ese momento se recibe por primera vez el perdón de los pecados, el Espíritu Santo, y la salvación. Si una persona cree que ya está salvada, que Cristo ya lavó sus pecados, antes de bautizarse, ¿puede recibir el perdón de sus pecados y la salvación en el momento de su bautismo? Según 1 Pedro 3.21 en el momento del bautismo la persona pide a Dios una conciencia limpia. Según Hechos 2.38 nos bautizamos para que nuestros pecados sean perdonados. Si uno cree que Dios ya lo ha perdonado, antes de bautizarse, si cree que ya está salvado sin bautizarse, lógicamente en el momento de su bautismo no puede tener fe en que Dios está limpiando su conciencia de todos sus pecados anteriores, ni que en ese momento Dios le da la salvación.

       Otra enseñanza muy común entre las iglesias evangélicas es que el bautismo solamente simboliza la muerte y la resurrección de Cristo. Sin embargo, la Biblia no dice que el bautismo es un simbolismo; dice más bien que cuando uno se bautiza, por medio de la fe muere, se entierra y resucita con Cristo. No dice que es algo simbólico sino que por medio de la fe entramos en unión juntamente con Cristo en su muerte y su resurrección. Es una realidad espiritual hecha posible por medio de la fe; no es un simple simbolismo. «Al ser bautizados, ustedes fueron sepultados con Cristo, y fueron también resucitados con él, porque creyeron en el poder de Dios que lo resucitó» (Colosenses 2.12). El versículo siguiente, Colosenses 2.13, nos dice que el momento de resucitar con Cristo, y empezar a vivir con Él, es el punto del perdón, cuando Dios nos purifica de todo pecado. ¿Puede una persona recibir el perdón de sus pecados antes de morir y resucitar con Cristo?

       Si un creyente evangélico piensa que el bautismo solamente simboliza una salvación que recibió antes de bautizarse, no puede pensar que está entrando en unión con Jesús en su muerte en el momento de bautizarse. Piensa más bien que esta unión se logró de alguna manera antes del bautismo. Según esta «tradición evangélica», ¿cómo se logra la unión con Cristo sin bautizarse? Comúnmente se enseña que por medio de una oración uno puede «entregarse» al Señor o «recibir» al Señor. A veces esta oración se llama la «oración de entrega» o la «oración del pecador». La llamada «oración de entrega» no aparece en la Biblia; es parte de de una tradición evangélica que sostiene que uno puede ser salvado antes de bautizarse, o directamente sin el bautismo. Si uno piensa que ya está salvado antes de bautizarse, tampoco puede, por medio de la fe pedir el perdón de sus pecados mediante el acto del bautismo. Según el Nuevo Testamento la única manera en que uno puede morir y resucitar juntamente con Cristo es mediante la fe en el momento de bautizarse.

 

Volvamos al ejemplo de Noé. Supongamos que Dios le advierte a Noé acerca del diluvio y le dice cómo construir el arca para salvarse a sí mismo y a su familia. Y Noé efectivamente construye el arca, pero no lo hace todo tal como Dios se lo había ordenado. Sencillamente no sería como sucedió, porque sabemos que Noé sí «hizo todo como Dios se lo había ordenado» (Génesis 6.22). No sabemos lo que habría pasado si Noé no hubiera usado la madera resinosa que Dios mandó o si no hubiera tapado con brea todas las rendijas de la barca por dentro y por fuera (Génesis 6.14), o si hubiera hecho el arca con dimensiones distintas de las que Dios mandó. ¿Dios habría hecho que el arca flotara igual? No sabemos. Pero sí podemos afirmar que al construir el arca de una manera no ordenada por Dios, Noé no hubiera sido el hombre que siempre obedecía a Dios (Génesis 6.9).

       Comparemos el ejemplo de Noé con la salvación que nos ofrece Jesús. No debemos suponer que el amor de Dios nos salvará, sabiendo que Él es también un fuego que todo lo consume. Si Dios nos ofrece la salvación gratuitamente, debemos aceptarla de la manera que Él nos la ofrece, es decir: en el momento de bautizarnos, no antes o después. Cambiar esta condición, es nuevamente, hacer pasar una tradición humana por un mandato de Dios.

¿Tradiciones humanas u obediencia a Dios? 

       Según Efesios 4.5 existe «un bautismo», ¿pero lo que se suele practicar actualmente en las distintas ramas del cristianismo es ese único bautismo? ​La Iglesia Católica enseña que primero la persona se bautiza y se salva, y luego, en algún tiempo futuro llega a creer y confirma su bautismo. En cambio, muchas iglesias evangélicas enseñan que primero uno cree y es salvado y luego, en algún momento se bautiza, pero no para alcanzar la salvación, porque fue salvado antes. La Biblia NO ENSEÑA que uno se salva al bautizarse sin creer (la posición católica); TAMPOCO enseña que uno cree y es salvado y luego se bautiza (una posición difundida entre iglesias evangélicas). La Biblia sí ENSEÑA que al bautizarnos le pedimos a Dios una conciencia limpia (1 Pedro 3.21), lavándonos de nuestros pecados (Hechos 2.38-39; 22.16), cuando por medio de la fe en ese momento morimos y resucitamos con Jesucristo (Colosenses 2.12; Romanos 6.3-5), recibiendo la salvación (1 Pedro 3.21; Tito 3.3-7), al nacer de nuevo del agua y del Espíritu (Juan 3.3-5), pasando a formar parte del cuerpo de Cristo, o sea, la Iglesia (1 Corintios 12.13).

       Dios es el que pone las condiciones de nuestra salvación; no tengamos la osadía de cambiarlas. Si usted se bautizó según las enseñanzas de alguna tradición humana, no es tarde para mostrar su amor y reverencia hacia Dios, aceptando la salvación que Él nos ofrece, respetando las condiciones que Él ha determinado. Antes de unirse a la muerte y resurrección de Jesús por medio de la fe en el momento de bautizarse, es importante que usted medite en su necesidad de perdón de pecados ante los ojos de Dios. Es fundamental que esté convencido que Jesús murió y resucitó para salvarlo (Gálatas 2.20). Es necesario que entienda la necesidad que usted tiene de un Salvador (Hechos 4.12). Debe elaborar un cambio de actitud con respecto a su relación con Dios, comenzar una transformación que se conoce como el «arrepentimiento» o la «conversión» (Hechos 2.38-29). En otras palabras es necesario que usted medite bien en el compromiso que asume con este acto de entrega. Jesús vino no solamente como nuestro Salvador sino también nuestro Señor. Al morir y resucitar con Cristo, Él nos salva y empezamos a vivir de ahi en más con Él como nuestro Señor. Estamos a su disposición para explicar mejor las bendiciones y las responsabilidades de la vida cristiana.  

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Parte 3 Resurrección: Creer sin ver

Parte 3 Resurrección: Creer sin ver

Antes de comenzar la tercera entrega de esta serie, es aconsejable leer la primera y la segunda partes para saber cómo llegamos a este punto…

La misión de Jesús: la Luz del mundo que cura la ceguera espiritual.
    Hablando de su misión en la tierra, Jesús dijo, “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.” (Juan 8.21). Poco después de pronunciar estas palabras, él sana a un ciego de nacimiento, devolviéndole la visión. No es inusual en los evangelios hallar la curación de un ciego como ilustración del despertar de la fe. De esta manera, al recuperar la visión física, se ejemplifica para el plano espiritual lo que es llegar a creer.

Un hombre que comenzó a ver dos veces. 
Veamos un caso. Al leer de la curación del ciego en el capítulo 9 de Juan, es importante entender que el hombre sanado no vio al que lo curó ni bien recuperó la vista, ya que Jesús lo envió a otro lugar para experimentar el milagro (Juan 9.1-7). No pasó mucho tiempo y el hombre, ya vidente, fue expulsado de la sinagoga por atribuirle el milagro a Jesús (Juan 9.8-34). Esta expulsión efectivamente lo marginó de la sociedad, ya que la sinagoga no era simplemente un lugar de culto sino también, en aquella sociedad, la sede de la vida comunitaria. Al enterarse de la expulsión, Jesús lo buscó; recordemos que hasta este momento, este ex-ciego no había visto a Jesús con sus propios ojos. Cuando lo encontró,  Jesús le preguntó:

“¿Crees en el Hijo del Hombre?”
El ciego lo dijo, “Señor, dime quién es, para que yo crea en él”.
Jesús le contestó: “Ya lo has visto: soy yo, con quien estás hablando”.
Entonces el hombre se puso de rodillas delante de Jesús y le dijo:
Creo, Señor”.

No perdamos el orden en este diálogo:

“¿Crees?”
Ya lo has visto.”
Creo”.

En otras palabras, ahora que puede ver físicamente, está más que dispuesto a ver en el plano espiritual, creyendo. Juan cierra este episodio con estas palabras de Jesús cuando se enfrenta con autoridades que se resisten a creer en él, “Yo he venido a este mundo para hacer juicio, para que los ciegos vean y para que los que ven se vuelvan ciegos” (Juan 9.39). En otras palabras, la manera en que uno responde a Jesús, creyendo o no, determina en el sentido espiritual la presencia de ceguera o visión. Captar quién es Jesús por medio de la fe, trae consecuencias eternas: por eso, Jesús dijo, “vine a este mundo para juicio”. Con nuestra respuesta a la luz que él trae nos autodefinimos como videntes o ciegos; y esa definición a la vez marca nuestro destino aquí en este mundo y en la eternidad. Nosotros no podemos ver a Jesús físicamente, pero a través de la fe, podemos verlo en el plano espiritual. Y si elegimos verlo, podemos acercarnos a la luz y no andar en tinieblas.

Tomás, el apóstol que creyó porque vio.
El mismo evangelio sigue enfatizando este concepto al relatar el encuentro entre Jesús resucitado y el  apóstol Tomás. Cuando Jesús se apareció a los apóstoles algunas horas después de resucitar, Tomás no estuvo presente. Por eso, afirmó que no creería en la resurrección a menos que viera las heridas de los clavos en las manos de Jesús y metiera su mano en el costado de su cuerpo que fue perforado por una lanza romana.

Este estado de incredulidad duró precisamente una semana. El domingo siguiente Jesús volvió a presentarse a los apóstoles reunidos…

    …sus discípulos estaban adentro otra vez y Tomás estaba con ellos.
Y aunque las puertas estaban cerradas, Jesús entró, se puso en medio y dijo:
¡Paz a ustedes!
    
    Luego dijo a Tomás:
Pon tu dedo aquí y mira mis manos, pon acá tu mano y métela en mi costado, y     no seas incrédulo sino creyente.

    Entonces Tomás respondió y le dijo:
¡Señor mío y Dios mío!

    Jesús le dijo:
¿Porque me has visto, has creído? ¡Bienaventurados los que no ven y creen!
(Juan 20.26-29)

¿Era fácil para los apóstoles creer en la resurrección de Jesús?
Es común criticar a Tomás por no creer sin la necesidad de ver; sin embargo, es importante recordar que a los apóstoles Dios les había impedido que entendieran cuando Jesús anunciaba de antemano que iba a resucitar (ver la parte 2 de esta serie). Incluso, una semana antes de que Tomás viera a Jesús resucitado, la primera vez que se les apareció el día que resucitó, “se asustaron mucho, pensando que estaban viendo un espíritu” (Lucas 24.37). Ante esta reacción, Jesús los invita a “mirar sus manos y sus pies. Tóquenme y vean…”. Sin embargo, “seguían tan asombrados y felices que no podían creerlo» (Lucas 24.41). ¡Cuántos sentimientos encontrados: incredulidad, asombro, alegría! Transportémonos al momento: ¿no sentiríamos lo mismo? Luego, Jesús les pide algo para comer, y comió en su presencia (Lucas 24.43). Es decir, la reacción de los otros apóstoles a la resurrección de Jesús no era más crédula que la de Tomás, quien también llegó a creer una semana después, después de ver la misma evidencia.
Durante cuarenta días, después de resucitar, Jesús dio pruebas a sus seguidores más allegados de estar vivo (Hechos 1.1-3, 10.41), y antes de ascender al cielo para enviarles al Espíritu Santo para acompañarlos en su prédica, les dijo “cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, serán mis testigos…hasta las partes más lejanas de la tierra” (Hechos 1.8).

Incrédulos que se convierten en testigos de la resurrección. 
Jesús no quiso que los apóstoles hablaran de él hasta después de su resurrección (Marcos 9.9-10). Solamente después de este hecho culminante de su existencia terrenal tomarían conciencia de quién era él realmente. Sólo después de este momento, sus apóstoles pudieron captar su verdadera identidad. Pudieron verlo, no solamente como un Maestro humano, sino también, así como lo resumió Tomás, como “mi Señor y mi Dios”. Antes de esta concientización, una “buena noticia” acerca de Jesús habría constatado de que él hacía milagros impactantes y enseñaba verdades profundas. Es decir, un profeta o maestro importantísimo. Pero comunicar sólo esto sería un evangelio truncado, una afirmación que hasta cierto punto se podía hacer acerca de varios profetas del Antiguo Testamento. Incluso, Dios había utilizado a algunos de estos profetas para resucitar a los muertos, pero en estos casos todos volverían a experimentar una muerte natural (ver por ejemplo, 1 Reyes 17.17-24, 2 Reyes 4.1-17). En cambio, una resurrección definitiva, para nunca más volver a morir, marcó la gran diferencia entre Jesús y el resto de los resucitados en la Biblia. Sólo él podía afirmar, “El Padre me ama porque doy mi vida para volver a tenerla. Nadie me quita la vida, sino que la doy libremente. Tengo el derecho de darla y de recibirla de nuevo. Eso es lo que me ordenó mi Padre” (Juan 10.17-18). Con su resurrección irreversible quedó más que evidente que él era mayor que un profeta poderoso. Por lo tanto, los apóstoles pocas semanas después de la ascensión de Jesús, ya convencidos de quién era él, y luego de la llegada capacitadora del Espíritu Santo, se convierten en “testigos de su resurrección” (Hechos 1.8, 1.21-22); el Espíritu Santo obraba por medio de las palabras de estos hombres para “convencer” al mundo (Juan 16.8-10), llevando a los oyentes de corazón sensible a “ser profundamente conmovidos”, “cambiar la manera de pensar y ser bautizados en el nombre de Jesús el Mesías para el perdón de sus pecados” (Hechos 2.36-39), así comenzar una vida nueva bajo el señorío de Jesús.

Un testimonio que sigue hasta el día de hoy: una obra sobrenatural. 
Nosotros hoy en día vivimos en un mundo donde se sigue anunciando las buenas nuevas que Jesús resucitó. Esta expresión, “buenas nuevas”, es la traducción del término griego “evangelio” (euanguélion ). Se tratan de las buenas noticias de la resurrección de Jesús que se encuentran todavía en el Nuevo Testamento (la segunda parte de la Biblia). Allí es donde quedó registrado el testimonio anunciado primeramente por los apóstoles. Como Palabra de Dios, el Nuevo Testamento es “viva y poderosa” (Hebreos 4.12, versión NVI). El término “poderosa”, en el griego que se emplea aquí es “energuēs”; en los escritos neotestamentarios esta palabra se emplea para referirse a algo o alguien que obra sobrenaturalmente, es decir, más allá de los esfuerzos humanos 1. Es “poderosa” porque en últimas instancias tiene su origen en Dios: es su palabra. Por eso, “La Palabra de Dios es viva y poderosa. Es más cortante que cualquier espada de dos filos, y penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta lo más íntimo de la persona; y somete a juicio los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4.12). Se refiere al poder sobrenatural del Espíritu Santo que obra por medio de las Escrituras, por medio de las cuales, directa y sencillamente “El Espíritu Santo dice…” (Hebreos 3.7). Ya que las Escrituras son “inspirados por Dios” (2 Timoteo 3.16-17) el Espíritu Santo sigue obrando por medio de ellas para “convencer” al mundo acerca de las buenas noticias de la resurrección de Jesús. Por medio de ellas podemos en el día de hoy ir un paso más allá que los apóstoles y “creer sin ver”, prestando atención a lo que el Espíritu Santo, el otro Defensor, proclama a nuestro corazón para convencernos acerca de Jesús. ¿Exactamente de qué nos quiere convencer acerca de él? Veremos que al sacarnos la venda que obstaculiza nuestra visión espiritual, nos libera para ser transformados. Los apóstoles fueron liberados de los miedos que los apresaron cuando Jesús fue arrestado (Marcos 14.44-50); se convirtieron en hombres valientes quienes enfrentaron las autoridades para dar su testimonio acerca de la resurrección de su Señor (Hechos 4.1-22). Y nosotros, cuando creemos, percibiendo claramente con el ojo de la fe al Jesús resucitado, el Espíritu Santo nos quita el velo que inhibe nuestra libertad e impide nuestra transformación. ¿De qué quiere y puede liberarte? ¿Cómo puedes caminar al lado de Jesús en la actualidad?

En la parte 4 de esta serie seguiremos contestando la pregunta de Damian acerca de cómo acercarnos a Jesús ahora. ¡Agradecemos su colaboración y la de todos que desean reflexionar acerca de la Biblia y la teología!

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Parte 2. Resurrección de Jesús: despedida y venida.

Parte 2. Resurrección de Jesús: despedida y venida.

Seguimos respondiendo la pregunta que empezamos a contestar en la entrega anterior:

¿Cómo podemos acercarnos a Jesús en nuestra época? Cuando estaba en la tierra “se sentó a la mesa de los pecadores”. Fue un Maestro accesible. ¿Pero nosotros tenemos la misma posibilidad?

Un anuncio sorprendente.

Los que hemos pasado tiempo leyendo la historia de la actividad pública de Jesús entre los hombres, el período de dos o tres años en los que hacia milagros y transmitía la buena noticia del Reino de Dios, seguramente quedamos impactados por cómo era él como persona, por su…

  • apertura hacia los marginados (Lucas 15.1-2)
  • fuerza de carácter frente a la falsedad (Lucas 11.37-53)
  • capacidad de corregir (Lucas 10.41)
  • ternura con los niños y los desposeídos (Marcos 9.33-37, 10.13-16, 12.42-44)
  • compasión (Mateo 20.32-34)
  • tristeza y enojo frente a la falta de humanidad (Marcos 3.1-6)
  • celo por el honor de su Padre (Juan 2.13-17)
  • decepción ante la incredulidad de los que tendrían que creer (Marcos 4.35-40, Mateo 14.31)
  • sorpresa y admiración ante la fe de los con menos posibilidades de creer (Lucas 7.1-10, Mateo 15.21-28)
  • alegría por la revelación del secreto de Dios a las personas sencillas (Lucas 10.21)
  • amor por sus amigos y enemigos (Juan 11.3-4, Lucas 23.34; Marcos 3.5).
  • angustia al encontrarse con la cercanía de la crucifixión (Marcos 14.32-36; Juan 12.27)
  • tranquilidad en el momento de su arresto (Juan 18.3-9)
  • seguridad de su victoria sobre la muerte (Juan 10.17-18).

Solo podemos imaginarnos de qué manera el pequeño grupo de hombres a quienes Jesús eligió para andar en su compañía experimentaron lo que significaba vivir con “Aquel que es la Palabra, aquel que estaba con Dios… y era Dios”, pero se hizo carne, llegando a ser un hombre de carne y hueso. Su cuerpo era la casa de Dios, un templo que, si llegara a ser derribado, el mismo levantaría a los tres días (Juan 1.1 2 , 1.14, 1.50, [Génesis 28.12-18], Juan 2.19). La convivencia con Jesús seguramente era un laboratorio que produjo cambios en los apóstoles: pero esta transformación se experimentó solamente cuando finalmente sus ojos fueron abiertos en cuanto a la verdadera identidad de su Maestro.

Confundidos porque todavía no era el momento para entender

Por algún motivo, antes de la resurrección, Dios no permitió que los apóstoles entendieran cuando Jesús les anunció en distintas oportunidades que él sería arrestado, moriría a manos de los hombres y luego resucitaría. De hecho, él les anticipó varias veces lo que estaba por suceder, “Pero ellos no entendían lo que les decía, pues todavía no se les había abierto el entendimiento para comprenderlo; además tenían miedo de pedirle a Jesús que se lo explicara” (Lucas 9.45). Teniendo en cuenta que no entendían el plan de Dios, ¿no es lógica la tristeza que sentían aquella noche del arresto de Jesús cuando él les anunció: “Es mejor para ustedes que yo me vaya…” (Juan 16.6-7)?
¿Se sentirían abandonados? ¿Perplejos? ¿Impotentes? De cierta manera podemos imaginar su confusión, la misma que quizás algunos sientan ahora ante la posibilidad de acercarnos a Jesús en la actualidad. El abandono que ellos sentirían es el reflejo de la falta de esperanza de los que ahora admiran tal vez a Jesús como un maestro iluminado, pero creen que no es posible acercarse a él. No obstante, la razón por la cual era mejor que Jesús se fuera no tardó en aclararse: “Es mejor para ustedes que yo me vaya, porque si no me voy, el Defensor no vendrá, pero si me voy, yo se lo enviaré” (Juan 16.7). Además de beneficiar a los apóstoles, veremos que ese Defensor, traería a la vez el secreto para poder acercarse a Jesús en nuestro tiempo.

¿Por qué era mejor que Jesús se fuera?

En pocas horas Jesús sería arrestado, el primer paso del proceso que culmina con su muerte y resurrección. Una vez resucitado, luego de pasar unos cuarenta días con sus apóstoles dando pruebas de estar vivo, ascendería al cielo a la diestra de Dios. Ésta serie de eventos se llama la “glorificación” de Jesús; es a este proceso que Jesús se refería cuando les dijo a los apóstoles que “se iba”. Ascendido al cielo, como una semana después enviaría al Espíritu Santo a la tierra. El Espíritu no vendría hasta después de la glorificación (Juan 7.37-39). Él es el “otro Defensor” que Jesús enviaría. ¿Por qué era mejor que él se fuera y viniera el Espíritu Santo? Leamos la explicación que Jesús les dio en esa última charla…
Si ustedes me aman, obedecerán mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que les mande otro Defensor, el Espíritu de la verdad, para que esté siempre con ustedes. Los que son del mundo no lo pueden recibir, porque no lo ven ni lo conocen; pero ustedes lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes”. (Juan 14.16-17).
Jesús se iba corporalmente dentro de pocos días, pero enviaría al “otro Defensor” en su lugar, para acompañarlos “para siempre”. Él estaría “con” ellos y “en” ellos. De hecho estaría con todos los que creerían en el Jesús glorificado a lo largo de los tiempos (Juan 7.37-39, 17.20-23).

¿Qué se entiende por Defensor?

Esta expresión traduce una palabra que en griego significa “uno llamado al lado”; en la cultura grecorromana se refería a una persona convocada al lado del acusado durante un juicio. Puede ser el abogado defensor, o sencillamente un amigo cercano que intercede por el incriminado y lo defiende. Al decir que enviaría a “otro Defensor”, Jesús da a entender que él mismo ejercía esta función durante su tiempo de convivencia con los apóstoles. Los protegió en vida (Juan 17.11-12, 18.2-9). De hecho, resucitado y en la presencia de Dios, ahora mismo él como abogado defensor ruega por los cristianos que confían en él para alcanzar la salvación eterna (1 Juan 2.1-2, Romanos 8.34). Ahora al irse físicamente, anuncia que envía a “otro” en su lugar.

El “otro Defensor”, el Espíritu de la Verdad.

Identificar al Espíritu Santo como “Espíritu de la Verdad” es sumamente importante para entender su misión como Defensor. Él enseñaría a los apóstoles “todas las cosas” y les recordaría todo lo que Jesús había dicho (Juan 14.26). Tomaría lo que Jesús había recibido del Padre para explicárselo a los apóstoles y guiarlos a una “verdad completa” (Juan 15.12-15). Dios Padre y Jesús lo envían para dar testimonio junto con los apóstoles de la muerte y resurrección (Juan 14.26, 15.26-27, Hechos 1.8, 2.1-41). Este testimonio y sus consecuencias son la “verdad” que el Espíritu transmite. Al hacerlo, el Espíritu “convence al mundo” de la veracidad del mensaje: la realidad del pecado, el juicio venidero, y la posibilidad de ser aceptados como justos ante Dios, puesto en la debida relación con él por medio de la muerte y resurrección de Jesús (Juan 16.8, cf Hechos 2.14-39, Romanos 1.16-17, Romanos 5.1-10).
Para los que el Espíritu de la Verdad convence de la realidad de la muerte y resurrección de Jesús, el impacto de este mensaje puede ser el primer paso hacia la fe que inicia una transformación. Es solamente al comenzarla que podemos realmente acercarnos a Jesús ahora. El evangelio revela un misterio profundo: el Espíritu Santo, el Padre y Jesús obran en conjunto (Juan 16.12-15, Mateo 28.18-20). El Espíritu de Cristo es Cristo; es a la vez el Espíritu de Dios (Romanos 8.9-11, Hechos 16.6-10). Así como Jesús y el Padre son uno (Juan 10.30, 10.38, 14.10-11); el Espíritu toma de lo que es del Padre y de Jesús y lo transmite a sus apóstoles (Juan 15.12-15), quienes a su vez lo dan a conocer al mundo.

El Espíritu de la Verdad convence…y transforma.

Por medio del evangelio, las buenas noticias transmitidas originalmente por los apóstoles acerca de la vida, muerte y resurrección de Jesús, el Espíritu de la Verdad sigue convenciendo al mundo que Jesús vive y podemos seguirle ahora como Nuestro Señor.
Además, una vez tomada la decisión de seguir a Jesús en el momento de la entrega del nuevo nacimiento (el bautismo bíblico, Juan 3.3-5), el Espíritu está a lado del cristiano y mora en él. Por medio de su presencia en la vida del cristiano es posible experimentar las palabras de Jesús: “Yo estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo” (Mateo 28.20); por medio del Espíritu de la Verdad, Dios libera al cristiano para contemplar claramente a Jesús y ser transformado a su imagen (2 Corintios 3.14-18, Romanos 8.29). Como seguir a Jesús en la actualidad y comenzar esta liberación es el tema de la próxima entrega. Para asegurarse de recibirla, no olvide subscribirse a este blog. 2

Le agradecemos nuevamente a Damián, cuya pregunta motivó esta serie de respuestas.

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Parte 1 Resurrección de Jesús: La prueba paradójica.

Parte 1 Resurrección de Jesús: La prueba paradójica.

¿Cómo podemos acercarnos a Jesús en nuestra época? Cuando estaba en la tierra “se sentó a la mesa de los pecadores” 3. Fue un Maestro accesible. ¿Pero nosotros tenemos la misma posibilidad?

Una muerte y una resurrección anunciadas de antemano.

Para contestar esta pregunta partimos de la convicción que Jesús no está muerto. Creemos que sigue siendo el Mismo Maestro cercano a los hombres que era, desde la época en que pisaba la tierra en un cuerpo humano, hasta ahora. Él mismo no consideraba que la muerte pondría un fin definitivo a su vida o su misión. De hecho, durante su vida terrenal en varias oportunidades predijo que sería entregado a las autoridades, sufriría y moriría a sus manos, pero luego resucitaría para nunca más volver a morir (ver por ejemplo, Marcos 8.31, 9.30-32, 10.32-34).  ¿Es lógico pensar que Jesús hizo estas predicciones? ¿Y si efectivamente las hizo, ¿por qué vamos a confiar en ellas?¿Se cumplieron? Iremos contestando por partes.
La confiabilidad de la predicción de parte de Jesús de su propia resurrección, y su cumplimiento, pueden constatarse por medio de pruebas fehacientes. Hoy consideremos una, la que se encuentra dentro de los mismos evangelios 2 y puede llamarse la prueba paradójica.

¿Usaba paradojas Jesús?

Paradojas son “expresiones o hechos aparentemente contrarios a la lógica”, o “frases que encierran una aparente contradicción entre sí, como por ejemplo, ‘mira al avaro, en sus riquezas, pobre’ ”. (Real Academia Española). Lo importante de esta aparente contradicción es que comunica una verdad. Un avaro tiene riquezas pero como ser humano puede ser considerado pobre, un miserable.
En las palabras registradas de Jesús la paradoja es evidente. A veces estas aparentes contradicciones se ven en la manera en que Jesús mira las circunstancias cotidianas. Por ejemplo, una viuda pobre que ofrenda como limosna en el templo dos moneditas de escaso valor “da mucho más que los ricos”…porque dio todo lo que tenía para vivir. O una niña de doce años que acaba de morir, para Jesús “está dormida”, ya que sabe que en pocos minutos la resucitará.
Otras veces lo paradójico se hace presente en las enseñanzas de sus sermones o en diálogos que surgen en distintas situaciones. Es como si él viera este mundo como el “reino del revés” y su visión del reino de Dios como la verdadera realidad. Es debido a la óptica de Jesús, que ve desde este segundo plano, que sus afirmaciones suelen ser verdaderas paradojas. Por ejemplo:

“El último será el primero”
“El primero será el último”.
“Amen a sus enemigos…”
“Den y les será dado”.
“El que se enaltece será humillado”.
“El que se humilla será levantado”.
“El más importante entre ustedes será su siervo”.
“El que pierde la vida la encontrará”.

Si nos ponemos a pensar, sabemos que en el mundo en que vivimos…
…el último suele seguir siendo el último, y el que llega primero, el primero.
…amor y enemistad son términos opuestos.
…si uno “da”, ya no tiene lo que dio. No necesariamente recibirá algo para reemplazarlo.
…los que se enaltecen no suelen bajar de su posición de supuesta superioridad.
…los que se humillan, normalmente terminan quedándose abajo.
…los que se consideran importantes no siempre sobresalen por una actitud de servicio.
…y, el que pierde la vida….bueno, la perdió. No hay escapatoria.

Enseñanzas paradójicas, y la paradoja más grande de todas.

En “el reino de Dios” se ve que lo que habitualmente vivimos no corresponde a la realidad que Jesús transmitía.  Él incluyó la última paradoja mencionada, “el que pierde la vida la encontrará” dentro del contexto del primer anuncio de su propia muerte y resurrección. De las palabras registradas de Jesús, el hecho de afirmar que iba a morir para luego vivir son las más contrarias a la lógica.
En esta primera vez que Jesús explica abiertamente a sus apóstoles que la misión del Mesías es ser rechazado, morir y resucitar, también agrega que el que quiere ser su seguidor debe “cargar” con su propia “cruz” 3 para,  de esta manera, “encontrar” la vida (Mateo 16.21, 24-25). Claramente una paradoja, pero totalmente coherente en el contexto de lo que Jesús acaba de decir acerca de su propia muerte y resurrección. En otras palabras, la misión contradictoria del discípulo, la de cargar con la cruz y así perder la vida para poder encontrarla, encaja perfectamente con la manera paradójica en que Jesús a veces enseña. Es una contradicción que encierra una verdad: así como el Mesías morirá y resucitará; sus discípulos deberán cargar con su propia cruz, morir, y así encontrar la vida. Es decir, dentro de esta práctica habitual de recurrir a lo aparentemente contradictorio, Jesús anuncia la paradoja más grande: para vivir para siempre él primero debe morir. Su propia muerte y resurrección se anuncian de una manera que se introduce perfectamente dentro de lo paradójico tan común de sus enseñanzas. Es decir, si sus enseñanzas son auténticas, el hecho histórico de la predicción de su resurrección también lo es. No podemos separar las enseñanzas de Jesús como Maestro, del hecho de que él mismo creía que iba a ser crucificado y luego resucitar. En realidad, si él consideraba que eran genuinas sus enseñanzas, también era completamente sincero en cuanto a la predicción que iba a volver de los muertos el tercer día. Muchos reverencian a Jesús solamente como Maestro; y él mismo no solamente aceptaba este título sino, además, pretendía identificarse con el único que podía vencer la muerte definitivamente: Dios mismo.

Una predicción que estaba presente desde el comienzo.

Desde el comienzo de su ministerio4 , la paradoja de una vida resucitada después de la muerte estaba en la mente de Jesús. Por ejemplo, la primera vez que corrió a los mercaderes corruptos del templo, las autoridades exigieron una señal de su autoridad para obrar así. Les contestó con palabras contrarias a la lógica: “Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar”. Para las autoridades que escucharon esta respuesta, pareció por lo menos un disparate. “Pero él se refería al templo de su cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto y creyeron…” (Juan 2.21-22). Entendían que Jesús no se refería al templo que acaba de limpiar de mercaderes, sino del cuerpo humano donde el Logos

5 se hizo carne (Juan 1.1-2,14).

¿Qué importancia tiene?

Podemos sacar como conclusión que  Jesús estaba convencido que después de muerto volvería a la vida, resucitaría.  Esta predicción encaja demasiado bien con el frecuente estilo paradójico de Jesús para no ser auténtica. Y si sus enseñanzas son verdaderas, y dignas de nuestra confianza, ¿cómo separaríamos esta predicción del resto de sus palabras? Y si se cumplió, si está vivo, volvemos a la pregunta ¿cómo podemos encontrarnos con Él en la actualidad? El primer paso de nuestra respuesta es aceptar que vive. Y si está vivo, ¿por qué sería tan difícil encontrar a un Ser que no reconoce límites humanos? Pasaremos al “cómo” en la próxima entrega.

Agradecemos a Damián por su pregunta que motivó esta serie. 

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