¿Es compatible la reencarnación con la Biblia?  ¿Fue Juan el Bautista la reencarnación de Elías, ya que vino “con su espíritu y poder» según Lucas 1.17?

¿Es compatible la reencarnación con la Biblia? ¿Fue Juan el Bautista la reencarnación de Elías, ya que vino “con su espíritu y poder» según Lucas 1.17?

¿Es compatible la reencarnación con la Biblia?

Según algunas religiones provenientes de la India, los actos, actitudes, pensamientos de cada ser humano generan una energía (karma) que condiciona la reencarnación en vidas posteriores, produciendo un ciclo de muerte y nacimiento que continua hasta poder alcanzar la perfección. El cristianismo se contrapone completamente a esta creencia, ya que “el destino de los hombres es morir una sola vez, después de lo cual viene el juicio” (Hebreos 9.27, Libro del Pueblo de Dios). Puesto que morimos “una sola vez”, no reencarnamos para volver a morir.

¿Alcanzamos eventualmente la perfección como sostiene la reencarnación?

¿Podemos los seres humanos ser perfeccionados por nuestros propios méritos? Las Escrituras enseñan que ningún ser adulto, con la excepción de Jesús, ha vivido sin tacha a los ojos de Dios. Por nuestra faltas personales quedamos destituidos de la presencia salvadora de Dios ante Quien “no hay ningún justo” (Romanos 3.9-23) y en el día del juicio final seremos juzgados por nuestras acciones realizadas durante esta vida (Romanos 2.16, 14.10, 2 Corintios 5.10). Sin un salvador, nos esperaría solamente la condenación; no obstante, Dios puso a nuestro alcance semejante Salvador, Jesucristo, quien entregó su vida inmaculada por los pecados del mundo (Juan 1.29, Hebreos 4.14-15, 9.14). Las Escrituras afirman que no podemos ser salvados del juicio por nuestros propios esfuerzos (Tito 3.3-7); necesitamos de un Salvador.

En cambio, la reencarnación en el fondo afirma que uno mismo, por sus propios esfuerzos, eventualmente puede lograr la perfección a lo largo de una serie de vidas diferentes, y por lo tanto, no necesita de un salvador. Por consiguiente, es una creencia totalmente opuesta a la fe en Jesús como Salvador. No es posible, por una parte, confiar únicamente en Cristo para recibir la salvación, y por otra, apostar a reencarnaciones sucesivas para tener la oportunidad de alcanzar en lo personal una perfección espiritual. Es más, la reencarnación debe considerarse como una enseñanza no solamente falsa sino altamente peligrosa, puesto que crea una esperanza sin fundamento en vidas posteriores, dejando de lado el ser juzgados por Dios por nuestras vidas actuales, las únicas que vamos a vivir sobre esta tierra, ya que morimos “una sola vez”.

¿Qué entonces de la cita de Lucas 1.17, que a veces se emplea para afirmar que Juan el Bautista fue la reencarnación de Elías, ya que vino con “su espíritu y poder”?

Este párrafo del evangelio de Lucas alude a un episodio al final de la vida terrenal de Elías en el cual su discípulo Eliseo le pidió “una doble porción de su espíritu” (2 Reyes 2.9). Eliseo consideraba a su maestro como un padre (2 Reyes 2.11-12), y con esta petición Eliseo expresaba su deseo de ser el heredero espiritual de Elías, ya que una “doble porción” bajo la ley de Moisés era la parte reservada al hijo mayor o primogénito (Deuteronomio 21.17). Acto seguido, Elías ascendió al cielo en una carroza de fuego y Eliseo no lo volvió a ver (2 Reyes 2.11-12). Un poder milagroso terrenal como el de Elías, llamado en el texto “su espíritu”, empezó a manifestarse en Eliseo. A partir de aquel momento él pudo hacer milagros como hacía su maestro (2 Reyes 2.13-15). Cabe aclarar que la Biblia da a entender que Elías no murió; más bien fue llevado al cielo hasta que siglos después fue enviado para hablar con Jesús en el Monte de Transfiguración (Lucas 9.28-30). Al no morir Elías, su espíritu o alma no pudo haberse reincorporado en Juan el Bautista. Por lo tanto, el hecho de que Juan el Bautista tenía el “espíritu y poder” de Elías significa que, igual como sucedió con Eliseo, Juan fue un profeta cuyo poder era comparable al de Elías. Juan no hizo milagros (Juan 10.41), pero Dios le habló en el desierto, y lo que él escuchó del Señor, luego lo comunicó con un poder sobrenatural que atraía incluso a las multitudes hasta lugares deshabitados (Lucas 3.2, Marcos 1.5). Hablaba con el poder propio de un profeta que comunicaba la Palabra de Dios  Altísimo (Lucas 1.76).

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