Apariencias que despiertan sospechas.

La imagen tallada de un esqueleto con guadaña en la mano suele inquietar al que, por vez primera, se cruza con un nicho donde se venera al personaje “San La Muerte”. Al ver algo con apariencia tan nefasta, uno razona, ¡no puede ser de Dios! Seguramente es certera dicha reacción a este extraño culto sudamericano, popular en el litoral argentino y con una presencia en auge en el Gran Buenos Aires. No obstante, la Biblia nos indicará que la certeza del rechazo no radica solamente en lo instintivo. Cuenta la leyenda que un jesuita de la época de Carlos III realizaba obras de bien entre los leprosos, sin contar con la aprobación oficial de la iglesia. Finalmente fue encarcelado por no someterse a las autoridades religiosas. Como protesta, el jesuita hacía ayuno de pie, posición en la cual todavía se encontraba después de fallecer. Por su énfasis en las buenas obras realizadas por el jesuita, esta leyenda le atribuye un origen casi noble a “San La Muerte”. ¿Puede, entonces, haber algo positivo en el culto rendido a su imagen tallada?

Cuando las apariencias engañan: la idolatría.

Para evaluar el culto a San La Muerte es necesario primero entender el término “idolatría”, recurriendo a la Biblia en busca de una definición. Esta investigación nos lleva a la Epístola a los Romanos donde vemos que la idolatría consiste en rendir adoración a cualquier ser humano u otra criatura en vez del Creador. Los idólatras “han cambiado la gloria del Dios inmortal por imágenes del hombre mortal, y hasta por imágenes de aves, cuadrúpedos y reptiles” Romanos 1.23 (ver en el contexto del 1.18-23). “San La Muerte”, aun con su vestimenta de esqueleto con guadaña, no deja de ser la “imagen de un hombre”, y por lo tanto, al rendirle culto, uno incurre en idolatría. La definición que derivamos de la cita de Romanos para “idolatría” es, entonces: “la adoración de la imagen de un ser humano u otra criatura en vez del Creador”. Los únicos dignos de adoración en la Biblia son Dios Padre y el Hijo, por medio de quien “todas las cosas fueron hechas” (Juan 1.3; ver Apocalipsis 4.9-11, 5.11-13), y a quienes nos acercamos “en el Espíritu Santo” (Efesios 6.18). Todos los demás seres son criaturas, no Creador, y al adorarles se comete el pecado de la idolatría. Es más, la Biblia habla directamente de adorar al Padre y al Hijo, no a su “imagen”. En cuanto a “San La Muerte”, la idolatría no consiste en la apariencia posiblemente nefasta del ídolo, como en el caso de “San La Muerte”, sino en el hecho de la adoración en sí. Existen otras imágenes más atractivas, incluso oficialmente aprobadas, que también caen dentro de esta definición. Al venerar a un ser humano, u otra criatura (como por ejemplo, un ángel), se idolatra.

Ídolos vacíos, fachadas que ocultan fuerzas del mal.

En primer lugar, las Sagradas Escrituras no sólo condenan la idolatría sino también hacen hincapié en su inutilidad. Por ejemplo, el Salmo 115.3-8 señala que los ídolos no pueden oír o ver, y por este motivo es inútil intentar comunicarse con ellos. A pesar de que no hay otro Dios fuera del Señor, los hombres incluso fabrican falsos dioses de la misma madera que usan para calentarse (Isaías 44.6-20). En cambio, el Dios verdadero sí recompensa a quienes lo buscan (Hebreos 11.6). Sin embargo, la inutilidad no es el único peligro que acarrea la adoración de ídolos. Aunque un ídolo no es en realidad más que un pedazo de piedra o madera, al rendirle culto, según la Biblia, se adora a un demonio. Esto lo sabemos por la enseñanza del apóstol Pablo en 1 Corintios 10.18-22. En este contexto primero él hace referencia a los legítimos sacrificios a Dios que se realizaban en el Antiguo Testamento. Estos sacrificios eran una especie de “comunión” con el Señor. En cambio el apóstol clarifica que aunque “el ídolo no es nada”, es decir, es solamente un pedazo de algo material, “cuando los paganos [le] ofrecen algo en sacrificio, se lo ofrecen a los demonios”. Pablo no quería que los cristianos de Corinto participasen de la comunión cristiana, por una parte, y por otra, de la comunión con los demonios presentes en la idolatría. Es decir un contacto con lo demoníaco se efectuaba al rendirle culto al ídolo. Debido al origen pagano de la mayoría de los cristianos de Corinto, y el medio ambiente en el cual todavía se movían, ellos tendrían amplias oportunidades para participar del culto a ídolos.

Ídolos que suelen no reconocerse como tales.

Sabiendo esto, cabe afirmar que la práctica de venerar imágenes de cualquier tipo no es justificable por la palabra de Dios, ya que adorar a seres creados resta honor al Creador, una actitud que favorece a las fuerzas espirituales malignas. Sin embargo, la idolatría no consiste solamente en adorar imágenes hechas de piedra, madera, yeso o pintadas en un cuadro. Por ejemplo, la Biblia incluye la avaricia dentro de las actividades que pueden considerarse como idólatras: es “una especie de idolatría” (Colosenses 3.5). El Señor Jesús enseñó: “No pueden servir a Dios y a las riquezas” (Lucas 16.13). Nuestros “apetitos” pueden llegar a ser ídolos no hechos por manos humanas. Pueden llegar a ser nuestro “dios” (Filipenses 3.18-19). Por este motivo Pablo afirma que “no dejaré que nada me domine” (1 Corintios 6.12). El Señor Jesús es “para el cuerpo”, el templo de su Espíritu (1 Corintios 6.13, 6.19) por lo que debemos honrarlo en cuerpo y espíritu (1 Corintios 6.20). Es importante entender que no solamente ídolos materiales, hechos por manos humanas, pueden tener un origen demoníaco, sino también estas otras clases de “idolatría” cotidiana—la avaricia y el hábito de permitir que nuestros apetitos físicos nos dominen. Agradecemos a Silvia su pregunta que motivó esta nota y la siguiente. Esta nota continuará en una segunda parte.

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