El Día Imperial.

La práctica de conmemorar el primer día del mes como el dia “imperial” (sebastē) surgió en el Imperio Romano, en honor al primer emperador, César Augusto (Sebastós era el nombre de Augusto en griego). La conmemoración de este día fue un paso en el desarrollo de una religión que se observaba en todo el imperio, el culto al emperador. De hecho, se construyeron varios templos para adorar a los césares. Esta religión imperial era popular en Asia Menor, donde encontramos las siete iglesias de Asia, las destinatarias del Apocalipsis. Entre los cristianos ya conmemoraban, en vez de un día “imperial”,  el día “del Señor”, (kuriaké) para honrar al Señor Jesús. 

En la isla de Patmos, frente a Efeso, la ciudad donde se encontraba la primera de las siete iglesias, el apóstol Juan recibió la visión que les transmitió a estas comunidades cristianas. Él mismo aclara que esto sucedió “en el día del Señor” (kuriakē):

Estaba yo en el Espíritu en el día del Señor (kuriakē), y oí detrás de mí una gran voz, como sonido de trompeta que decía[: «Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias: a Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea».

Apocalipsis 1.10 NBLA

Cena del Señor y Día del Señor.

En Apocalipsis 1.10 la frase “del Señor” traduce el adjetivo “kuriakē”, que aparece solamente dos veces en la Biblia. También se encuentra en 1 Corintios 11.20 donde está empleado para referirse a la “Cena del Señor”, es decir el acto de compartir el pan y el vino en memoria de Jesús  (ver Lucas 22.19, 22, 1 Corintios 11.20). Aquí “del Señor” se refiere claramente a la  conmemoración que ordenó el Señor Jesús. ¿Podemos afirmar que Jesús es también el Señor a quien se refiere en la frase “día del Señor” en Apocalipsis 1.10?

Evidencia del segundo siglo.

¿Con qué criterios debemos interpretar el término “del Señor” en este versículo? Seguramente debemos hacer lo posible por saber cómo lo entenderían los lectores cristianos de Asia Menor a quienes el Apóstol Juan escribió. Ya que aparece aquí y en 1 Corintios 11.20 por primera vez en la literatura cristiana, no tenemos casos anteriores para consultar. Sin embargo, sí se encuentra la misma frase, “día del Señor” (kuriakē), entre los cristianos en el mundo mediterráneo del segundo siglo cerca del tiempo en que Juan escribió el Apocalipsis.
Vamos a ver dos de las citas más tempranas. 

1. Ignacio, fallecido entre los años 107-109 d. C. Para contrarrestar a opositores judíos del cristianismo, él afirma que los cristianos “ya no practican el sábado pero viven de acuerdo con el día del Señor”(kuriakē).

2. La epístola de Bernabé 15.8-9, escrito entre el 70 y el 130 después del nacimiento de Jesús.
«Por último, les dice: Vuestros novilunios y vuestros sábados no los aguanto. Mirad cómo dice: No me son aceptos vuestros sábados de ahora, sino el que yo he hecho, aquél en que haciendo descansar todas las cosas, haré el principio de un octavo, es decir, el principio de otro mundo. Por eso justamente nosotros celebramos también el día octavo con regocijo, por ser día en que Jesús resucitó de entre los muertos, y después de manifestado, subió a los cielos.» 

Ambas citas demuestran que en el segundo siglo ya se marcaba una diferencia entre la observación del sábado judío y el “día del Señor” cristiano. Veamos otra a mediados del siglo segundo.

La primera descripción de una reunión cristiana.

Justino Mártir, quien escribe en el año 150, ha dejado registrado la primera descripción de una reunión cristiana. En su Segundo apología, párrafo 67, Justino escribió acerca de “el primer día de la semana”: 

Desde aquel tiempo siempre hacemos conmemoración de estas cosas, y los que tenemos [bienes] socorremos a todos los necesitados y siempre estamos unidos los unos con los otros. Y en todas las ofrendas alabamos al Creador de todas las cosas por su Hijo Jesucristo y por el Espíritu Santo. Y en el  día que llaman del Sol (Domingo) se reúnen en un mismo lugar los que habitan tanto las ciudades como los campos para leer los comentarios de los apóstoles o los escritos de los profetas por el tiempo que se puede. Después, cuando ha terminado el lector, el que preside toma la palabra para amonestar y exhortar a la imitación de cosas tan insignes. Después nos levantamos todos a la vez y elevamos [nuestros] preces y acción de gracias, y el pueblo aclama Amen, y la comunicación de los [dones] sobre los cuales han recaído las acciones de gracias se hace por los diáconos a cada uno de los presentes y los ausentes. Los que abundan [en bienes] y quieren dar a su arbitrio lo que cada uno quiere, y lo que se recoge se deposita en manos del que preside, y él socorre a los huérfanos y a las viudas y a aquellos que, por enfermedad o por otro motivo, se hallan necesitados, como también a los que se encuentran en las cárceles y a los huéspedes que vienen de lejos; en una palabra toda el cuidado de todos los indigentes. Y en el día del Sol (Domingo) todos nos juntamos, en parte porque es el primer día en que Dios, haciendo volver la luz y la materia, creó el mundo, y también porque en ese día Jesucristo nuestro Salvador resucitó de entre los muertos. Lo crucificaron en efecto, el día anterior al de Saturno (Sábado), y al día siguiente, o sea el del Sol (Domingo) apareciéndose a los apóstoles y discípulos, enseñó aquellas cosas que por nuestra parte hemos entregado a vuestra consideración.

Estas palabras de Justino Mártir nos recuerdan la reunión dominical de Hechos 20.7, “el primer día de la semana nos reunimos para partir el pan”. Aquí “partir el pan” se refiere a la Cena del Señor. 

Para fines del segundo siglo en los demás escritos cristianos conocidos, el día kuriakē (“del Señor”) significaba directamente “domingo”. Ya que los cristianos tampoco conmemoraban el día imperial (sebastē) en honor del César, recordar al domingo como día para adorar al Señor Jesús también podría entenderse como una afirmación de fe: para los cristianos, César no es el Señor a quien adoran, ya que para ellos Jesús es su Señor. 

Resumiendo esta evidencia del segundo siglo, dos factores podrían haber contribuido a que el día domingo se reconociera como perteneciente al Señor Jesús:

  • el hecho de diferenciarse de los judíos quienes guardaban el sábado, y,
  • el rechazo al culto imperial en el cual se adoraba al César en el día “imperial”.

Gracias a esta evidencia no mucho posterior al momento en que Juan escribió el Apocalipsis, podemos afirmar que los destinatarios del Apocalipsis entenderían que Juan estaba “en el Espíritu” el día del Señor, es decir, el domingo. 

¿Por qué el “octavo día” es el domingo?

En el párrafo previamente citado de la “epístola de Bernabé” la alusión al “octavo” día como domingo es un ejemplo de la práctica de calcular los días de la semana como ocho, empezando y terminando con el domingo. Encontramos evidencia de esta práctica de la época en el evangelio de Juan. Leemos en Juan 20.1 y 20.19 que Jesús resucita “el primer día de la semana” y aparece a los apóstoles reunidos, sin la presencia del apóstol Tomás. Luego, “ochos días después” Jesús se les aparece por segunda vez a los apóstoles reunidos, esta vez con Tomás presente (Juan 20.26; ver Reina Valera 1960, Biblia de las Américas). Aquí la frase “ocho días después” está traducida en la NVI como “una semana después” adaptando el uso de la época al lenguaje del lector moderno. Es decir, en estos dos primeros domingos los apóstoles reunidos experimentaron la presencia del Señor Jesús resucitado. Estas dos reuniones dominicales registran quizás el origen de la práctica de reunirse los días domingos para partir el pan (Hechos 20.7).

Los cristianos tomamos la Cena del Señor (1 Corintios 11.20) en el Día del Señor (Apocalipsis 1.10), el día en que Jesús resucitó, coincidiendo estos únicos dos usos en la Biblia del adjetivo kuriakē (del Señor) para referirse a Jesús como El Señor. 

Como conclusión, podemos entender que la práctica de reunirse los domingos (día del Señor) para tomar la Cena del Señor se remonta al día domingo en que Jesús resucitó, cuando Él señoreó sobre la muerte. ¡La venció para siempre ese día y ahora vive!
El segundo domingo, al darse cuenta de la victoria de Jesús sobre la muerte, el apóstol Tomás no pudo más que reconocer a Jesús como “¡Señor mío y Dios mío”! (Juan 20.28, NBLA) ¡Hagamos nosotros lo mismo!

Agradecemos a Juan, Ruben y Adrián quienes motivaron esta nota sobre el domingo como Día del Señor. 

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