En la Parte 1 de esta respuesta exploramos un poco en torno al concepto de la relación de pareja en la cultura grecorromana clásica. Para entender el impacto del cristianismo sobre el concepto del matrimonio en este ambiente, debemos remontarnos a sus raíces hebreas.

El Tanaj hebreo y las Escrituras Griegas

La Biblia cristiana puede dividirse en el Tanaj hebreo (el Antiguo Testamento) y las Escrituras Griegas (el Nuevo Testamento). El Tanaj es la recapitulación de diversas obras escritas a lo largo de los siglos, las que los creyentes actuales aceptamos como revelación divina.
Al inicio del Tanaj, el Génesis relata el primer matrimonio, entre Adán y Eva, una unión cuyo inicio no cuenta con evidencia de ceremonia alguna (Génesis, capítulo 1 y 2). El Génesis también narra las historias de los patriarcas hebreos, quienes se casaron sin recurrir a un registro civil u otras modalidades convencionales. Por ejemplo, después de la muerte de Sarah, la esposa de Abraham, el hijo de ambos, Isaac, llevó a su comprometida, Rebeca, “a la carpa de Sara, su madre y la tomó por esposa…. y así él se consoló de la muerte de su madre” (Génesis 24.67). Para no ser vista por Isaac antes de casarse, Rebeca se cubrió con un velo (Génesis 24.65), acción que con el tiempo se convirtió en una práctica común entre las novias en el momento de casarse. Este relato del Génesis deja la sensación que no hubo ceremonia nupcial entre Isaac y Rebeca, pero la Biblia los presenta claramente como un matrimonio. Con el correr de los siglos, Levítico, el tercer libro de la Torá (la “Ley de Moisés”), definió estrictamente las relaciones de pareja permitidas según la revelación divina y las que no lo eran. En Levítico solamente ciertas uniones heterosexuales eran legítimas; las uniones entre varones condenadas. Con el tiempo la tradición rabínica entendió que esta prohibición también abarcaba la unión entre mujeres.

Jesús y la herencia del Tanaj

Cuando avanzamos varios siglos hasta la época de Jesús, es necesario reconocer que él vivió toda su vida dentro de los límites culturales y geográficos del judaísmo, en lo que en la actualidad es el país de Israel.
En sus enseñanzas Jesús no disentía con la ley de Moisés y los profetas judíos en cuanto a la relación de pareja. Más bien, él buscaba cumplir la ley de Moisés, es decir, presentarlo en su verdadero sentido (Mateo 5.17). Asimismo, él aclaró que el infringir las leyes mosaicas en cuanto a la fidelidad conyugal entre hombre y mujer era un mal que nacía del corazón: era más profundo que la simple acción del adulterio (Mateo 5.27-30, Marcos 7.21-23). Por otra parte, no hacía falta que él enseñara acerca de las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo, ya que en el contexto judío en el cual él se movía, tales uniones directamente no se permitían y eran condenables. Es en este contexto judaico donde se registran las enseñanzas de Jesús en la segunda parte de la Biblia, el Nuevo Testamento, específicamente en los primeros cuatro libros: los Evangelios. El resto del Nuevo Testamento relata hechos posteriores a su resurrección y define aún más la enseñanza cristiana con respecto a la legitimidad en las relaciones sexuales.

Un movimiento que supera los límites geográficos y culturales de Israel

Después de la resurrección de Jesús, con el tiempo la composición del “pueblo de Dios” dejaría de ser estrictamente judía para abarcar a personas de distintos orígenes étnicos y culturales que reconocen a Jesús como Señor. Esta comunidad internacional se llamaría “la Iglesia”, la cual Jesús se había propuesto “construir” entre personas de todas las naciones (Mateo 16.18, 28.18-20). Sin embargo, estaba en los planes de Dios comenzar dicha construcción internacional después de la resurrección y ascensión de Jesús. Los primeros apóstoles serían “testigos de su resurrección” (Hechos 1.7-8, 21-22; ), ya que la existencia de la Iglesia dependería de la muerte, resurrección y ascensión de Jesús al cielo. Desde allí, nuevamente reunido con el Padre como soberano del universo, Jesús enviaría al Espíritu Santo a la tierra; el Espíritu junto con los apóstoles son los “testigos de la resurrección de Jesús” (Hechos 5.32), el hecho histórico que confirma la veracidad de sus enseñanzas y autoridad como Hijo de Dios.

El apóstol a las naciones

Después de la resurrección de Jesús, un personaje clave que Él empleó en la difusión de su movimiento fue el “apóstol a las naciones”, Pablo. Cuando Jesús llamó a Pablo (c. 33 AD), éste era su enemigo intransigente. De hecho, en el momento de su llamamiento, Pablo iba camino a encarcelar a los cristianos cuando un encuentro directo con el Jesús resucitado puso en evidencia su error. Así, a la fuerza él tomó conciencia de que Jesús no fue solamente un hereje crucificado; a Pablo se le había aparecido un ser viviente, el Señor resucitado de entre los muertos y eternamente vivo (ver Hechos 9.1-18, 22.1-21, 26.9-18). Ante esta evidencia, Pablo se transformó de perseguidor acérrimo de los cristianos en promotor infatigable de la fe en Jesús. Su nuevo Señor le asignó una misión única: “te envío a las naciones” (Hechos 22.21). ¿En qué consistían las naciones? ¿A dónde mandó Jesús a Pablo? ¿Qué pasaría cuando este apóstol a los gentiles, formado en la Torá de Israel, se encuentra con la cosmovisión grecorromana en cuanto a las relaciones sexuales?
Leeremos de la misión del apóstol Pablo a los Naciones y cómo definió la legitimidad en la relación de pareja en la próxima entrega.

Deseamos expresar nuestro agradecimiento a Nicole y a otras personas por haber motivado esta respuesta.

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