«…pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua«.
El Apóstol Pedro usó el ejemplo del arca de Noé para ayudarnos a entender cómo Dios nos ofrece la salvación. Según Pedro, Dios esperaba con paciencia mientras Noé construía el arca, ya que el arca iba a ser el instrumento para lograr la salvación de ocho personas:
…Dios esperaba con paciencia mientras se construía la barca, en la que algunas personas, ocho en total fueron salvadas por medio del agua. 1 Pedro 3.20
Normalmente cuando pensamos en la salvación de la familia de Noé, decimos que fueron salvados del diluvio por medio del arca. Sin embargo, esto no es lo que nos está diciendo Pedro. Dice claramente que Noé y su familia fueron salvados «por agua»*1 o «por medio del agua». ¿Cómo podrían ser salvados por medio del agua si era justamente el agua la que destruyó la tierra? El relato del diluvio en Génesis ayuda a aclarar esta duda: Y fue el diluvio cuarenta días sobre la tierra; y las aguas crecieron, y alzaron el arca, y se elevó sobre la tierra. Génesis 7.17*
Aquella agua que destruyó la tierra, es la misma que levantó el arca encima de ella para que los ocho seres humanos que estaban adentro no perdieran sus vidas. El apóstol Pedro dice que la salvación de Noé y su familia «por medio del agua» representa nuestra propia salvación, también por medio del agua, hoy en día:
Y aquella agua representa el agua del bautismo, por medio del cual somos salvados. El bautismo no consiste en limpiar el cuerpo, sino en pedirle a Dios una conciencia limpia y nos salva por la resurrección de Jesucristo. 1 Pedro 3.21
¿Qué tiene que ver el bautismo con la salvación? Ya que Pedro dice que la historia del arca es una figura representativa del bautismo, podemos contestar esta pregunta con otra parecida: ¿qué tenían que ver el arca y el diluvio con la salvación de Noé y su familia? En primer lugar, la Biblia nos enseña que fue la fe de Noé la que lo motivó a construir el arca:
«Por fe, Noé, cuando Dios le advirtió que habrían de pasar cosas que todavía no podían verse, obedeció y construyó la barca para salvar a su familia. Y por esa misma fe, Noé condenó a la gente del mundo y alcanzó la salvación que se obtiene por la fe«. Hebreos 11.7
Aquí vemos claramente que la fe de Noé fue una fe obediente. Noé era «un hombre muy bueno, que siempre obedecía a Dios«. Por eso, cuando Dios le dijo cómo debía construir el arca, «Noé hizo todo tal como Dios se lo había ordenado» (Génesis 6.9, 22). Noé no preguntó: «¿Por qué tengo que construir un arca para salvarme del diluvio? ¿No podría Dios llevarme a la montaña más alta del mundo para salvarme? ¿No podría yo ir a un país lejano para evitar el diluvio? ¿No bastaría el hecho de creer que Dios va a mandar un diluvio, y tomar mis propias medidas para evitarlo?». No, Noé creyó, y porque creyó realmente, evitó su destrucción de la manera que Dios le había especificado. De la misma manera no nos corresponde hoy en día preguntar por qué Dios nos salva por medio del agua del bautismo, y no antes de bautizarnos o sin bautizarnos. Así como sucedió en la época de Noé, Dios es el que pone las condiciones, no nosotros. Esta es la actitud de una fe obediente.
La Biblia aclara que es la fe la que obra en el momento del bautismo y nos salva, ya que el bautismo consiste en «pedirle a Dios una conciencia limpia» (1 Pedro 3.21). Colosenses 2.12 dice que cuando los hombres se sumergen en agua al bautizarse, son sepultados con Cristo y resucitados con El, «porque creyeron en el poder de Dios, que lo resucitó«. Pedro también dice que somos salvados al bautizarnos, «por medio de la resurrección de Jesucristo«. Verdaderamente, lo que nos salva en el momento del bautismo es la fe en la muerte y la resurrección de Jesucristo.
Esta pregunta: «¿Por qué nos salva el bautismo?» nos obliga a considerar otra: «Por qué nos salva la resurrección de Jesucristo?».
En primer lugar, necesitamos ser salvados porque todo hombre se aleja de la presencia de Dios y muere espiritualmente. El Apóstol Pablo nos da a entender que hasta el momento en que él tomó conciencia de los mandamientos de Dios, tenía vida, pero al tomar conciencia de la voluntad de Dios, llegó a ser responsable de sus actos de desobediencia, muriendo espiritualmente:
«Hubo un tiempo en que, sin la ley, yo tenía vida; pero cuando vino el mandamiento, cobró vida el pecado, y yo morí…» Romanos 7.9
Cuando llegamos a una edad en que gozamos de libre albedrío y somos responsables de nuestros actos también en algún momento desobedecemos a Dios y pecamos. Romanos 3.21 nos dice que «todos hemos pecados y estamos lejos de la presencia salvadora de Dios«. Al alejarnos de la presencia de Dios, nos alejamos de la fuente de la vida y morimos espiritualmente. Como Pablo acaba de decir, «cobró vida el pecado, y yo morí..» Por eso, Romanos 6.23 nos dice que «el pago que da el pecado es la muerte«.
Todo ser humano que es responsable de sus acciones, ha desobedecido a Dios y está bajo una sentencia de muerte. Si bien es cierto que Dios es Amor (1 Juan 4.8), no debemos olvidarnos de que Dios es como un «fuego que todo lo consume» (Hebreos 12.29). Si El dicta que el hombre debe morir por sus pecados, esa sentencia debe cumplirse. «Qué bueno es Dios, aunque también qué estricto» (Romanos 11.22). Ya que Él es el Juez de toda la tierra (Génesis 18.25), Dios debe exigir el cumplimiento de la sentencia: «el pago del pecado es la muerte». Sin embargo, ya que Él es amor, debido a su bondad, Dios no quiere que el hombre se pierda eternamente. Por lo tanto, Él Mismo viene en forma de su Hijo, para recibir el pago del pecado. Aunque Él mismo nunca pecó, murió en nuestro lugar para librarnos de la sentencia de muerte contra todo pecador:
«Cristo no cometió pecado alguno; pero por causa nuestra, Dios lo trató como al pecado mismo, para así, por medio de Cristo, librarnos de culpa» 2 Corintios 5.21
Luego, Jesús vence a la muerte, resucitando para darnos la posibilidad de una vida nueva.
Hemos visto el por qué de la muerte de Jesús. Su muerte termina en la resurrección, y entender la relación entre estos dos sucesos es necesario para poder contestar nuestra pregunta: «¿Por qué nos salva la resurrección de Jesucristo?» Nos salva porque si primero morimos con Él, también volvemos a la vida con Él, participando de una existencia en que nuevamente estamos en comunión con Dios (Ver Romanos 6.3–5).
Sin embargo, esta vida nueva, que empieza con el perdón de nuestros pecados, es solamente posible si tenemos una fe obediente como la que tenía Noé.
¿Cómo podemos entender la fe obediente de Noé y compararla con nuestra propia salvación?
- Para salvarse del diluvio, Noé primero tenía que creer que Dios iba a mandar un diluvio para destruir la tierra. De la misma manera, no podemos obtener el perdón de nuestros pecados si no creemos que somos pecadores y que el pago del pecado es la muerte.
- Con una fe obediente Noé confió en la promesa de Dios. Dios lo iba a salvar del diluvio por medio de las aguas que alzarían el arca por encima de la destrucción. Nosotros también debemos confiar en que Dios sí puede aceptarnos como justos por medio de la muerte y la resurrección de Jesús.
Pues, por nuestra fe, Dios nos acepta como justos también a nosotros, los que creemos en aquel que resucitó a Jesús, que fue entregado a la muerte por nuestros pecados y resucitado para librarnos de culpa. Romanos 4.24-25
El hombre que no confía en el poder de Dios que resucitó a su Hijo y que nos acepta como justos, perdonando nuestros pecados, no puede tener una fe obediente: desconfía de la promesa de Dios.
- El último elemento de la fe obediente de Noé fue la construcción del arca. Sin el arca, Noé no podría haberse salvado de la destrucción del diluvio, por más que hubiera huido a otro país, o subido hasta la cima del monte más alto. El arca fue el medio por el cual Dios envió la salvación a Noé y su familia. Él puso las condiciones y no hubiese aceptado otras, por más que pareciesen lógicas y factibles. La obediencia es una parte fundamental de la fe en Dios como Señor y Amo del Universo. Él merece nuestra obediencia por ser el único Dios. Si no aceptamos la salvación de la manera en que Él la ofrece, nuestra fe no es una fe obediente, y por lo tanto no es el tipo de fe que nos puede salvar. De ahí que, cuando la Biblia nos dice que el bautismo nos salva por medio de la resurrección de Jesucristo, no podemos suponer que podemos ser salvados por medio de la resurrección de Jesucristo antes de bautizarnos, o sin el bautismo. Cuando Dios llama a una persona, una fe obediente se arrepiente de sus pecados y se bautiza para que sean perdonados (Hechos 2.38-39). Las condiciones que Dios pone no son discutibles.
Las tradiciones de los hombres
En la época en que Jesús vivía, dijo una vez a alguna personas muy religiosas: «De nada sirve que me rindan culto: sus enseñanzas son mandatos de hombres. Porque ustedes dejan el mandato de Dios para seguir las tradiciones de los hombres» (Marcos 7.7-8). Hoy en día muchas personas religiosas, con frecuencia bienintencionadas, siguen tradiciones humanas con respecto a la salvación que Dios nos ofrece por medio de Jesús. Por ejemplo, han cambiado la importancia que Dios dio al bautismo como medio por el cual somos salvados. En esencia hay dos tradiciones humanas muy difundidas con respecto al bautismo: una que es practicada por la Iglesia Católica y otra que comúnmente se enseña en las Iglesias Evangélicas. Las dos son solamente tradiciones que utilizan parte de la verdad, pero dejan de lado otra parte. No son el bautismo que encontramos en el Nuevo Testamento. Consideremos ambas tradiciones:
La tradición católica. Según la Iglesia Católica, el bautismo nos salva, así como enseña la Biblia en 1 Pedro 3.21. Sin embargo, hemos visto que lo que nos salva en el bautismo es nuestra fe en la muerte y la resurrección de Jesucristo. «El bautismo no consiste en limpiar el cuerpo, sino en pedirle a Dios una conciencia limpia» (1 Pedro 3.21). Lógicamente, un bebé no puede pedirle a Dios una conciencia limpia, porque todavía no tiene noción de lo que es el pecado. «El bautismo no consiste en limpiar el cuerpo«, y por más que algunas gotas de agua se deslicen sobre la cabeza del bebé que se bautiza, el rito del bautismo no pide una conciencia limpia a Dios, y por lo tanto, realmente no es un bautismo. Según la Iglesia Católica, el bebé debe bautizarse para evitar el castigo del pecado original. Sin embargo, la Biblia enseña que el pecado no puede heredarse: «Sólo aquel que peque morirá. Ni el hijo ha de pagar por los pecados del padre, ni el padre por los pecados del hijo» (Ezequiel 18.20). Solamente cuando entiendo que soy un pecador y necesito de la salvación de mi alma, y confío en que Dios sí puede salvarme por medio de su Hijo, sólo entonces puedo recibir la salvación mediante la fe, al morir y resucitar con Jesús al bautizarme.
Vamos a suponer que Dios no destruyó el mundo por medio del diluvio y que nunca le dijo a Noé que debía construir el arca para salvarse. ¿No sería ridículo si un día a Noé se le ocurre construir una nave grande lejos de donde hay agua y meterse adentro para salvar su vida? Sin el diluvio, él no hubiera tenido por qué construir el arca. No obstante, algo parecido pasa con el bautismo de bebés. Según la Biblia, uno es responsable por sus pecados solamente cuando toma conciencia de los mandatos de Dios (Romanos 7.9). Debemos bautizarnos para que nuestros pecados sean perdonados, y antes de bautizarnos debemos arrepentirnos (Hechos 2.38-39). Lógicamente un bebé no puede arrepentirse de algo que no entiende, y si no es responsable de sus actos todavía, tampoco tiene pecados que pueden ser perdonados por medio del bautismo. El bautismo de bebés construye el arca sin la amenaza del diluvio.
Jesús dijo que para entrar en el Reino de Dios hay que cambiar y volver a ser como niños (Mateo 18.3), y que el Reino de Dios es de quienes son como ellos (Marcos 10.14). Solamente cuando llegamos a ser pecadores debemos buscar el perdón de nuestros pecados. Cuando uno deja de ser niño, llegando a ser responsable de sus actos, debe volver a ser como niño, naciendo de nuevo por medio del agua y del Espíritu al bautizarse para entrar en el reino de DIos (Juan 3.3-5). Bautizar a los niños es una tradición humana que no se encuentra en la Biblia. Jesús dijo que las tradiciones humanas que se hacen pasar por mandados de Dios son inválidas.
Vale la pena agregar que la palabra griega traducida como “bautizar” es baptizein, que significa “sumergir”, hecho que explica por qué la forma original del bautismo era “inmersión” en agua. Al sumergirse en el agua, por medio de la fe uno muere espiritualmente: es crucificado y sepultado con Cristo, y también por medio de la fe, resucita con Él al salir del agua para comenzar otra vida (Colosenses 2.12, Romanos 6.1-11, Gálatas 2.20). Por lo tanto, la forma original y bíblica del bautismo, inmersión, es una entrega de fe para unirse con Jesús en la obra salvadora de su muerte y resurrección. Lo que la tradición más difundida practica no es una entrega de fe, puesto que el bebé no cree todavía. Posiblemente esta realidad explique en parte el cambio de la práctica original de «inmersión» por la actual de «aspersión» de agua encima de la cabeza, la cual no representa por medio de la acción la muerte y resurrección, y tampoco requiere fe de parte del niño para realizarse.
La tradición evangélica. Las iglesias evangélicas se llaman así porque dicen que predican el evangelio, o sea, las buenas noticias, y hasta cierto punto hacen exactamente eso. Predican que la salvación viene solamente por Jesucristo, que recibimos la salvación por medio de la fe en Él y que Dios nos da la salvación gratuitamente. Además, muchas iglesias evangélicas bautizan a personas que tienen fe, o sea, a adultos. También suelen bautizar por inmersión, práctica que coincide con el significado original de la palabra griega baptizein (sumergir).Todo esto está de acuerdo con lo que la Biblia nos enseña acerca de la voluntad de Dios.
Sin embargo, muchas iglesias evangélicas dicen que el bautismo no salva. Enseñan que la persona que tiene fe antes de bautizarse, o sin bautizarse, se salva igual. Esto contradice 1 Pedro 3.21 que dice: «El bautismo nos salva«.
Para muchas iglesias evangélicas el bautismo es un «testimonio» que da la persona que tiene fe, pero no es necesario para la salvación. La Biblia nunca dice que el bautismo es un testimonio. Es muy común en las iglesias evangélicas enseñar que el bautismo es un «acto de obediencia», pero que no nos salva. Sin embargo, para que el bautismo se realice con la fe obediente que Dios pide, debería hacerse con la convicción de que en ese momento se recibe por primera vez el perdón de los pecados, el Espíritu Santo, y la salvación. Si una persona cree que ya está salvada, que Cristo ya lavó sus pecados, antes de bautizarse, ¿puede recibir el perdón de sus pecados y la salvación en el momento de su bautismo? Según 1 Pedro 3.21 en el momento del bautismo la persona pide a Dios una conciencia limpia. Según Hechos 2.38 nos bautizamos para que nuestros pecados sean perdonados. Si uno cree que Dios ya lo ha perdonado, antes de bautizarse, si cree que ya está salvado sin bautizarse, lógicamente en el momento de su bautismo no puede tener fe en que Dios está limpiando su conciencia de todos sus pecados anteriores, ni que en ese momento Dios le da la salvación.
Otra enseñanza muy común entre las iglesias evangélicas es que el bautismo solamente simboliza la muerte y la resurrección de Cristo. Sin embargo, la Biblia no dice que el bautismo es un simbolismo; dice más bien que cuando uno se bautiza, por medio de la fe muere, se entierra y resucita con Cristo. No dice que es algo simbólico sino que por medio de la fe entramos en unión juntamente con Cristo en su muerte y su resurrección. Es una realidad espiritual hecha posible por medio de la fe; no es un simple simbolismo. «Al ser bautizados, ustedes fueron sepultados con Cristo, y fueron también resucitados con él, porque creyeron en el poder de Dios que lo resucitó» (Colosenses 2.12). El versículo siguiente, Colosenses 2.13, nos dice que el momento de resucitar con Cristo, y empezar a vivir con Él, es el punto del perdón, cuando Dios nos purifica de todo pecado. ¿Puede una persona recibir el perdón de sus pecados antes de morir y resucitar con Cristo?
Si un creyente evangélico piensa que el bautismo solamente simboliza una salvación que recibió antes de bautizarse, no puede pensar que está entrando en unión con Jesús en su muerte en el momento de bautizarse. Piensa más bien que esta unión se logró de alguna manera antes del bautismo. Según esta «tradición evangélica», ¿cómo se logra la unión con Cristo sin bautizarse? Comúnmente se enseña que por medio de una oración uno puede «entregarse» al Señor o «recibir» al Señor. A veces esta oración se llama la «oración de entrega» o la «oración del pecador». La llamada «oración de entrega» no aparece en la Biblia; es parte de de una tradición evangélica que sostiene que uno puede ser salvado antes de bautizarse, o directamente sin el bautismo. Si uno piensa que ya está salvado antes de bautizarse, tampoco puede, por medio de la fe pedir el perdón de sus pecados mediante el acto del bautismo. Según el Nuevo Testamento la única manera en que uno puede morir y resucitar juntamente con Cristo es mediante la fe en el momento de bautizarse.
Volvamos al ejemplo de Noé. Supongamos que Dios le advierte a Noé acerca del diluvio y le dice cómo construir el arca para salvarse a sí mismo y a su familia. Y Noé efectivamente construye el arca, pero no lo hace todo tal como Dios se lo había ordenado. Sencillamente no sería como sucedió, porque sabemos que Noé sí «hizo todo como Dios se lo había ordenado» (Génesis 6.22). No sabemos lo que habría pasado si Noé no hubiera usado la madera resinosa que Dios mandó o si no hubiera tapado con brea todas las rendijas de la barca por dentro y por fuera (Génesis 6.14), o si hubiera hecho el arca con dimensiones distintas de las que Dios mandó. ¿Dios habría hecho que el arca flotara igual? No sabemos. Pero sí podemos afirmar que al construir el arca de una manera no ordenada por Dios, Noé no hubiera sido el hombre que siempre obedecía a Dios (Génesis 6.9).
Comparemos el ejemplo de Noé con la salvación que nos ofrece Jesús. No debemos suponer que el amor de Dios nos salvará, sabiendo que Él es también un fuego que todo lo consume. Si Dios nos ofrece la salvación gratuitamente, debemos aceptarla de la manera que Él nos la ofrece, es decir: en el momento de bautizarnos, no antes o después. Cambiar esta condición, es nuevamente, hacer pasar una tradición humana por un mandato de Dios.
¿Tradiciones humanas u obediencia a Dios?
Según Efesios 4.5 existe «un bautismo», ¿pero lo que se suele practicar actualmente en las distintas ramas del cristianismo es ese único bautismo? La Iglesia Católica enseña que primero la persona se bautiza y se salva, y luego, en algún tiempo futuro llega a creer y confirma su bautismo. En cambio, muchas iglesias evangélicas enseñan que primero uno cree y es salvado y luego, en algún momento se bautiza, pero no para alcanzar la salvación, porque fue salvado antes. La Biblia NO ENSEÑA que uno se salva al bautizarse sin creer (la posición católica); TAMPOCO enseña que uno cree y es salvado y luego se bautiza (una posición difundida entre iglesias evangélicas). La Biblia sí ENSEÑA que al bautizarnos le pedimos a Dios una conciencia limpia (1 Pedro 3.21), lavándonos de nuestros pecados (Hechos 2.38-39; 22.16), cuando por medio de la fe en ese momento morimos y resucitamos con Jesucristo (Colosenses 2.12; Romanos 6.3-5), recibiendo la salvación (1 Pedro 3.21; Tito 3.3-7), al nacer de nuevo del agua y del Espíritu (Juan 3.3-5), pasando a formar parte del cuerpo de Cristo, o sea, la Iglesia (1 Corintios 12.13).
Dios es el que pone las condiciones de nuestra salvación; no tengamos la osadía de cambiarlas. Si usted se bautizó según las enseñanzas de alguna tradición humana, no es tarde para mostrar su amor y reverencia hacia Dios, aceptando la salvación que Él nos ofrece, respetando las condiciones que Él ha determinado. Antes de unirse a la muerte y resurrección de Jesús por medio de la fe en el momento de bautizarse, es importante que usted medite en su necesidad de perdón de pecados ante los ojos de Dios. Es fundamental que esté convencido que Jesús murió y resucitó para salvarlo (Gálatas 2.20). Es necesario que entienda la necesidad que usted tiene de un Salvador (Hechos 4.12). Debe elaborar un cambio de actitud con respecto a su relación con Dios, comenzar una transformación que se conoce como el «arrepentimiento» o la «conversión» (Hechos 2.38-29). En otras palabras es necesario que usted medite bien en el compromiso que asume con este acto de entrega. Jesús vino no solamente como nuestro Salvador sino también nuestro Señor. Al morir y resucitar con Cristo, Él nos salva y empezamos a vivir de ahi en más con Él como nuestro Señor. Estamos a su disposición para explicar mejor las bendiciones y las responsabilidades de la vida cristiana.
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