Parte 4 Resurrección: ¿Por qué es el paso necesario de una verdadera liberación?

Parte 4 Resurrección: ¿Por qué es el paso necesario de una verdadera liberación?

Seguimos respondiendo la pregunta que empezamos a contestar en tres entregas anteriores: ¿Cómo podemos acercarnos a Jesús en nuestra época? Cuando estaba en la tierra “se sentó a la mesa de los pecadores”. Fue un Maestro accesible. ¿Pero nosotros tenemos la misma posibilidad?

La obra del otro Defensor convencer y transformar.
En la entrega dos de esta serie vimos que la obra del Espíritu Santo es doble: convence transforma. Primero convence a la persona que escucha el evangelio que Jesús ha muerto y resucitado y hasta el día de hoy podemos seguirle como Nuestro Señor. Luego transforma al cristiano nuevo a la largo de la vida para ser como Jesús. Leemos de estas dos etapas de la obra del Espíritu en 2 Corintios 3.13-18. Para explicarlo, el autor, el apóstol Pablo recurre a un episodio de la vida de Moisés.

13 No hacemos como Moisés, quien se ponía un velo sobre el rostro para que los israelitas no vieran el fin del resplandor que se iba extinguiendo. 14 Sin embargo, la mente de ellos se embotó, de modo que hasta el día de hoy tienen puesto el mismo velo al leer el antiguo pacto. El velo no les ha sido quitado, porque solo se quita en Cristo.15 Hasta el día de hoy, siempre que leen a Moisés, un velo les cubre el corazón. 16 Pero, cada vez que alguien se vuelve al Señor, el velo es quitado. 17 Ahora bien, el Señor es el Espíritu; y, donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. 18 Así, todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu. (2 Corintios 3.13-18)

Pablo hace alusión a un episodio del Antiguo Testamento que relata la experiencia de Moisés durante los años de Israel en el desierto. Como representante del pueblo de Israel, Moisés entraba en la carpa del encuentro para tomar contacto con la gloria de Dios y saber la voluntad divina (Éxodo 34.34-35). Después de entrar así en contacto con la gloria de Dios, al salir de la carpa el rostro de Moisés brillaba tanto que y era necesario taparlo con un velo hasta que desapareciera esta “gloria”.
Ahora el apóstol Pablo toma esta experiencia y la compara con la diferencia entre los dos pactos, el antiguo, de la ley de Moisés, y el nuevo pacto, el Nuevo Testamento que traía Jesús. El apóstol dice que los judíos que no han llegado a creer que Jesús es el Mesías, tienen la “mente cerrada”, es como si un velo les impidiera ver claramente. Aquí Pablo cambia la imagen, porque en el caso de Moisés el velo era para que no se viera la gloria en su cara. Pero en el caso de Jesús, es necesario que se quite el velo para que efectivamente se vea la gloria de Dios que brilla en la cara de Jesucristo (2 Corintios 4.6).

Quitarse el velo. 
    Cuando uno “vuelve al Señor” se le quita el velo. En esta parte de 2 Corintios, Pablo usa “El Señor” para referirse indistintamente a Jesús o al Espíritu Santo. Cuando el Espíritu “convence” a través de la prédica del evangelio de que Jesús es el Señor, y el pecador decide creer y seguir a Jesús, se quita el velo. Uno “se vuelve al Señor”. Pero es el Espíritu, el Señor, que da la libertad de ver a Jesús claramente. En este sentido, donde Él está, hay libertad. Aquí, como en la entrega 3 de esta serie, “ver” se usa en el sentido de “creer”. El Espíritu es el que permite ver a Jesús claramente y creer en él como nuestro Señor. 

Contemplando reflejamos. 
Luego, Pablo combina la imagen del velo que se corrió con la idea de mirar un espejo. Sin el velo que impide ver a Jesús, uno contempla a Jesús como si fuera la imagen de un espejo y a la vez lo refleja. Esta doble acción del Espíritu se entiende en el verbo que Pablo utiliza en el versículo 18 (katoptrítsō) que puede significar por un lado “contemplar” y por otro “reflejar”. Así en la versión NVI se traduce “Así, todos nosotros, que con el rostro descubierto contemplamos/reflejamos como en un espejo la gloria del Señor”. Así el Espíritu hace su trabajo de “transformación” en el cristiano. Primero convence, y luego transforma. Donde está el Espíritu del Señor hay libertad; libertad para ser transformados. ¿Transformados en qué sentido?

¿En qué nos transformamos?
Siguiendo la metáfora del espejo, nos vamos transformando en su imagen. Al contemplar a Jesús, nos vamos transformando para ser como él. Es una transformación que no termina durante la vida del cristiano y para explicarla Pablo incorpora la idea de una nueva creación: “Porque Dios, que ordenó que la luz resplandeciera en las tinieblas, hizo brillar su luz en nuestro corazón para que conociéramos la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Cristo.” (2 Corintios 4.6). Aprendemos a reflejar en nuestras vidas su amor, su bondad, su entereza, su autenticidad.
La “gloria” de Dios se refiere a su poder, su presencia, su actuar. En el Antiguo Testamento se manifestaba a través de milagros o por otros medios físicos: en el desierto la gloria de Dios se manifestaba como una columna de fuego de noche y una columna de nube de día (Éxodo 13.21-22, Números 9.15). En el Nuevo se manifiesta en la vida de Jesús. En Juan 1.1, Jesús aparece con el nombre de “el Logos” (la Palabra), que estaba con Dios y era Dios. Luego, “la Palabra se hizo hombre e hizo su morada entre nosotros. Y hemos visto su gloria, la gloria como del unigénito del Padre, llena de gracia y bondad” (Juan 1.14). En el cristiano, la gloria de Dios se manifiesta en el desarrollo de las cualidades de Nuestro Señor en nuestra vida.

La glorificación de Jesús.
Jesús habla de su muerte y resurrección como la glorificación. En esa experiencia se manifestó el poder, la presencia de Dios manifestada en la entrega de Jesús. En la cruz Jesús hombre carga con los pecados de la humanidad; su condición infinita de Dios permite que este sacrificio sea para “todos”; luego, cuando resucita es el comienzo de una nueva creación, una nueva vida. Por eso, Pablo lo compara con la luz que brilló en la oscuridad en la primera creación; ahora al creer que Dios manifestó su gloria por medio de la cruz y la resurrección de Jesús, estamos libres para participar de una nueva creación. En esta nueva creación, el Espíritu nos libera para ser transformados a imagen de Jesús. 

Jesús resucitado es Señor.
Al resucitar a Jesús de entre los muertos, él fue hecho “Señor y Cristo” (Hechos 2.22-24, 2:36). Cuando confesamos que creemos en la resurrección de Jesús, estamos diciendo que reconocemos su derecho de ser Nuestro Señor (Romanos 10.9-10). “Señor” se usa en la Biblia con frecuencia para referirse a Dios. Si bien Jesús “se vació” al hacerse hombre, aparentemente esto quiere decir que se hizo “siervo” (Filipenses 2.5-8), i.e. que aprendió a ser obediente. Al ser igual al Padre desde la eternidad, Jesús jamás sabía lo que era obedecer. Dios por su naturaleza divina no obedece, y siempre había habido una coincidencia completa entre la voluntad del Padre y la del Hijo. Es solamente cuando se hizo hombre y llegó el momento en que en oración pidió alejar de él «la copa» (la crucifixión) que por única vez el Hijo no quería obedecer al Padre, y es en este instante cuando aprendió realmente lo que significaba “obediencia”. En ese momento oró: “Aléjate de mí esta copa, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Marcos 13.). “El Hijo, por medio del sufrimiento aprendió a obedecer” (Hebreos 5.8). Solamente así, Jesús aprendió lo que es ser “siervo”, ser “obediente”. Al resucitar vuelve plenamente a su rango de Señor, pero lleva con él la experiencia humana de la obediencia, la cual no podría haber adquirido sin hacerse carne.

Jesús puede ser Nuestro Señor.
Cuando tomamos conciencia de que somos responsables de nuestros pecados ante Dios, y que estos pecados nos separan de su gloria (Romanos 3.23), también nos enteramos que nos condena la justicia divina, ya que “el pago del pecado es la muerte” (Romanos 6.23). Sin embargo, cuando nos enteramos que el sacrificio de Jesús en la cruz puede quitar el castigo de esta condena y que su resurrección nos ofrece una nueva vida, podemos por medio de la fe aceptar su muerte y resurrección en nuestro lugar y él llega así a ser Nuestro Señor. Romanos capítulo 6 explica que esto sucede en el momento del bautismo por inmersión. La persona que se arrepiente de sus pecados y decide vivir con Jesús como su Señor, se bautiza para el perdón de los pecados y así recibe el don del Espíritu Santo en su vida (Hechos 2.38-39). Al sumergirse, por medio de la fe entra en la muerte de Jesús y resucita con él; empieza a vivir con él como su Señor (ver Romanos 6). Esta vida es una vida eterna: “El pago del pecado es la muerte; el regalo de Dios es vida eterna en unión con Jesucristo, Nuestro Señor” (Romanos 6.23).

¿Cómo es la relación con Jesús como Nuestro Señor?
Tener fe en Jesús como Señor significa que él tiene derecho a mandar en nuestra vida. Esto es la “obediencia de la fe” de la que habla Pablo en Romanos (Romanos 1.5, 16.26). Para explicar la relación del cristiano con Jesús como Señor, Pablo se remite a varias metáforas.

  • ·  La del esclavo con su amo o Señor es por ahí la más evidente (Romanos 6), sin olvidar que se trata de un Señor que ama a uno y dio la vida por él. Hablando de su propia experiencia después del bautismo, Pablo dice “He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí” (Gálatas 2.20). 
  • ·  Pero también la relación es tan íntima como la del matrimonio (Romanos 7).
  • ·  Es también la relación como la del Hijo con su Padre; cuando recibimos al Espíritu del Hijo en nuestro corazón al bautizarnos (Hechos 2.38, Gálatas 3.26—4.6), podemos tratar a Dios como Padre; tratándolo de “Abbá” en medio de las pruebas de la vida, así como Jesús se dirigió a Dios como “Abbá” en medio de su angustia antes de ser arrestado (Marcos 14.32-36, Romanos 8.12-17, 8.26-27)
  • Como vimos en la entrega anterior, Jesús considera la relación con sus seguidores como una especie única de “amistad”.  
  • ·  Finalmente la relación con Jesús como Nuestro Señor se compara con la de hermanos. Jesús al resucitar llega a ser el primogénito entre muchos hermanos, y vamos transformándonos en su imagen (Romanos 8.29).

Esta transformación es la liberación que logra el Espíritu Santo en la vida del cristiano a medida que seguimos a Jesús. Mientras lo contemplamos, los reflejamos.
¿Cómo nos podemos acercar a Jesús ahora? Al creer que Él murió por nuestros pecados y resucitó para darnos nueva vida, nos arrepentimos de nuestra rebelión contra Dios y nos entregamos a Él en el bautismo. En ese momento la fe obra para que entremos en contacto con la muerte y resurrección de Jesús al sumergirnos en el agua y salir para andar en “novedad de vida” (Romanos 6.3). Esta nueva vida, es una vida eterna, en unión con Jesús, Nuestro Señor. Vamos transformándonos a su imagen a medida que lo contemplemos por medio del Evangelio. Este momento del bautismo también se llama “nacer de nuevo, del agua y del Espíritu” (Juan 3.3-5), es el momento en que el Espíritu Santo nos vuelve a crear a imagen de Jesús para comenzar una transformación durante el resto de nuestra vida para ir reflejándolo en nuestras existencias humanas. Es una vida con él que no termina, ya que es eterna. Es un acercamiento a Jesús en el aquí y ahora que no tiene fin. Todo comienza con creer que él murió por nuestros pecados y resucitó para darnos vida. La resurrección de Jesús es la evidencia del plan de Dios para una nueva humanidad. Si no te has acercado a él, no esperes más para hacerlo. Estamos a tus órdenes si podemos ayudarte a dar este paso (para contactarnos).

En la próxima entrega consideraremos algunas de las pruebas de la resurrección de Jesús.

Agradecemos nuevamente a Damián por su pregunta que dio origen a esta serie de entregas.

Cursos Online

Si te interesa aprender más acerca de la Biblia, te invitamos a nuestros cursos online disponibles a continuación.

Parte 2. Resurrección de Jesús: despedida y venida.

Parte 2. Resurrección de Jesús: despedida y venida.

Seguimos respondiendo la pregunta que empezamos a contestar en la entrega anterior:

¿Cómo podemos acercarnos a Jesús en nuestra época? Cuando estaba en la tierra “se sentó a la mesa de los pecadores”. Fue un Maestro accesible. ¿Pero nosotros tenemos la misma posibilidad?

Un anuncio sorprendente.

Los que hemos pasado tiempo leyendo la historia de la actividad pública de Jesús entre los hombres, el período de dos o tres años en los que hacia milagros y transmitía la buena noticia del Reino de Dios, seguramente quedamos impactados por cómo era él como persona, por su…

  • apertura hacia los marginados (Lucas 15.1-2)
  • fuerza de carácter frente a la falsedad (Lucas 11.37-53)
  • capacidad de corregir (Lucas 10.41)
  • ternura con los niños y los desposeídos (Marcos 9.33-37, 10.13-16, 12.42-44)
  • compasión (Mateo 20.32-34)
  • tristeza y enojo frente a la falta de humanidad (Marcos 3.1-6)
  • celo por el honor de su Padre (Juan 2.13-17)
  • decepción ante la incredulidad de los que tendrían que creer (Marcos 4.35-40, Mateo 14.31)
  • sorpresa y admiración ante la fe de los con menos posibilidades de creer (Lucas 7.1-10, Mateo 15.21-28)
  • alegría por la revelación del secreto de Dios a las personas sencillas (Lucas 10.21)
  • amor por sus amigos y enemigos (Juan 11.3-4, Lucas 23.34; Marcos 3.5).
  • angustia al encontrarse con la cercanía de la crucifixión (Marcos 14.32-36; Juan 12.27)
  • tranquilidad en el momento de su arresto (Juan 18.3-9)
  • seguridad de su victoria sobre la muerte (Juan 10.17-18).

Solo podemos imaginarnos de qué manera el pequeño grupo de hombres a quienes Jesús eligió para andar en su compañía experimentaron lo que significaba vivir con “Aquel que es la Palabra, aquel que estaba con Dios… y era Dios”, pero se hizo carne, llegando a ser un hombre de carne y hueso. Su cuerpo era la casa de Dios, un templo que, si llegara a ser derribado, el mismo levantaría a los tres días (Juan 1.1 1 , 1.14, 1.50, [Génesis 28.12-18], Juan 2.19). La convivencia con Jesús seguramente era un laboratorio que produjo cambios en los apóstoles: pero esta transformación se experimentó solamente cuando finalmente sus ojos fueron abiertos en cuanto a la verdadera identidad de su Maestro.

Confundidos porque todavía no era el momento para entender

Por algún motivo, antes de la resurrección, Dios no permitió que los apóstoles entendieran cuando Jesús les anunció en distintas oportunidades que él sería arrestado, moriría a manos de los hombres y luego resucitaría. De hecho, él les anticipó varias veces lo que estaba por suceder, “Pero ellos no entendían lo que les decía, pues todavía no se les había abierto el entendimiento para comprenderlo; además tenían miedo de pedirle a Jesús que se lo explicara” (Lucas 9.45). Teniendo en cuenta que no entendían el plan de Dios, ¿no es lógica la tristeza que sentían aquella noche del arresto de Jesús cuando él les anunció: “Es mejor para ustedes que yo me vaya…” (Juan 16.6-7)?
¿Se sentirían abandonados? ¿Perplejos? ¿Impotentes? De cierta manera podemos imaginar su confusión, la misma que quizás algunos sientan ahora ante la posibilidad de acercarnos a Jesús en la actualidad. El abandono que ellos sentirían es el reflejo de la falta de esperanza de los que ahora admiran tal vez a Jesús como un maestro iluminado, pero creen que no es posible acercarse a él. No obstante, la razón por la cual era mejor que Jesús se fuera no tardó en aclararse: “Es mejor para ustedes que yo me vaya, porque si no me voy, el Defensor no vendrá, pero si me voy, yo se lo enviaré” (Juan 16.7). Además de beneficiar a los apóstoles, veremos que ese Defensor, traería a la vez el secreto para poder acercarse a Jesús en nuestro tiempo.

¿Por qué era mejor que Jesús se fuera?

En pocas horas Jesús sería arrestado, el primer paso del proceso que culmina con su muerte y resurrección. Una vez resucitado, luego de pasar unos cuarenta días con sus apóstoles dando pruebas de estar vivo, ascendería al cielo a la diestra de Dios. Ésta serie de eventos se llama la “glorificación” de Jesús; es a este proceso que Jesús se refería cuando les dijo a los apóstoles que “se iba”. Ascendido al cielo, como una semana después enviaría al Espíritu Santo a la tierra. El Espíritu no vendría hasta después de la glorificación (Juan 7.37-39). Él es el “otro Defensor” que Jesús enviaría. ¿Por qué era mejor que él se fuera y viniera el Espíritu Santo? Leamos la explicación que Jesús les dio en esa última charla…
Si ustedes me aman, obedecerán mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que les mande otro Defensor, el Espíritu de la verdad, para que esté siempre con ustedes. Los que son del mundo no lo pueden recibir, porque no lo ven ni lo conocen; pero ustedes lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes”. (Juan 14.16-17).
Jesús se iba corporalmente dentro de pocos días, pero enviaría al “otro Defensor” en su lugar, para acompañarlos “para siempre”. Él estaría “con” ellos y “en” ellos. De hecho estaría con todos los que creerían en el Jesús glorificado a lo largo de los tiempos (Juan 7.37-39, 17.20-23).

¿Qué se entiende por Defensor?

Esta expresión traduce una palabra que en griego significa “uno llamado al lado”; en la cultura grecorromana se refería a una persona convocada al lado del acusado durante un juicio. Puede ser el abogado defensor, o sencillamente un amigo cercano que intercede por el incriminado y lo defiende. Al decir que enviaría a “otro Defensor”, Jesús da a entender que él mismo ejercía esta función durante su tiempo de convivencia con los apóstoles. Los protegió en vida (Juan 17.11-12, 18.2-9). De hecho, resucitado y en la presencia de Dios, ahora mismo él como abogado defensor ruega por los cristianos que confían en él para alcanzar la salvación eterna (1 Juan 2.1-2, Romanos 8.34). Ahora al irse físicamente, anuncia que envía a “otro” en su lugar.

El “otro Defensor”, el Espíritu de la Verdad.

Identificar al Espíritu Santo como “Espíritu de la Verdad” es sumamente importante para entender su misión como Defensor. Él enseñaría a los apóstoles “todas las cosas” y les recordaría todo lo que Jesús había dicho (Juan 14.26). Tomaría lo que Jesús había recibido del Padre para explicárselo a los apóstoles y guiarlos a una “verdad completa” (Juan 15.12-15). Dios Padre y Jesús lo envían para dar testimonio junto con los apóstoles de la muerte y resurrección (Juan 14.26, 15.26-27, Hechos 1.8, 2.1-41). Este testimonio y sus consecuencias son la “verdad” que el Espíritu transmite. Al hacerlo, el Espíritu “convence al mundo” de la veracidad del mensaje: la realidad del pecado, el juicio venidero, y la posibilidad de ser aceptados como justos ante Dios, puesto en la debida relación con él por medio de la muerte y resurrección de Jesús (Juan 16.8, cf Hechos 2.14-39, Romanos 1.16-17, Romanos 5.1-10).
Para los que el Espíritu de la Verdad convence de la realidad de la muerte y resurrección de Jesús, el impacto de este mensaje puede ser el primer paso hacia la fe que inicia una transformación. Es solamente al comenzarla que podemos realmente acercarnos a Jesús ahora. El evangelio revela un misterio profundo: el Espíritu Santo, el Padre y Jesús obran en conjunto (Juan 16.12-15, Mateo 28.18-20). El Espíritu de Cristo es Cristo; es a la vez el Espíritu de Dios (Romanos 8.9-11, Hechos 16.6-10). Así como Jesús y el Padre son uno (Juan 10.30, 10.38, 14.10-11); el Espíritu toma de lo que es del Padre y de Jesús y lo transmite a sus apóstoles (Juan 15.12-15), quienes a su vez lo dan a conocer al mundo.

El Espíritu de la Verdad convence…y transforma.

Por medio del evangelio, las buenas noticias transmitidas originalmente por los apóstoles acerca de la vida, muerte y resurrección de Jesús, el Espíritu de la Verdad sigue convenciendo al mundo que Jesús vive y podemos seguirle ahora como Nuestro Señor.
Además, una vez tomada la decisión de seguir a Jesús en el momento de la entrega del nuevo nacimiento (el bautismo bíblico, Juan 3.3-5), el Espíritu está a lado del cristiano y mora en él. Por medio de su presencia en la vida del cristiano es posible experimentar las palabras de Jesús: “Yo estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo” (Mateo 28.20); por medio del Espíritu de la Verdad, Dios libera al cristiano para contemplar claramente a Jesús y ser transformado a su imagen (2 Corintios 3.14-18, Romanos 8.29). Como seguir a Jesús en la actualidad y comenzar esta liberación es el tema de la próxima entrega. Para asegurarse de recibirla, no olvide subscribirse a este blog. 2

Le agradecemos nuevamente a Damián, cuya pregunta motivó esta serie de respuestas.

Cursos Online

Si te interesa aprender más acerca de la Biblia, te invitamos a nuestros cursos online disponibles a continuación.

Parte 1 Resurrección de Jesús: La prueba paradójica.

Parte 1 Resurrección de Jesús: La prueba paradójica.

¿Cómo podemos acercarnos a Jesús en nuestra época? Cuando estaba en la tierra “se sentó a la mesa de los pecadores” 3. Fue un Maestro accesible. ¿Pero nosotros tenemos la misma posibilidad?

Una muerte y una resurrección anunciadas de antemano.

Para contestar esta pregunta partimos de la convicción que Jesús no está muerto. Creemos que sigue siendo el Mismo Maestro cercano a los hombres que era, desde la época en que pisaba la tierra en un cuerpo humano, hasta ahora. Él mismo no consideraba que la muerte pondría un fin definitivo a su vida o su misión. De hecho, durante su vida terrenal en varias oportunidades predijo que sería entregado a las autoridades, sufriría y moriría a sus manos, pero luego resucitaría para nunca más volver a morir (ver por ejemplo, Marcos 8.31, 9.30-32, 10.32-34).  ¿Es lógico pensar que Jesús hizo estas predicciones? ¿Y si efectivamente las hizo, ¿por qué vamos a confiar en ellas?¿Se cumplieron? Iremos contestando por partes.
La confiabilidad de la predicción de parte de Jesús de su propia resurrección, y su cumplimiento, pueden constatarse por medio de pruebas fehacientes. Hoy consideremos una, la que se encuentra dentro de los mismos evangelios 2 y puede llamarse la prueba paradójica.

¿Usaba paradojas Jesús?

Paradojas son “expresiones o hechos aparentemente contrarios a la lógica”, o “frases que encierran una aparente contradicción entre sí, como por ejemplo, ‘mira al avaro, en sus riquezas, pobre’ ”. (Real Academia Española). Lo importante de esta aparente contradicción es que comunica una verdad. Un avaro tiene riquezas pero como ser humano puede ser considerado pobre, un miserable.
En las palabras registradas de Jesús la paradoja es evidente. A veces estas aparentes contradicciones se ven en la manera en que Jesús mira las circunstancias cotidianas. Por ejemplo, una viuda pobre que ofrenda como limosna en el templo dos moneditas de escaso valor “da mucho más que los ricos”…porque dio todo lo que tenía para vivir. O una niña de doce años que acaba de morir, para Jesús “está dormida”, ya que sabe que en pocos minutos la resucitará.
Otras veces lo paradójico se hace presente en las enseñanzas de sus sermones o en diálogos que surgen en distintas situaciones. Es como si él viera este mundo como el “reino del revés” y su visión del reino de Dios como la verdadera realidad. Es debido a la óptica de Jesús, que ve desde este segundo plano, que sus afirmaciones suelen ser verdaderas paradojas. Por ejemplo:

“El último será el primero”
“El primero será el último”.
“Amen a sus enemigos…”
“Den y les será dado”.
“El que se enaltece será humillado”.
“El que se humilla será levantado”.
“El más importante entre ustedes será su siervo”.
“El que pierde la vida la encontrará”.

Si nos ponemos a pensar, sabemos que en el mundo en que vivimos…
…el último suele seguir siendo el último, y el que llega primero, el primero.
…amor y enemistad son términos opuestos.
…si uno “da”, ya no tiene lo que dio. No necesariamente recibirá algo para reemplazarlo.
…los que se enaltecen no suelen bajar de su posición de supuesta superioridad.
…los que se humillan, normalmente terminan quedándose abajo.
…los que se consideran importantes no siempre sobresalen por una actitud de servicio.
…y, el que pierde la vida….bueno, la perdió. No hay escapatoria.

Enseñanzas paradójicas, y la paradoja más grande de todas.

En “el reino de Dios” se ve que lo que habitualmente vivimos no corresponde a la realidad que Jesús transmitía.  Él incluyó la última paradoja mencionada, “el que pierde la vida la encontrará” dentro del contexto del primer anuncio de su propia muerte y resurrección. De las palabras registradas de Jesús, el hecho de afirmar que iba a morir para luego vivir son las más contrarias a la lógica.
En esta primera vez que Jesús explica abiertamente a sus apóstoles que la misión del Mesías es ser rechazado, morir y resucitar, también agrega que el que quiere ser su seguidor debe “cargar” con su propia “cruz” 3 para,  de esta manera, “encontrar” la vida (Mateo 16.21, 24-25). Claramente una paradoja, pero totalmente coherente en el contexto de lo que Jesús acaba de decir acerca de su propia muerte y resurrección. En otras palabras, la misión contradictoria del discípulo, la de cargar con la cruz y así perder la vida para poder encontrarla, encaja perfectamente con la manera paradójica en que Jesús a veces enseña. Es una contradicción que encierra una verdad: así como el Mesías morirá y resucitará; sus discípulos deberán cargar con su propia cruz, morir, y así encontrar la vida. Es decir, dentro de esta práctica habitual de recurrir a lo aparentemente contradictorio, Jesús anuncia la paradoja más grande: para vivir para siempre él primero debe morir. Su propia muerte y resurrección se anuncian de una manera que se introduce perfectamente dentro de lo paradójico tan común de sus enseñanzas. Es decir, si sus enseñanzas son auténticas, el hecho histórico de la predicción de su resurrección también lo es. No podemos separar las enseñanzas de Jesús como Maestro, del hecho de que él mismo creía que iba a ser crucificado y luego resucitar. En realidad, si él consideraba que eran genuinas sus enseñanzas, también era completamente sincero en cuanto a la predicción que iba a volver de los muertos el tercer día. Muchos reverencian a Jesús solamente como Maestro; y él mismo no solamente aceptaba este título sino, además, pretendía identificarse con el único que podía vencer la muerte definitivamente: Dios mismo.

Una predicción que estaba presente desde el comienzo.

Desde el comienzo de su ministerio4 , la paradoja de una vida resucitada después de la muerte estaba en la mente de Jesús. Por ejemplo, la primera vez que corrió a los mercaderes corruptos del templo, las autoridades exigieron una señal de su autoridad para obrar así. Les contestó con palabras contrarias a la lógica: “Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar”. Para las autoridades que escucharon esta respuesta, pareció por lo menos un disparate. “Pero él se refería al templo de su cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto y creyeron…” (Juan 2.21-22). Entendían que Jesús no se refería al templo que acaba de limpiar de mercaderes, sino del cuerpo humano donde el Logos

5 se hizo carne (Juan 1.1-2,14).

¿Qué importancia tiene?

Podemos sacar como conclusión que  Jesús estaba convencido que después de muerto volvería a la vida, resucitaría.  Esta predicción encaja demasiado bien con el frecuente estilo paradójico de Jesús para no ser auténtica. Y si sus enseñanzas son verdaderas, y dignas de nuestra confianza, ¿cómo separaríamos esta predicción del resto de sus palabras? Y si se cumplió, si está vivo, volvemos a la pregunta ¿cómo podemos encontrarnos con Él en la actualidad? El primer paso de nuestra respuesta es aceptar que vive. Y si está vivo, ¿por qué sería tan difícil encontrar a un Ser que no reconoce límites humanos? Pasaremos al “cómo” en la próxima entrega.

Agradecemos a Damián por su pregunta que motivó esta serie. 

Cursos Online

Si te interesa aprender más acerca de la Biblia, te invitamos a nuestros cursos online disponibles a continuación.

Parte 6 ¿Existe la iglesia verdadera? Sí. Efectivamente comenzó, ¿Pero, está?

Parte 6 ¿Existe la iglesia verdadera? Sí. Efectivamente comenzó, ¿Pero, está?

En la presente entrega llegamos a un punto esencial en nuestro camino de contestar la pregunta, ¿existe la iglesia verdadera? En esta etapa, basándonos en la información brindada en las entregas anteriores (ver partes 1, 2, 3, 4, 5), demos por cierto que la iglesia verdadera existe y preguntemos más bien: ¿cuándo empezó? Jesús, al decir “edificaré mi iglesia”, empleaba el tiempo futuro del verbo “edificar”: “edificaré”. ¿Hablaba el Señor de un futuro cercano o lejano? En otras palabras, ¿ya ha comenzado la construcción o debemos seguir esperándola? Porque si todavía no se inició, es evidente que la iglesia verdadera, la que Jesús dijo que iba a construir, no existe todavía.   ​El futuro cercano como si ya fuera un presente. Cuando analizamos el factor tiempo en los dichos de Jesús, nos encontramos con algo que para el lector moderno resulta desconcertante: a veces Él habló en términos del presente al referirse a hechos que se realizarían en un futuro cercano, pero aun no consumado. Tal vez el ejemplo más claro es cuando Jesús habla de la inminente llegada del Espíritu Santo. Vemos estas palabras de Jesús registradas por el apóstol Juan, palabras que el apóstol mismo interpreta en cuanto al tiempo de su cumplimiento: 37 En el último día de la fiesta, el más importante, Jesús se levantó y gritó: —Si alguien tiene sed, que venga a mí y beba. 38 Las Escrituras dicen que del interior del que cree en mí saldrán ríos de agua viva. 39 Jesús dijo eso acerca del Espíritu, que recibirían después los que creyeran en él pues aún no estaba el Espíritu, porque Jesús todavía no había sido glorificado. (Juan 7.37-39, versión Palabra de Dios para Todos). 

¿Cuándo fue “glorificado” Jesús?

El Nuevo Testamento da a entender que Jesús fue glorificado al ser crucificado y resucitado para luego ascender al cielo donde reina junto a Dios Padre (ver por ejemplo Juan 12.16, 23; Juan 17.1-5;  Hechos 2.13, 33-36). Pocas semanas después, desde la presencia de Dios Mismo, Jesús envía al Espíritu para, de ahí en más, acompañar a todos sus seguidores (Hechos 2.33-39). Este “derramamiento del Espíritu” sucede durante la Fiesta de Pentecostés, una celebración judía que en el calendario bíblico se realiza unas siete semanas después de la Pascua, la fiesta anterior durante la cual Jesús murió y resucitó. Luego de su resurrección, después de unos cuarenta días, Jesús ascendió al cielo y aproximadamente una semana después, en Pentecostés, Él “derrama” al Espíritu sobre todos los que se entreguen con fe, arrepentimiento y bautismo después de escuchar el mensaje de su vida, muerte, entierro y resurrección (Hechos 2.33-40). Así se entiende cómo, según Juan 7.39, el Espíritu viene después de su “glorificación”. Es decir, Jesús promete dar al Espíritu Santo a todo aquel que en Él cree, en Juan 7.37-39: “Si alguien tiene sed, que venga a mí y beba” expresándose en el tiempo presente. Pero es necesario que el apóstol Juan aclare que se refiere a un momento posterior (pocos meses después durante la fiesta de Pentecostés). Sin esta aclaración el lector podría llegar a entender que cualquiera que creyera en Jesús en el mismo momento en que se pronunció la promesa del Espíritu Santo podría tener comunión con el Espíritu durante la vida terrenal de Jesús. Sin embargo, Juan aclara que no es así: primero Jesús tenía que ser glorificado. Solamente a partir de su inminente glorificación los sedientos espirituales podrán ir a Él para beber. Jesús habla de un futuro cercano como si fuera un presente. Podemos ver esta misma tendencia de Jesús, de referirse a la próxima llegada del Espíritu como si ya estuviera presente, cuando habla con sus apóstoles acerca de la oración en Lucas 11.1-13. Allí Él termina diciendo, “si ustedes que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan”. Leyendo en el contexto, podríamos llegar a pensar que si los apóstoles en el momento de escuchar estas palabras hubieran pedido al Padre recibir al Espíritu Santo, ya se lo habría otorgado. Pero por lo que acabamos de leer en Juan 7.37-39, sabemos que era necesario que Jesús fuese glorificado primero. Si los apóstoles hubieran pedido recibir al Espíritu en este mismo momento que describe Lucas en que Jesús les enseñaba acerca de la oración, seguramente no lo habrían recibido. Tendrían que esperar algunos meses hasta que Jesús fuese glorificado por medio de su muerte, resurrección y ascensión a la diestra del Padre.

¿Cómo deducimos el momento del inicio de la Iglesia?

Sabiendo que Jesús a veces manejaba el tiempo de esta manera, podemos evaluar las dos oportunidades en que Él usa el término “iglesia” en Mateo 16.18 y 18.17. La primera vez habla directamente en el tiempo futuro, “construiré mi iglesia, pero en la segunda, en el tiempo presente, “díselo a la iglesia”. En esta segunda ocasión, habla de cómo humildemente encarar problemas de disciplina dentro de la comunidad de sus seguidores. El lector desprevenido podría entender que se trata únicamente del grupo los apóstoles, quienes en el 18.1 hacen una pregunta que a continuación Jesús responde, incluyendo en el 18.17 lo dicho acerca “decírselo a la iglesia”. ¿Los apóstoles son la iglesia? ¿Empezó en algún momento entre el 16.18 (cuando se habla de la construcciónfutura de la iglesia) y el 18.17 cuando leemos que los problemas no resueltos entre hermanos deben derivarse a la “Iglesia” (una orden transmitida en tiempo presente)? Veremos, sin embargo, que “Iglesia” en Mateo 18.17 tiene otro sentido; se trata de un futuro cercano, nuevamente expresado como si fuera el presente.

¿Dónde leemos del comienzo de la Iglesia?

En los cuatro evangelios solamente Mateo utiliza el término “iglesia”, empléandola en las dos oportunidades ya citadas. Para encontrar esta palabra nuevamente en la historia neotestamentaria debemos ir al libro de los Hechos, donde ya vimos que Jesús derramó su Espíritu en el Día de Pentecostés, unas siete semanas después de su resurrección luego de la Pascua. “Iglesia” aparece recién en el Hechos 5.11, donde vemos que “toda la Iglesia se llenó de miedo” al enterarse de la muerte repentina de un matrimonio que quiso engañar a Dios, “mintiendo al Espíritu Santo” (5.1ss). Los que se llenaron de miedo son los discípulos que integran la primera comunidad cristiana en la historia, la de Jerusalén. Estas son las personas que a partir del día de Pentecostés recibieron al Espíritu Santo en sus vidas luego de una sincera conversión (Hechos 2.37-39). Estos primeros conversos a la fe en el Cristo resucitado son, entonces, el comienzo de la iglesia que Jesús construye. Posteriormente leeremos que la iglesia es el cuerpo de Cristo (Efesios 1) y al ser integrados a este cuerpo en el momento de bautizarse, todos  “beben” del Espíritu Santo (1 Corintios 12.13).

La construcción comenzó en el día de Pentecostés. 

A partir de Pentecostés, entonces, unas siete semanas después de su resurrección, Jesús comienza a construir su Iglesia al enviar al Espíritu Santo para guiar a los apóstoles en la evangelización (Hechos 1.8). A partir de ese momento, los convencidos de que Él es el Mesías crucificado y resucitado, se arrepienten de sus pecados y se bautizan (se sumergen en agua) bajo la autoridad de Jesús para recibir el perdón de los pecados; así reciben al Espíritu Santo como un don de Dios (Hechos 2.37-40). También en ese momento son salvados de sus pecados (2.38-40, 2.47), y, en el ese instante Dios los agrega a esta comunidad, es decir, la iglesia. Es por este medio que se “pide” a Dios Padre recibir al Espíritu Santo, la promesa hecha como una realidad presente a los apóstoles en Lucas 11.13, aunque todavía quedaba en un futuro próximo: después de la muerte de Jesús, siete semanas después de su resurrección.

Construcción que empezó y continúa. 

Este es, entonces, el momento en que Jesús comienza a construir su iglesia. Ya no es un momento en el futuro, como lo fue en Mateo 16.18. Los que se agregan a la iglesia, los que se bautizan para ser discípulos de Jesús, son los que luego “aprenden a obedecer todo lo que Él enseñó” a los apóstoles (Mateo 28.18-20). Por eso, leemos que después de bautizarse en Pentecostés, los nuevos discípulos “eran fieles en conservar la enseñanza de los apóstoles…” (Hechos 2.41-42). La “enseñanza de los apóstoles” se refiere a “todo lo que Jesús les había ordenado” a los primeros discípulos (Mateo 28.19-20). Encontramos el registro de estas órdenes en los cuatro evangelios, específicamente en este caso en el de Mateo, que termina con la promesa de Jesús: “Yo estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo” (Mateo 28.20). Como parte de esa enseñanza, por ejemplo, Jesús había previsto la necesidad de humilde disciplina dentro de la iglesia, hablando de esto en el tiempo presente (Mateo 18.17), aunque la iniciación de su iglesia todavía quedaba en un futuro próximo. Esto es porque esta y otras enseñanzas de Jesús a los apóstoles se convierten en la realidad continua de la construcción de la Iglesia. Esta construcción se sigue realizando, ya que Jesús añade que Él estará presente con sus discípulos “hasta el fin del mundo” (Mateo 28.20); en la presencia del Espíritu Santo, Él acompaña a su iglesia (Juan 14.25-27, 16.7-15). Puesto que este mismo proceso continuará a lo largo de la historia, la manera de integrar la iglesia verdadera es la misma que vimos en Pentecostés: 1) creer en Jesús como el Mesías muerto por nuestros pecados, resucitado como el Señor, 2) ante esta realidad, arrepentirse, es decir cambiar profundamente la forma de pensar y vivir, 3) bautizarse (sumergirse) en el nombre Jesús para el perdón de los pecados y así recibir al Espíritu Santo como un don, 4) emprender así el camino de obedecer todo lo que Jesús ordenó (Hechos 2.38-40, Mateo 28.18-20). Hoy en día el movimiento que se llama las Iglesias de Cristo se identifica por enseñar que de esta manera uno recibe la salvación eterna y aprende a cuidarla. Ya que esta salvación es fundamental, es importante evaluar lo que cualquier grupo enseña al respecto si buscamos ser parte de la “iglesia verdadera”. Puesto que Jesús está presente, Él sigue construyendo su Iglesia por medio de la formación de nuevos discípulos (Mateo 28.18-20). Una vez que ingresemos en ella, mientras estemos aprendiendo a obedecer lo que Él ordenó, formamos parte del proceso de la construcción.

¿Dónde encontrar la información necesaria para la construcción?

Gran parte de los mandamientos de Jesús aparecen en los cuatro evangelios, y los demás libros escritos del Nuevo Testamento que transmiten las enseñanzas de los apóstoles, quienes siguen comunicando las instrucciones de Jesús por medio del Espíritu Santo (Juan 16.12-15). Estos escritos apostólicos, provenientes de la época inmediatamente después del ministerio de Jesús, promueven  la fe “dada una vez para siempre” (Judas 3, versión Libro del Pueblo de Dios). Por eso, los primeros cristianos ya tenían “todo lo necesario para vivir como Dios manda” (2 Pedro 1.3, versión NVI). El registro en el Nuevo Testamento de las enseñanzas y manera de vivir de la Iglesia nos da el único modelo necesario para su continua construcción.

Cursos Online

Si te interesa aprender más acerca de la Biblia, te invitamos a nuestros cursos online disponibles a continuación.

Parte 5 ¿Existe la iglesia verdadera? Se construye de discípulos.

Parte 5 ¿Existe la iglesia verdadera? Se construye de discípulos.

Si me aman, obedecerán mis mandamientos. Le pediré al Padre y les dará otro Consejero para que esté siempre con ustedes: El Consejero es el Espíritu de la verdad.
El mundo no lo puede recibir porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes lo conocen porque vive con ustedes y estará en ustedes. No los dejaré huérfanos; volveré a ustedes.  Dentro de poco, el mundo no me verá más, pero ustedes me verán. Ustedes vivirán porque yo vivo. Ese día, ustedes sabrán que yo estoy en el Padre, y que ustedes están en mí y yo en ustedes. El que realmente me ama conoce mis mandamientos y los obedece. Mi Padre amará al que me ame, y yo también lo amaré y me mostraré a él. (Juan 14.15-21)
Vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado a ustedes. Y les aseguro que yo estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo”. (Mateo 28.19-20)
Ya que después de un lapso de varias semanas solamente ahora se continua con la respuesta a la pregunta acerca de la iglesia verdadera, es conveniente repasar las partes 1, 2, 3, 4 antes de leer la siguiente entrega. Si no, podría resultar difícil seguir los conceptos aquí expresados. ​ Retomando ideas anteriores… Hemos visto que según lo que enseña Jesús en el evangelio de Mateo, su iglesia se “construye” de personas que aceptan el compromiso de aprender a obedecer sus enseñanzas. El compara tales personas con un hombre sensato que construye su casa sobre una roca. Así como una vivienda con buenos cimientos resiste las embestidas de las inundaciones, la persona que construye su vida sobre las enseñanzas de Jesus es un ser humano fuerte, capaz de enfrentar las pruebas de la vida (Mateo 7.24-28, refiriéndose a las enseñanzas en los capítulos 5 al 7 de Mateo). De manera que cuando el Señor Jesús habla de “construir su iglesia”, se refiere a una comunidad de personas quienes a su vez también construyen: edifican sus vidas sobre las sólidas enseñanzas de Jesús. Aceptan participar del proceso de “aprender a obedecer” todo lo que Jesús ordenó. Lo que les lleva a tomar semejante decisión, y mantenerla, es lo que debemos empezar a considerar de aquí en más.¿Qué plan tenía Jesús en mente para la construcción de su Iglesia?  La palabras finales que Jesús transmite a sus apóstoles en este evangelio incluyen, a la vez, su última orden:

Así Mateo decide cerrar su evangelio, por más que sabe que después de pronunciar esta palabras, Jesús asciende al cielo (Lucas 24.50-53; Hechos 1.1-11). Allí se encuentra ahora, reinando sobre su Iglesia, la cual espera su venida gloriosa al final de los tiempos. Sin embargo, Mateo nos describe a un Señor presente con su pueblo “hasta el fin del mundo”. ¿De qué manera está presente? ¿Y que implica esta presencia, la cual es imprescindible para la construcción de su Iglesia? Jesús, presente con sus discípulos.  Podría resultar desmoralizador para este pequeño grupo de apóstoles pensar que deberán emprender solos la misión de hacer discípulos de todas las naciones. Pero estos once hombres saben que cuentan con el hecho de que su Señor estará presente con ellos. No lo podrán ver físicamente, pero la noche de la Última Cena Jesús ya les preparó a sus apóstoles para su partida. Les prometió enviar a Otro en su lugar. Ese Otro es el Espíritu Santo, el Espíritu de la Verdad. Jesús lo llamó “otro consejero” quién vendría en su lugar, y les explicó a los apóstoles que por medio de este otro Consejero, Jesús estaría con ellos. Así Jesús explica la misión del Espíritu Santo, el que hace posible que Jesús mismo esté espiritualmente presente con sus discípulos. Leamos estas palabras que Jesús compartió con ellos la noche de la Última Cena. De paso, vemos que la obediencia, que apareció en la cita que acabamos de ver, “enseñándoles a obedecer todo lo que yo les mandé”, nace de una relación de amor.
Una misma orden con dos pasos. La última orden que dejó Jesús que vimos en Mateo 28.18-20, la de hacer discípulos, consta de dos pasos: 1) el bautismo cristiano y 2) el enseñar a obedecer “todo lo que Él mandó” a los apóstoles, los primeros discípulos. En otras entregas vamos a seguir analizando estas dos facetas de la construcción de la Iglesia de Jesús. Primero, es necesario entender que “bautizarse” proviene de una palabra griega que significa “sumergirse”; a su vez, “bautismo” significa en griego “inmersión”. En segundo lugar, dentro de “todo lo que Él mandó” no hay que olvidar esta última orden: ir y hacer discípulos, bautizando y enseñando. Es decir, parte del proceso de aprender a ser discípulo de Jesús es la obediencia en cuanto a la formación de otros para ser discípulos de Jesús. En ese proceso Él está presente “hasta el fin del mundo”. Así que actualmente los discípulos de Cristo estamos en una vida de aprendizaje, a la cual invitamos a otros a acompañarnos. Y tenemos la seguridad de que en este proceso Jesús está presente con nosotros y con los que decidan aceptar seguirle por medio de el bautismo luego de un arrepentimiento sincero, y el aprendizaje en cuanto a la obediencia. Se trata de un plan de construcción en cadena de una comunidad, la Iglesia, que se irá formando hasta que Jesús vuelva al fin del mundo.Ya que el primer paso para hacerse discípulo es bautizarse (y luego aprender a obedecer todo lo que Jesús ordenó), es importante preguntarnos ¿qué significado tiene el bautismo en la iglesia que Jesús construye? Sobre esto empezaremos a investigar en la próxima entrega de «preguntas y respuestas». ​

Cursos Online

Si te interesa aprender más acerca de la Biblia, te invitamos a nuestros cursos online disponibles a continuación.