¿Cómo podemos los seres limitados conocer a Aquel que no tiene límites?

¿Cómo podemos los seres limitados conocer a Aquel que no tiene límites?

En su descripción de la creación, el apóstol Pablo incluye “el presente, lo futuro, lo alto y lo profundo” (Romanos 8.38-39). Es decir, el tiempo (el presente y lo futuro) y el espacio (lo alto y lo profundo) son elementos creados, así como lo somos nosotros los seres humanos. 

En la misma cita, Pablo revela que nada de lo creado puede separar del amor de Dios a uno de sus hijos adoptados. Es aquí donde el apóstol incluye el espacio y el tiempo entre los elementos de la creación. En la mente y obra de Dios, Él elige “antes de la creación del mundo” a los que salvará por medio de Cristo (Efesios 1.3ss). Es decir: en la mente de Dios, que no conoce límites de tiempo y espacio, se encuentra la muerte y resurrección de Jesús como ser humano antes de que existiera la humanidad. ¿Podemos los seres temporales realmente entender el marco atemporal en el cual ocurre esto?

Estos escritos del apóstol Paglo significan que “antes” de la existencia de la primera pareja, quienes darían paso a la rebeldía humana contra Dios, Dios efectúa la solución para esta rebeldía. Ahora bien, esta preposición “antes” es temporal y seguramente como tal es un limitante para que entendamos la mente divina atemporal. Para nosotros, seres creados limitados por el espacio y el tiempo, nos resulta imposible captar la atemporalidad de Dios, aunque sí podemos saber que existe aquello que no somos capaces de entender.

El apóstol Juan fue otro autor bíblico que comunicó parte de la revelación de cómo es Dios, diciendo que el Logos1estaba en el principio con Dios y era Dios (Juan 1.1). Sin embargo: “el Logos se hizo carne” (Juan 1.14); i.e. se hizo material, se limitó al tiempo y al espacio. En palabras del apóstol Pablo, “Se vació a sí mismo” (traducción literal de Filipenses 2.7). Siendo Dios, se hizo un Siervo del Padre (Filipenses 2.2). “Nadie ha visto jamás a Dios; el. Hijo único, que es Dios y que vive en íntima comunión con el Padre, es quien nos lo ha dado a conocer” (Juan 1.18, versión Dios habla hoy). 

En la Biblia el Creador revela aspectos de sí mismo a los seres humanos que Él creó. En el planeta donde vivimos, la tierra, este libro es la manera en que Él se comunica por escrito con los hombres. En las “Lecciones sobre el libro que presenta a Cristo”, podemos contemplar distintas facetas de Dios que la Biblia da a conocer. Incluso es posible saber lo que Dios reveló acerca de empezar y mantener una relación eterna con Él. Estas lecciones están disponibles en el campus virtual, en el cual es posible registrarse gratuitamente en el siguiente enlace: aula.bibliayteologia.org. En este campus son gratuitos el registrarse y todo el material de estudio, el que es posible bajar en formato PDF e imprimir. Además, en forma presencial es posible acceder a las mismas lecciones contactándose con la Iglesia de Cristo de Caballito (consultas@iglesiadecristo.org.ar). Nos reunimos los domingos a las 10:30 en Bacacay 989, esquina Repetto en Buenos Aires, Argentina (TE 4431-8749).

Una guerra cósmica y terrenal. 

Una guerra cósmica y terrenal. 

¿Quiénes son el diablo y sus huestes?

La visión apocalíptica del Apóstol Juan registra una guerra en el cielo. El arcángel Miguel y sus ángeles luchan contra el diablo y sus huestes diabólicas y los vencen. No obstante, antes de ser derrotado, con su cola el gran dragón rojo arrastra una tercera parte de las estrellas y las arroja sobre la tierra. Según Apocalipsis 1.20, las estrellas mencionadas en el Apocalipsis a veces representan ángeles; estos astros podrían ser ángeles caídos, arrojados a la tierra por Satanás. Él los convence para no reconocer su debido lugar como seres creados, y unirse a la rebelión contra Dios. Un punto culminante de esta guerra cósmica se alcanza cuando el diablo y sus ángeles son expulsados del cielo y arrojados a la tierra. Aquí luchan contra los cristianos: “los que guardan los mandamientos de Dios y son fieles al testimonio de Jesús” (Apocalipsis 12.7-17). 

¿Qué quieren lograr el diablo y sus ángeles?

El versículo citado, Apocalipsis12.9, es clave para entender quién es el diablo y cómo obra. En el Apocalipsis está representado primeramente como un gran dragón rojo, una versión posterior de la “serpiente antigua”. Así se alude a la serpiente mencionada en el capítulo 3 del Génesis quien en la remota antigüedad, en el Jardín de Edén engañó a la primera pareja. Tentó a Adán y Eva con la posibilidad de conocer el bien y el mal. De hecho ellos obtuvieron dicho conocimiento pero no de la manera que pensaban. Al desobedecer a Dios, pecaron y efectivamente así supieron lo que es el mal, recibiendo como consecuencia el castigo: fueron alejados de la presencia de Dios, convirtiéndose en seres mortales. Esta primera intervención del diablo en la historia humana, poseyendo a una serpiente y hablando por medio de ella, anticipa otro episodio de posesión animal, el de los cerdos en Marcos capítulo 5. En este caso Jesús permite a una legión de demonios salir de un hombre poseído y entrar en una manada de puercos, llevándolos al suicidio. Para lograr sus fines puede representarse de muchas maneras, no solamente como una serpiente, incluso disfrazándose como “ángel de luz” (2 Corintios 11.14). Destinados al castigo eterno, los demonios buscan atormentar a entes vivos, conduciéndolos si es posible a la muerte. El diablo intenta “engañar al mundo entero” con fines nefastos. Jesús reveló que Satanás recurría a la mentira para lograr que Adán y Eva desobedecieran a Dios, quebrando su relación con el Creador. Al distanciarse espiritualmente de Dios, se convirtieron en seres mortales. Llegaron a ser pecadores, muriendo espiritualmente en el momento de pecar, aunque físicamente todavía estaban vivos.

Asesino y ¨padre de la mentira¨

segunda mentira era , llamándolo el «padre de la mentira». (Juan 8.44). Por medio de la mentira él logró que Adán y Eva perdieran su condición inmortal, muriendo espiritualmente en el momento de pecar, y destinándose a perder también la vida física. El quiere que los demás seres creados desobedezcan la voluntad divina, pierdan la vida eterna y se destinen a la estar lejos de Dios durante la eternidad. Esta es la razón por la cual Jesús se hizo humano. Filipenses 2.7 dice que Él se “vació a sí mismo” (Filipenses 2), para hacerse hombre. Convertido en un ser mortal, murió y resucitó para deshacer el poder del diablo:

Refiriéndose al momento en que el diablo engañó a la primera pareja, induciéndoles a pecar, Jesús dijo que por medio del engañó el diablo se convirtió en «asesino» de Adán y Eva. Jesús afirma que cuando el diablo miente, habla de una manera que es característica de él, ya que es el ¨padre de la mentira.¨ Además, Jesús relacionó las mentiras que la primera pareja decidieron creer con el hecho de que el diablo es un «asesino». ¿De qué manera se puede decir que él ¨asesinó¨ a Adán y Eva? Simplemente induciéndoles a creer mentiras. En primer lugar al afirmar que no morirían si desobedecían a Dios, el diablo les mintió. Es más, al afirmar que no morirían, él da a entender que Dios Mismo les mintió cuando dijo que sí morirían si comían del árbol del conocimiento del bien y del malo. Es más, el diablo les sugiere que Dios quería privar a los seres humanos del conocimiento del bien y del mal para que no llegaran a ser como Él. Es decir, les da a entender que Dios quería privarles de algo que los beneficiaría: el poder distinguir entre el bien y el mal. Es decir, sembró dudas con respecto a las intenciones de Dios. El engañó del diablo consistía en contradecir directamente a Dios y tratar de confianza en Él. Seguramente, si Eva hubiera elegido no hacerle caso al diablo, negándose a comer del fruto prohibido, hubiera por primera ver distinguido el mal como tal. Podría haber compartido este conocimiento con su marido. Sin cometer e mal, hubieran aprendido a reconocerlo. Lamentablemente para ellos, y para nosotros, conocieron el mal al cometerlo, desobedeciendo a Dios. Un solo ser humano fue capaz de no desconfiar de Dios y hacer su voluntad en todas as circustancia, Jesús: ¨ha sido tentado en todo como nosotros, pero sin pecado» (Hebreos 4.15). Puesto que Jesús no cometió pecado, no estaba bajo la condena de muerte que los demás seres humanos recibimos cuando llegamos a la edad de distinguir entre el bien y el mal y elegimos pecar. En ese momento morimos espiritualmente. Jesús en cambió con su muerte en la cruz, asumió el pago de nuestros pecados, la muerte. «El pago del pecado es la muerte pero el don de Dios es vida eterna en unión con Jesucristo, Nuestro Señor» (Romanos 6.23). La muerte física de Jesús y su resurrección pueden restaurar la vida eterna a las personas que deciden seguirlo como Señor.

Así que, por cuanto los hijos participan de carne y sangre, también Jesús participó de lo mismo, para anular mediante la muerte el poder de aquel que tenía el poder de la muerte, es decir, el diablo. (Hebreos 2.14)

¿Qué revela el significado del nombre del diablo acerca de su naturaleza?

El hecho de referirse al diablo como Satanás revela una idiosincracia propia del estilo de Juan cuando escribe el Apocalipsis. Suele señalar a los personajes maléficos con sus nombres en griego y en hebreo. En este caso “Diablo” (en griego) significa el que ama chismes maliciosos; “Satanás” (en hebreo) quiere decir el que acusa. Ambos nombres apuntan a un ser que habla mal de los demás. En este papel Satanás aparece por primera vez en la Biblia como un ángel acusador que no puede encontrar falla alguna en el justo Job de la antigüedad. Asimismo, en el libro de Zacarías, acusa al sumo sacerdote Josué de sus pecados. En esta instancia el ángel del Señor reprende a Satanás, diciendo que los pecados de Zacarías han sido perdonados: él era como un “tizón arrebatado del fuego” (Zacarías 3.2). De la misma manera, cuando el Acusador señala los pecados de los cristianos, ellos pueden confiar en tres armas para neutralizar las acusaciones satánicas (ver Apocalipsis 12.11):

  1. la sangre del Cordero, Jesús, el Hijo de Dios.
  2. la palabra de su testimonio, es decir el hecho de compartir las buenas noticias acerca de Jesús en palabras y hechos con los demás.
  3. el no amar sus vidas tanto que no aceptan dar la vida por Jesús.

Hay momentos en la historia de la fe en los cuales los cristianos literalmente han dado la vida por Jesús. Asimismo en los evangelios, el Señor da a entender que cuando uno sus discípulos se niegan a sí mismo para hacer la voluntad de Jesús de cierta manera pierden la vida por su causa. 

Esta tres armas seguirán derrotando al diablo hasta que el Señor Jesús vuelva en el día del juicio final.

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 ¿Por qué el domingo es considerado el día de Señor?

 ¿Por qué el domingo es considerado el día de Señor?

El Día Imperial.

La práctica de conmemorar el primer día del mes como el dia “imperial” (sebastē) surgió en el Imperio Romano, en honor al primer emperador, César Augusto (Sebastós era el nombre de Augusto en griego). La conmemoración de este día fue un paso en el desarrollo de una religión que se observaba en todo el imperio, el culto al emperador. De hecho, se construyeron varios templos para adorar a los césares. Esta religión imperial era popular en Asia Menor, donde encontramos las siete iglesias de Asia, las destinatarias del Apocalipsis. Entre los cristianos ya conmemoraban, en vez de un día “imperial”,  el día “del Señor”, (kuriaké) para honrar al Señor Jesús. 

En la isla de Patmos, frente a Efeso, la ciudad donde se encontraba la primera de las siete iglesias, el apóstol Juan recibió la visión que les transmitió a estas comunidades cristianas. Él mismo aclara que esto sucedió “en el día del Señor” (kuriakē):

Estaba yo en el Espíritu en el día del Señor (kuriakē), y oí detrás de mí una gran voz, como sonido de trompeta que decía[: «Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias: a Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea».

Apocalipsis 1.10 NBLA

Cena del Señor y Día del Señor.

En Apocalipsis 1.10 la frase “del Señor” traduce el adjetivo “kuriakē”, que aparece solamente dos veces en la Biblia. También se encuentra en 1 Corintios 11.20 donde está empleado para referirse a la “Cena del Señor”, es decir el acto de compartir el pan y el vino en memoria de Jesús  (ver Lucas 22.19, 22, 1 Corintios 11.20). Aquí “del Señor” se refiere claramente a la  conmemoración que ordenó el Señor Jesús. ¿Podemos afirmar que Jesús es también el Señor a quien se refiere en la frase “día del Señor” en Apocalipsis 1.10?

Evidencia del segundo siglo.

¿Con qué criterios debemos interpretar el término “del Señor” en este versículo? Seguramente debemos hacer lo posible por saber cómo lo entenderían los lectores cristianos de Asia Menor a quienes el Apóstol Juan escribió. Ya que aparece aquí y en 1 Corintios 11.20 por primera vez en la literatura cristiana, no tenemos casos anteriores para consultar. Sin embargo, sí se encuentra la misma frase, “día del Señor” (kuriakē), entre los cristianos en el mundo mediterráneo del segundo siglo cerca del tiempo en que Juan escribió el Apocalipsis.
Vamos a ver dos de las citas más tempranas. 

1. Ignacio, fallecido entre los años 107-109 d. C. Para contrarrestar a opositores judíos del cristianismo, él afirma que los cristianos “ya no practican el sábado pero viven de acuerdo con el día del Señor”(kuriakē).

2. La epístola de Bernabé 15.8-9, escrito entre el 70 y el 130 después del nacimiento de Jesús.
«Por último, les dice: Vuestros novilunios y vuestros sábados no los aguanto. Mirad cómo dice: No me son aceptos vuestros sábados de ahora, sino el que yo he hecho, aquél en que haciendo descansar todas las cosas, haré el principio de un octavo, es decir, el principio de otro mundo. Por eso justamente nosotros celebramos también el día octavo con regocijo, por ser día en que Jesús resucitó de entre los muertos, y después de manifestado, subió a los cielos.» 

Ambas citas demuestran que en el segundo siglo ya se marcaba una diferencia entre la observación del sábado judío y el “día del Señor” cristiano. Veamos otra a mediados del siglo segundo.

La primera descripción de una reunión cristiana.

Justino Mártir, quien escribe en el año 150, ha dejado registrado la primera descripción de una reunión cristiana. En su Segundo apología, párrafo 67, Justino escribió acerca de “el primer día de la semana”: 

Desde aquel tiempo siempre hacemos conmemoración de estas cosas, y los que tenemos [bienes] socorremos a todos los necesitados y siempre estamos unidos los unos con los otros. Y en todas las ofrendas alabamos al Creador de todas las cosas por su Hijo Jesucristo y por el Espíritu Santo. Y en el  día que llaman del Sol (Domingo) se reúnen en un mismo lugar los que habitan tanto las ciudades como los campos para leer los comentarios de los apóstoles o los escritos de los profetas por el tiempo que se puede. Después, cuando ha terminado el lector, el que preside toma la palabra para amonestar y exhortar a la imitación de cosas tan insignes. Después nos levantamos todos a la vez y elevamos [nuestros] preces y acción de gracias, y el pueblo aclama Amen, y la comunicación de los [dones] sobre los cuales han recaído las acciones de gracias se hace por los diáconos a cada uno de los presentes y los ausentes. Los que abundan [en bienes] y quieren dar a su arbitrio lo que cada uno quiere, y lo que se recoge se deposita en manos del que preside, y él socorre a los huérfanos y a las viudas y a aquellos que, por enfermedad o por otro motivo, se hallan necesitados, como también a los que se encuentran en las cárceles y a los huéspedes que vienen de lejos; en una palabra toda el cuidado de todos los indigentes. Y en el día del Sol (Domingo) todos nos juntamos, en parte porque es el primer día en que Dios, haciendo volver la luz y la materia, creó el mundo, y también porque en ese día Jesucristo nuestro Salvador resucitó de entre los muertos. Lo crucificaron en efecto, el día anterior al de Saturno (Sábado), y al día siguiente, o sea el del Sol (Domingo) apareciéndose a los apóstoles y discípulos, enseñó aquellas cosas que por nuestra parte hemos entregado a vuestra consideración.

Estas palabras de Justino Mártir nos recuerdan la reunión dominical de Hechos 20.7, “el primer día de la semana nos reunimos para partir el pan”. Aquí “partir el pan” se refiere a la Cena del Señor. 

Para fines del segundo siglo en los demás escritos cristianos conocidos, el día kuriakē (“del Señor”) significaba directamente “domingo”. Ya que los cristianos tampoco conmemoraban el día imperial (sebastē) en honor del César, recordar al domingo como día para adorar al Señor Jesús también podría entenderse como una afirmación de fe: para los cristianos, César no es el Señor a quien adoran, ya que para ellos Jesús es su Señor. 

Resumiendo esta evidencia del segundo siglo, dos factores podrían haber contribuido a que el día domingo se reconociera como perteneciente al Señor Jesús:

  • el hecho de diferenciarse de los judíos quienes guardaban el sábado, y,
  • el rechazo al culto imperial en el cual se adoraba al César en el día “imperial”.

Gracias a esta evidencia no mucho posterior al momento en que Juan escribió el Apocalipsis, podemos afirmar que los destinatarios del Apocalipsis entenderían que Juan estaba “en el Espíritu” el día del Señor, es decir, el domingo. 

¿Por qué el “octavo día” es el domingo?

En el párrafo previamente citado de la “epístola de Bernabé” la alusión al “octavo” día como domingo es un ejemplo de la práctica de calcular los días de la semana como ocho, empezando y terminando con el domingo. Encontramos evidencia de esta práctica de la época en el evangelio de Juan. Leemos en Juan 20.1 y 20.19 que Jesús resucita “el primer día de la semana” y aparece a los apóstoles reunidos, sin la presencia del apóstol Tomás. Luego, “ochos días después” Jesús se les aparece por segunda vez a los apóstoles reunidos, esta vez con Tomás presente (Juan 20.26; ver Reina Valera 1960, Biblia de las Américas). Aquí la frase “ocho días después” está traducida en la NVI como “una semana después” adaptando el uso de la época al lenguaje del lector moderno. Es decir, en estos dos primeros domingos los apóstoles reunidos experimentaron la presencia del Señor Jesús resucitado. Estas dos reuniones dominicales registran quizás el origen de la práctica de reunirse los días domingos para partir el pan (Hechos 20.7).

Los cristianos tomamos la Cena del Señor (1 Corintios 11.20) en el Día del Señor (Apocalipsis 1.10), el día en que Jesús resucitó, coincidiendo estos únicos dos usos en la Biblia del adjetivo kuriakē (del Señor) para referirse a Jesús como El Señor. 

Como conclusión, podemos entender que la práctica de reunirse los domingos (día del Señor) para tomar la Cena del Señor se remonta al día domingo en que Jesús resucitó, cuando Él señoreó sobre la muerte. ¡La venció para siempre ese día y ahora vive!
El segundo domingo, al darse cuenta de la victoria de Jesús sobre la muerte, el apóstol Tomás no pudo más que reconocer a Jesús como “¡Señor mío y Dios mío”! (Juan 20.28, NBLA) ¡Hagamos nosotros lo mismo!

Agradecemos a Juan, Ruben y Adrián quienes motivaron esta nota sobre el domingo como Día del Señor. 

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¿Nunca leíste la Biblia y querés saber de qué se trata?

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      ¿En qué consiste el bautismo bíblico?

      ¿En qué consiste el bautismo bíblico?

      «…pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua«.

             El Apóstol Pedro usó el ejemplo del arca de Noé para ayudarnos a entender cómo Dios nos ofrece la salvación. Según Pedro, Dios esperaba con paciencia mientras Noé construía el arca, ya que el arca iba a ser el instrumento para lograr la salvación de ocho personas:

      …Dios esperaba con paciencia mientras se construía la barca, en la que algunas personas, ocho en total fueron salvadas por medio del agua. 1 Pedro 3.20

             Normalmente cuando pensamos en la salvación de la familia de Noé, decimos que fueron salvados del diluvio por medio del arca. Sin embargo, esto no es lo que nos está diciendo Pedro. Dice claramente que Noé y su familia fueron salvados «por agua»*1 o «por medio del agua». ¿Cómo podrían ser salvados por medio del agua si era justamente el agua la que destruyó la tierra? El relato del diluvio en Génesis ayuda a aclarar esta duda: Y fue el diluvio cuarenta días sobre la tierra; y las aguas crecieron, y alzaron el arca, y se elevó sobre la tierra. Génesis 7.17*

             Aquella agua que destruyó la tierra, es la misma que levantó el arca encima de ella para que los ocho seres humanos que estaban adentro no perdieran sus vidas. El apóstol Pedro dice que la salvación de Noé y su familia «por medio del agua» representa nuestra propia salvación, también por medio del agua, hoy en día:

      Y aquella agua representa el agua del bautismo, por medio del cual somos salvados. El bautismo no consiste en limpiar el cuerpo, sino en pedirle a Dios una conciencia limpia y nos salva por la resurrección de Jesucristo. 1 Pedro 3.21

             ¿Qué tiene que ver el bautismo con la salvación? Ya que Pedro dice que la historia del arca es una figura representativa del bautismo, podemos contestar esta pregunta con otra parecida: ¿qué tenían que ver el arca y el diluvio con la salvación de Noé y su familia? En primer lugar, la Biblia nos enseña que fue la fe de Noé la que lo motivó a construir el arca:

      «Por fe, Noé, cuando Dios le advirtió que habrían de pasar cosas que todavía no podían verse, obedeció y construyó la barca para salvar a su familia. Y por esa misma fe, Noé condenó a la gente del mundo y alcanzó la salvación que se obtiene por la fe«. Hebreos 11.7

             Aquí vemos claramente que la fe de Noé fue una fe obediente. Noé era «un hombre muy bueno, que siempre obedecía a Dios«. Por eso, cuando Dios le dijo cómo debía construir el arca, «Noé hizo todo tal como Dios se lo había ordenado» (Génesis 6.9, 22). Noé no preguntó: «¿Por qué tengo que construir un arca para salvarme del diluvio? ¿No podría Dios llevarme a la montaña más alta del mundo para salvarme? ¿No podría yo ir a un país lejano para evitar el diluvio? ¿No bastaría el hecho de creer que Dios va a mandar un diluvio, y tomar mis propias medidas para evitarlo?». No, Noé creyó, y porque creyó realmente, evitó su destrucción de la manera que Dios le había especificado. De la misma manera no nos corresponde hoy en día preguntar por qué Dios nos salva por medio del agua del bautismo, y no antes de bautizarnos o sin bautizarnos. Así como sucedió en la época de Noé, Dios es el que pone las condiciones, no nosotros. Esta es la actitud de una fe obediente.

             La Biblia aclara que es la fe la que obra en el momento del bautismo y nos salva, ya que el bautismo consiste en «pedirle a Dios una conciencia limpia» (1 Pedro 3.21). Colosenses 2.12 dice que cuando los hombres se sumergen en agua al bautizarse, son sepultados con Cristo y resucitados con El, «porque creyeron en el poder de Dios, que lo resucitó«. Pedro también dice que somos salvados al bautizarnos, «por medio de la resurrección de Jesucristo«. Verdaderamente, lo que nos salva en el momento del bautismo es la fe en la muerte y la resurrección de Jesucristo.

      Esta pregunta: «¿Por qué nos salva el bautismo?» nos obliga a considerar otra: «Por qué nos salva la resurrección de Jesucristo?».

             En primer lugar, necesitamos ser salvados porque todo hombre se aleja de la presencia de Dios y muere espiritualmente. El Apóstol Pablo nos da a entender que hasta el momento en que él tomó conciencia de los mandamientos de Dios, tenía vida, pero al tomar conciencia de la voluntad de Dios, llegó a ser responsable de sus actos de desobediencia, muriendo espiritualmente:

      «Hubo un tiempo en que, sin la ley, yo tenía vida; pero cuando vino el mandamiento, cobró vida el pecado, y yo morí…» Romanos 7.9

             Cuando llegamos a una edad en que gozamos de libre albedrío y somos responsables de nuestros actos también en algún momento desobedecemos a Dios y pecamos. Romanos 3.21 nos dice que «todos hemos pecados y estamos lejos de la presencia salvadora de Dios«. Al alejarnos de la presencia de Dios, nos alejamos de la fuente de la vida y morimos espiritualmente. Como Pablo acaba de decir, «cobró vida el pecado, y yo morí..» Por eso, Romanos 6.23 nos dice que «el pago que da el pecado es la muerte«.
             Todo ser humano que es responsable de sus acciones, ha desobedecido a Dios y está bajo una sentencia de muerte. Si bien es cierto que Dios es Amor (1 Juan 4.8), no debemos olvidarnos de que Dios es como un «fuego que todo lo consume» (Hebreos 12.29). Si El dicta que el hombre debe morir por sus pecados, esa sentencia debe cumplirse. «Qué bueno es Dios, aunque también qué estricto» (Romanos 11.22). Ya que Él es el Juez de toda la tierra (Génesis 18.25), Dios debe exigir el cumplimiento de la sentencia: «el pago del pecado es la muerte». Sin embargo, ya que Él es amor, debido a su bondad, Dios no quiere que el hombre se pierda eternamente. Por lo tanto, Él Mismo viene en forma de su Hijo, para recibir el pago del pecado. Aunque Él mismo nunca pecó, murió en nuestro lugar para librarnos de la sentencia de muerte contra todo pecador:

      «Cristo no cometió pecado alguno; pero por causa nuestra, Dios lo trató como al pecado mismo, para así, por medio de Cristo, librarnos de culpa» 2 Corintios 5.21

             Luego, Jesús vence a la muerte, resucitando para darnos la posibilidad de una vida nueva.

             Hemos visto el por qué de la muerte de Jesús. Su muerte termina en la resurrección, y entender la relación entre estos dos sucesos es necesario para poder contestar nuestra pregunta: «¿Por qué nos salva la resurrección de Jesucristo?» Nos salva porque si primero morimos con Él, también volvemos a la vida con Él, participando de una existencia en que nuevamente estamos en comunión con Dios (Ver Romanos 6.3–5).
             Sin embargo, esta vida nueva, que empieza con el perdón de nuestros pecados, es solamente posible si tenemos una fe obediente como la que tenía Noé.

      ¿Cómo podemos entender la fe obediente de Noé y compararla con nuestra propia salvación?

      • Para salvarse del diluvio, Noé primero tenía que creer que Dios iba a mandar un diluvio para destruir la tierra. De la misma manera, no podemos obtener el perdón de nuestros pecados si no creemos que somos pecadores y que el pago del pecado es la muerte.
      • Con una fe obediente Noé confió en la promesa de Dios. Dios lo iba a salvar del diluvio por medio de las aguas que alzarían el arca por encima de la destrucción. Nosotros también debemos confiar en que Dios sí puede aceptarnos como justos por medio de la muerte y la resurrección de Jesús.

      Pues, por nuestra fe, Dios nos acepta como justos también a nosotros, los que creemos en aquel que resucitó a Jesús, que fue entregado a la muerte por nuestros pecados y resucitado para librarnos de culpa. Romanos 4.24-25

             El hombre que no confía en el poder de Dios que resucitó a su Hijo y que nos acepta como justos, perdonando nuestros pecados, no puede tener una fe obediente: desconfía de la promesa de Dios.

      • El último elemento de la fe obediente de Noé fue la construcción del arca. Sin el arca, Noé no podría haberse salvado de la destrucción del diluvio, por más que hubiera huido a otro país, o subido hasta la cima del monte más alto. El arca fue el medio por el cual Dios envió la salvación a Noé y su familia. Él puso las condiciones y no hubiese aceptado otras, por más que pareciesen lógicas y factibles. La obediencia es una parte fundamental de la fe en Dios como Señor y Amo del Universo. Él merece nuestra obediencia por ser el único Dios. Si no aceptamos la salvación de la manera en que Él la ofrece, nuestra fe no es una fe obediente, y por lo tanto no es el tipo de fe que nos puede salvar. De ahí que, cuando la Biblia nos dice que el bautismo nos salva por medio de la resurrección de Jesucristo, no podemos suponer que podemos ser salvados por medio de la resurrección de Jesucristo antes de bautizarnos, o sin el bautismo. Cuando Dios llama a una persona, una fe obediente se arrepiente de sus pecados y se bautiza para que sean perdonados (Hechos 2.38-39). Las condiciones que Dios pone no son discutibles.

      Las tradiciones de los hombres

             En la época en que Jesús vivía, dijo una vez a alguna personas muy religiosas: «De nada sirve que me rindan culto: sus enseñanzas son mandatos de hombres. Porque ustedes dejan el mandato de Dios para seguir las tradiciones de los hombres» (Marcos 7.7-8). Hoy en día muchas personas religiosas, con frecuencia bienintencionadas, siguen tradiciones humanas con respecto a la salvación que Dios nos ofrece por medio de Jesús. Por ejemplo, han cambiado la importancia que Dios dio al bautismo como medio por el cual somos salvados. En esencia hay dos tradiciones humanas muy difundidas con respecto al bautismo: una que es practicada por la Iglesia Católica y otra que comúnmente se enseña en las Iglesias Evangélicas. Las dos son solamente tradiciones que utilizan parte de la verdad, pero dejan de lado otra parte. No son el bautismo que encontramos en el Nuevo Testamento. Consideremos ambas tradiciones:

             La tradición católica. Según la Iglesia Católica, el bautismo nos salva, así como enseña la Biblia en 1 Pedro 3.21. Sin embargo, hemos visto que lo que nos salva en el bautismo es nuestra fe en la muerte y la resurrección de Jesucristo. «El bautismo no consiste en limpiar el cuerpo, sino en pedirle a Dios una conciencia limpia» (1 Pedro 3.21). Lógicamente, un bebé no puede pedirle a Dios una conciencia limpia, porque todavía no tiene noción de lo que es el pecado. «El bautismo no consiste en limpiar el cuerpo«, y por más que algunas gotas de agua se deslicen sobre la cabeza del bebé que se bautiza, el rito del bautismo no pide una conciencia limpia a Dios, y por lo tanto, realmente no es un bautismo. Según la Iglesia Católica, el bebé debe bautizarse para evitar el castigo del pecado original. Sin embargo, la Biblia enseña que el pecado no puede heredarse: «Sólo aquel que peque morirá. Ni el hijo ha de pagar por los pecados del padre, ni el padre por los pecados del hijo» (Ezequiel 18.20). Solamente cuando entiendo que soy un pecador y necesito de la salvación de mi alma, y confío en que Dios sí puede salvarme por medio de su Hijo, sólo entonces puedo recibir la salvación mediante la fe, al morir y resucitar con Jesús al bautizarme.

             Vamos a suponer que Dios no destruyó el mundo por medio del diluvio y que nunca le dijo a Noé que debía construir el arca para salvarse. ¿No sería ridículo si un día a Noé se le ocurre construir una nave grande lejos de donde hay agua y meterse adentro para salvar su vida? Sin el diluvio, él no hubiera tenido por qué construir el arca. No obstante, algo parecido pasa con el bautismo de bebés. Según la Biblia, uno es responsable por sus pecados solamente cuando toma conciencia de los mandatos de Dios (Romanos 7.9). Debemos bautizarnos para que nuestros pecados sean perdonados, y antes de bautizarnos debemos arrepentirnos (Hechos 2.38-39). Lógicamente un bebé no puede arrepentirse de algo que no entiende, y si no es responsable de sus actos todavía, tampoco tiene pecados que pueden ser perdonados por medio del bautismo. El bautismo de bebés construye el arca sin la amenaza del diluvio.

             Jesús dijo que para entrar en el Reino de Dios hay que cambiar y volver a ser como niños (Mateo 18.3), y que el Reino de Dios es de quienes son como ellos (Marcos 10.14). Solamente cuando llegamos a ser pecadores debemos buscar el perdón de nuestros pecados. Cuando uno deja de ser niño, llegando a ser responsable de sus actos, debe volver a ser como niño, naciendo de nuevo por medio del agua y del Espíritu al bautizarse para entrar en el reino de DIos (Juan 3.3-5). Bautizar a los niños es una tradición humana que no se encuentra en la Biblia. Jesús dijo que las tradiciones humanas que se hacen pasar por mandados de Dios son inválidas. 

             Vale la pena agregar que la palabra griega traducida como “bautizar” es baptizein, que significa “sumergir”, hecho que explica por qué la forma original del bautismo era “inmersión” en agua. Al sumergirse en el agua, por medio de la fe uno muere espiritualmente: es crucificado y sepultado con Cristo, y también por medio de la fe, resucita con Él al salir del agua para comenzar otra vida (Colosenses 2.12, Romanos 6.1-11, Gálatas 2.20). Por lo tanto, la forma original y bíblica del bautismo, inmersión, es una entrega de fe para unirse con Jesús en la obra salvadora de su muerte y resurrección. Lo que la tradición más difundida practica no es una entrega de fe, puesto que el bebé no cree todavía. Posiblemente esta realidad explique en parte el cambio de la práctica original de «inmersión» por la actual de «aspersión» de agua encima de la cabeza, la cual no representa por medio de la acción la muerte y resurrección, y tampoco requiere fe de parte del niño para realizarse.

             La tradición evangélica. Las iglesias evangélicas se llaman así porque dicen que predican el evangelio, o sea, las buenas noticias, y hasta cierto punto hacen exactamente eso. Predican que la salvación viene solamente por Jesucristo, que recibimos la salvación por medio de la fe en Él y que Dios nos da la salvación gratuitamente. Además, muchas iglesias evangélicas bautizan a personas que tienen fe, o sea, a adultos. También suelen bautizar por inmersión, práctica que coincide con el significado original de la palabra griega baptizein (sumergir).Todo esto está de acuerdo con lo que la Biblia nos enseña acerca de la voluntad de Dios.

             Sin embargo, muchas iglesias evangélicas dicen que el bautismo no salva. Enseñan que la persona que tiene fe antes de bautizarse, o sin bautizarse, se salva igual. Esto contradice 1 Pedro 3.21 que dice: «El bautismo nos salva«.

             ​Para muchas iglesias evangélicas el bautismo es un «testimonio» que da la persona que tiene fe, pero no es necesario para la salvación. La Biblia nunca dice que el bautismo es un testimonio. Es muy común en las iglesias evangélicas enseñar que el bautismo es un «acto de obediencia», pero que no nos salva. Sin embargo, para que el bautismo se realice con la fe obediente que Dios pide, debería hacerse con la convicción de que en ese momento se recibe por primera vez el perdón de los pecados, el Espíritu Santo, y la salvación. Si una persona cree que ya está salvada, que Cristo ya lavó sus pecados, antes de bautizarse, ¿puede recibir el perdón de sus pecados y la salvación en el momento de su bautismo? Según 1 Pedro 3.21 en el momento del bautismo la persona pide a Dios una conciencia limpia. Según Hechos 2.38 nos bautizamos para que nuestros pecados sean perdonados. Si uno cree que Dios ya lo ha perdonado, antes de bautizarse, si cree que ya está salvado sin bautizarse, lógicamente en el momento de su bautismo no puede tener fe en que Dios está limpiando su conciencia de todos sus pecados anteriores, ni que en ese momento Dios le da la salvación.

             Otra enseñanza muy común entre las iglesias evangélicas es que el bautismo solamente simboliza la muerte y la resurrección de Cristo. Sin embargo, la Biblia no dice que el bautismo es un simbolismo; dice más bien que cuando uno se bautiza, por medio de la fe muere, se entierra y resucita con Cristo. No dice que es algo simbólico sino que por medio de la fe entramos en unión juntamente con Cristo en su muerte y su resurrección. Es una realidad espiritual hecha posible por medio de la fe; no es un simple simbolismo. «Al ser bautizados, ustedes fueron sepultados con Cristo, y fueron también resucitados con él, porque creyeron en el poder de Dios que lo resucitó» (Colosenses 2.12). El versículo siguiente, Colosenses 2.13, nos dice que el momento de resucitar con Cristo, y empezar a vivir con Él, es el punto del perdón, cuando Dios nos purifica de todo pecado. ¿Puede una persona recibir el perdón de sus pecados antes de morir y resucitar con Cristo?

             Si un creyente evangélico piensa que el bautismo solamente simboliza una salvación que recibió antes de bautizarse, no puede pensar que está entrando en unión con Jesús en su muerte en el momento de bautizarse. Piensa más bien que esta unión se logró de alguna manera antes del bautismo. Según esta «tradición evangélica», ¿cómo se logra la unión con Cristo sin bautizarse? Comúnmente se enseña que por medio de una oración uno puede «entregarse» al Señor o «recibir» al Señor. A veces esta oración se llama la «oración de entrega» o la «oración del pecador». La llamada «oración de entrega» no aparece en la Biblia; es parte de de una tradición evangélica que sostiene que uno puede ser salvado antes de bautizarse, o directamente sin el bautismo. Si uno piensa que ya está salvado antes de bautizarse, tampoco puede, por medio de la fe pedir el perdón de sus pecados mediante el acto del bautismo. Según el Nuevo Testamento la única manera en que uno puede morir y resucitar juntamente con Cristo es mediante la fe en el momento de bautizarse.

       

      Volvamos al ejemplo de Noé. Supongamos que Dios le advierte a Noé acerca del diluvio y le dice cómo construir el arca para salvarse a sí mismo y a su familia. Y Noé efectivamente construye el arca, pero no lo hace todo tal como Dios se lo había ordenado. Sencillamente no sería como sucedió, porque sabemos que Noé sí «hizo todo como Dios se lo había ordenado» (Génesis 6.22). No sabemos lo que habría pasado si Noé no hubiera usado la madera resinosa que Dios mandó o si no hubiera tapado con brea todas las rendijas de la barca por dentro y por fuera (Génesis 6.14), o si hubiera hecho el arca con dimensiones distintas de las que Dios mandó. ¿Dios habría hecho que el arca flotara igual? No sabemos. Pero sí podemos afirmar que al construir el arca de una manera no ordenada por Dios, Noé no hubiera sido el hombre que siempre obedecía a Dios (Génesis 6.9).

             Comparemos el ejemplo de Noé con la salvación que nos ofrece Jesús. No debemos suponer que el amor de Dios nos salvará, sabiendo que Él es también un fuego que todo lo consume. Si Dios nos ofrece la salvación gratuitamente, debemos aceptarla de la manera que Él nos la ofrece, es decir: en el momento de bautizarnos, no antes o después. Cambiar esta condición, es nuevamente, hacer pasar una tradición humana por un mandato de Dios.

      ¿Tradiciones humanas u obediencia a Dios? 

             Según Efesios 4.5 existe «un bautismo», ¿pero lo que se suele practicar actualmente en las distintas ramas del cristianismo es ese único bautismo? ​La Iglesia Católica enseña que primero la persona se bautiza y se salva, y luego, en algún tiempo futuro llega a creer y confirma su bautismo. En cambio, muchas iglesias evangélicas enseñan que primero uno cree y es salvado y luego, en algún momento se bautiza, pero no para alcanzar la salvación, porque fue salvado antes. La Biblia NO ENSEÑA que uno se salva al bautizarse sin creer (la posición católica); TAMPOCO enseña que uno cree y es salvado y luego se bautiza (una posición difundida entre iglesias evangélicas). La Biblia sí ENSEÑA que al bautizarnos le pedimos a Dios una conciencia limpia (1 Pedro 3.21), lavándonos de nuestros pecados (Hechos 2.38-39; 22.16), cuando por medio de la fe en ese momento morimos y resucitamos con Jesucristo (Colosenses 2.12; Romanos 6.3-5), recibiendo la salvación (1 Pedro 3.21; Tito 3.3-7), al nacer de nuevo del agua y del Espíritu (Juan 3.3-5), pasando a formar parte del cuerpo de Cristo, o sea, la Iglesia (1 Corintios 12.13).

             Dios es el que pone las condiciones de nuestra salvación; no tengamos la osadía de cambiarlas. Si usted se bautizó según las enseñanzas de alguna tradición humana, no es tarde para mostrar su amor y reverencia hacia Dios, aceptando la salvación que Él nos ofrece, respetando las condiciones que Él ha determinado. Antes de unirse a la muerte y resurrección de Jesús por medio de la fe en el momento de bautizarse, es importante que usted medite en su necesidad de perdón de pecados ante los ojos de Dios. Es fundamental que esté convencido que Jesús murió y resucitó para salvarlo (Gálatas 2.20). Es necesario que entienda la necesidad que usted tiene de un Salvador (Hechos 4.12). Debe elaborar un cambio de actitud con respecto a su relación con Dios, comenzar una transformación que se conoce como el «arrepentimiento» o la «conversión» (Hechos 2.38-29). En otras palabras es necesario que usted medite bien en el compromiso que asume con este acto de entrega. Jesús vino no solamente como nuestro Salvador sino también nuestro Señor. Al morir y resucitar con Cristo, Él nos salva y empezamos a vivir de ahi en más con Él como nuestro Señor. Estamos a su disposición para explicar mejor las bendiciones y las responsabilidades de la vida cristiana.  

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