¿Por qué el domingo es considerado el día de Señor?

 ¿Por qué el domingo es considerado el día de Señor?

El Día Imperial.

La práctica de conmemorar el primer día del mes como el dia “imperial” (sebastē) surgió en el Imperio Romano, en honor al primer emperador, César Augusto (Sebastós era el nombre de Augusto en griego). La conmemoración de este día fue un paso en el desarrollo de una religión que se observaba en todo el imperio, el culto al emperador. De hecho, se construyeron varios templos para adorar a los césares. Esta religión imperial era popular en Asia Menor, donde encontramos las siete iglesias de Asia, las destinatarias del Apocalipsis. Entre los cristianos ya conmemoraban, en vez de un día “imperial”,  el día “del Señor”, (kuriaké) para honrar al Señor Jesús. 

En la isla de Patmos, frente a Efeso, la ciudad donde se encontraba la primera de las siete iglesias, el apóstol Juan recibió la visión que les transmitió a estas comunidades cristianas. Él mismo aclara que esto sucedió “en el día del Señor” (kuriakē):

Estaba yo en el Espíritu en el día del Señor (kuriakē), y oí detrás de mí una gran voz, como sonido de trompeta que decía[: «Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias: a Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea».

Apocalipsis 1.10 NBLA

Cena del Señor y Día del Señor.

En Apocalipsis 1.10 la frase “del Señor” traduce el adjetivo “kuriakē”, que aparece solamente dos veces en la Biblia. También se encuentra en 1 Corintios 11.20 donde está empleado para referirse a la “Cena del Señor”, es decir el acto de compartir el pan y el vino en memoria de Jesús  (ver Lucas 22.19, 22, 1 Corintios 11.20). Aquí “del Señor” se refiere claramente a la  conmemoración que ordenó el Señor Jesús. ¿Podemos afirmar que Jesús es también el Señor a quien se refiere en la frase “día del Señor” en Apocalipsis 1.10?

Evidencia del segundo siglo.

¿Con qué criterios debemos interpretar el término “del Señor” en este versículo? Seguramente debemos hacer lo posible por saber cómo lo entenderían los lectores cristianos de Asia Menor a quienes el Apóstol Juan escribió. Ya que aparece aquí y en 1 Corintios 11.20 por primera vez en la literatura cristiana, no tenemos casos anteriores para consultar. Sin embargo, sí se encuentra la misma frase, “día del Señor” (kuriakē), entre los cristianos en el mundo mediterráneo del segundo siglo cerca del tiempo en que Juan escribió el Apocalipsis.
Vamos a ver dos de las citas más tempranas. 

1. Ignacio, fallecido entre los años 107-109 d. C. Para contrarrestar a opositores judíos del cristianismo, él afirma que los cristianos “ya no practican el sábado pero viven de acuerdo con el día del Señor”(kuriakē).

2. La epístola de Bernabé 15.8-9, escrito entre el 70 y el 130 después del nacimiento de Jesús.
«Por último, les dice: Vuestros novilunios y vuestros sábados no los aguanto. Mirad cómo dice: No me son aceptos vuestros sábados de ahora, sino el que yo he hecho, aquél en que haciendo descansar todas las cosas, haré el principio de un octavo, es decir, el principio de otro mundo. Por eso justamente nosotros celebramos también el día octavo con regocijo, por ser día en que Jesús resucitó de entre los muertos, y después de manifestado, subió a los cielos.» 

Ambas citas demuestran que en el segundo siglo ya se marcaba una diferencia entre la observación del sábado judío y el “día del Señor” cristiano. Veamos otra a mediados del siglo segundo.

La primera descripción de una reunión cristiana.

Justino Mártir, quien escribe en el año 150, ha dejado registrado la primera descripción de una reunión cristiana. En su Segundo apología, párrafo 67, Justino escribió acerca de “el primer día de la semana”: 

Desde aquel tiempo siempre hacemos conmemoración de estas cosas, y los que tenemos [bienes] socorremos a todos los necesitados y siempre estamos unidos los unos con los otros. Y en todas las ofrendas alabamos al Creador de todas las cosas por su Hijo Jesucristo y por el Espíritu Santo. Y en el  día que llaman del Sol (Domingo) se reúnen en un mismo lugar los que habitan tanto las ciudades como los campos para leer los comentarios de los apóstoles o los escritos de los profetas por el tiempo que se puede. Después, cuando ha terminado el lector, el que preside toma la palabra para amonestar y exhortar a la imitación de cosas tan insignes. Después nos levantamos todos a la vez y elevamos [nuestros] preces y acción de gracias, y el pueblo aclama Amen, y la comunicación de los [dones] sobre los cuales han recaído las acciones de gracias se hace por los diáconos a cada uno de los presentes y los ausentes. Los que abundan [en bienes] y quieren dar a su arbitrio lo que cada uno quiere, y lo que se recoge se deposita en manos del que preside, y él socorre a los huérfanos y a las viudas y a aquellos que, por enfermedad o por otro motivo, se hallan necesitados, como también a los que se encuentran en las cárceles y a los huéspedes que vienen de lejos; en una palabra toda el cuidado de todos los indigentes. Y en el día del Sol (Domingo) todos nos juntamos, en parte porque es el primer día en que Dios, haciendo volver la luz y la materia, creó el mundo, y también porque en ese día Jesucristo nuestro Salvador resucitó de entre los muertos. Lo crucificaron en efecto, el día anterior al de Saturno (Sábado), y al día siguiente, o sea el del Sol (Domingo) apareciéndose a los apóstoles y discípulos, enseñó aquellas cosas que por nuestra parte hemos entregado a vuestra consideración.

Estas palabras de Justino Mártir nos recuerdan la reunión dominical de Hechos 20.7, “el primer día de la semana nos reunimos para partir el pan”. Aquí “partir el pan” se refiere a la Cena del Señor. 

Para fines del segundo siglo en los demás escritos cristianos conocidos, el día kuriakē (“del Señor”) significaba directamente “domingo”. Ya que los cristianos tampoco conmemoraban el día imperial (sebastē) en honor del César, recordar al domingo como día para adorar al Señor Jesús también podría entenderse como una afirmación de fe: para los cristianos, César no es el Señor a quien adoran, ya que para ellos Jesús es su Señor. 

Resumiendo esta evidencia del segundo siglo, dos factores podrían haber contribuido a que el día domingo se reconociera como perteneciente al Señor Jesús:

  • el hecho de diferenciarse de los judíos quienes guardaban el sábado, y,
  • el rechazo al culto imperial en el cual se adoraba al César en el día “imperial”.

Gracias a esta evidencia no mucho posterior al momento en que Juan escribió el Apocalipsis, podemos afirmar que los destinatarios del Apocalipsis entenderían que Juan estaba “en el Espíritu” el día del Señor, es decir, el domingo. 

¿Por qué el “octavo día” es el domingo?

En el párrafo previamente citado de la “epístola de Bernabé” la alusión al “octavo” día como domingo es un ejemplo de la práctica de calcular los días de la semana como ocho, empezando y terminando con el domingo. Encontramos evidencia de esta práctica de la época en el evangelio de Juan. Leemos en Juan 20.1 y 20.19 que Jesús resucita “el primer día de la semana” y aparece a los apóstoles reunidos, sin la presencia del apóstol Tomás. Luego, “ochos días después” Jesús se les aparece por segunda vez a los apóstoles reunidos, esta vez con Tomás presente (Juan 20.26; ver Reina Valera 1960, Biblia de las Américas). Aquí la frase “ocho días después” está traducida en la NVI como “una semana después” adaptando el uso de la época al lenguaje del lector moderno. Es decir, en estos dos primeros domingos los apóstoles reunidos experimentaron la presencia del Señor Jesús resucitado. Estas dos reuniones dominicales registran quizás el origen de la práctica de reunirse los días domingos para partir el pan (Hechos 20.7).

Los cristianos tomamos la Cena del Señor (1 Corintios 11.20) en el Día del Señor (Apocalipsis 1.10), el día en que Jesús resucitó, coincidiendo estos únicos dos usos en la Biblia del adjetivo kuriakē (del Señor) para referirse a Jesús como El Señor. 

Como conclusión, podemos entender que la práctica de reunirse los domingos (día del Señor) para tomar la Cena del Señor se remonta al día domingo en que Jesús resucitó, cuando Él señoreó sobre la muerte. ¡La venció para siempre ese día y ahora vive!
El segundo domingo, al darse cuenta de la victoria de Jesús sobre la muerte, el apóstol Tomás no pudo más que reconocer a Jesús como “¡Señor mío y Dios mío”! (Juan 20.28, NBLA) ¡Hagamos nosotros lo mismo!

Agradecemos a Juan, Ruben y Adrián quienes motivaron esta nota sobre el domingo como Día del Señor. 

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      Teología escatológica del momento actual. ¿Trompetas?

      Teología escatológica del momento actual. ¿Trompetas?

      Alrededor del 2010 comenzaron a circular videos en Youtube acerca de sonidos extraños que se interpretan como “trompetas”. Una de las versiones más recientes de este video se refiere al sonido como un “hum” (zumbido) y plantea si estas singulares vibraciones no serán las “siete trompetas del Apocalipsis”. Llama la atención que estos videos no aparecen en los noticieros de medios masivos. ¿Los consideran podo serios? Son llamativos por su carácter misterioso y sensacionalista; no obstante, hace un par de años, uno de ellos, subido a Internet en la Argentina fue cuidadosamente desmentido, no dejando duda que se trataba de un fraude. Da par pensar el trabajo técnico minucioso que se requiere no sólo armar semejante engaño sino también para desenmascararlo.

      Uno no deja de preguntarse acerca de la verdadera motivación de los autores de semejantes videos. ¿Nacen del deseo de convencer acerca de una interpretación dada? ¿Son simples bromas? ¿Qué pasará si las personas condicionan su fe en la segunda venida de Jesús a la supuesta veracidad de estos videos y otras “pruebas” actuales? Si estos internautas quedan desilusionados en cuanto a esta evidencia moderna, ¿quedará afectada su fe en el Señor? Ya que lo que está en juego se trata de nada menos que la fe de los creyentes en Jesús, es conveniente detenernos a pensar primeramente en el carácter simbólico del Apocalipsis y, luego, desde esta perspectiva, preguntarnos qué significan las siete trompetas de esta profecía del Apóstol Juan.

      Una profecía comunicada por medio de señales.

      Desde el vamos en Apocalipsis 1.1, Juan recurre a un verbo “semaino” que se traduce como “indicar, dar a entender, dar a conocer” según la Sociedades Bíblicas Unidas. -Este primer versículo del libro se traduce en la Biblia de las Américas de la siguiente manera: «La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto; y la dio a conocer, enviándola por medio de su ángel a su siervo Juan”. En esta versión, la frase “dio a conocer” traduce el verbo “semaino”. Es necesario aclarar que este verbo también puede traducirse como “dar a conocer por medio de señales”. El Diccionario griego-español Vox registra las siguientes posibilidades: “señalar, indicar, apuntar; dar señal (a alguien de hacer algo); hacer señales; declarar, interpretar, explicar, referir; significar”. El verbo tiene la misma raíz que el sustantivo semeion (señal, signo), un término importante para el apóstol Juan en su Evangelio. Allí, por ejemplo, cuando Jesús devuelve la visión a un ciego (Juan, capítulo 9) es una “señal” de algo más profundo: “Jesús es la luz del mundo” (Juan 8.12) quien abre nuestros ojos espirituales para creer en el Hijo de Dios. Cuando llegamos al Apocalipsis, ya aprendimos que recurrir a “señales” para comunicar una verdad no es nada nuevo, ni para Jesús (Juan 6.26), ni para su apóstol, Juan.

      Entonces, por más que el verbo semaino puede significar sencillamente “dar a conocer”, en Apocalipsis 1.1 el Señor probablemente quiere decir “comunicar por señales” a sus “siervos”. ¿Por cuál de los significados tendríamos que optar?

      Afortunadamente, como suele ocurrir en el Apocalipsis en este versículo se encuentra una clara alusión a un evento del Antiguo Testamento, en este caso a Daniel, capitulo 2. El comentarista G. K. Beale ha demostrado que Apocalipsis 1.1 nos lleva directamente a Daniel 2.28-30, y 2.45 en la Septuaginta, la traducción al griego del Antiguo Testamento que circulaba en el siglo primero de nuestra era. El apóstol Juan con frecuencia recurre a la Septuaginta en sus alusiones al Antiguo Testamento en el Apocalipsis. En el capítulo 2 el Rey Nabucodonosor ha soñado con una estatua compuesta de cuatro materiales diferentes. Parte de la interpretación del sueño se encuentra en Daniel 2.45, donde el griego de la Sepuaginta puede traducirse de la siguiente manera:

      “Así como viste desprenderse del monte, sin intervención de mano humana, la piedra que redujo a polvo el hierro, el bronce, la arcilla, la plata y el oro, El Dios grande //ha dado a conocer (o) ha comunicado con señales// al rey las cosas que serán en los últimos días.”

      En esta cita las dos opciones para traducir “semaino” aparecen entre barras dobles : // //.

      Otra frase en el 1.1 del Apocalipsis, “las cosas que deben suceder pronto”, reproducen exactamente las palabras “las cosas que deben suceder en los últimos días” en Daniel 2.28 y 2.30 en la Septuaginta, salvo que Juan introduce un importante cambio: estas cosas deben suceder “pronto”. Lo que iba a suceder en los “últimos días» desde la perspectiva de Daniel debe suceder “pronto” en la época de Juan. Es que los “últimos tiempos” son los que comienzan a partir de la resurrección de Jesús, y Juan, quien escribe varias décadas después de este inicio, sabe que el tiempo del cumplimiento “está cerca” (Apocalipsis 1.3). Jesús durante su vida anunciaba un reino que “se ha acercado” (Marcos 1.15, Biblia de las Américas). En cambio, en el momento en que Juan escribe, por haber resucitado Jesús efectivamente ya “hizo” el reino (Apocalipsis 1.6).

      Elementos de un sueño, y de una visión, que comunican simbólicamente la realidad. 

      Continuamos comparando Apocalipsis 1.1 con el sueño de Nabucodonosor (Daniel capítulo 2). En el contexto de este sueño, la estatua y la piedra que la pulveriza símbolizan (“señalan, comunican por señales”) reinos humanos que son vencidos por el reino de Dios (ver la explicación en Daniel 2.31-45). No son ni una estatua ni una piedra literales. Por eso, podemos sostener que es viable la traducción “Dios ha comunicado con señales al rey las cosas que serán en los últimos tiempos” de Daniel 2.45. La estatua del sueño no existió literalmente; fue un elemento relevante del sueño de Nabucodonosor; éste y los demás elementos del sueño tienen un significado simbólico que el profeta Daniel se ocupa de explicarle al Rey: en los últimos tiempos llegará el reino de Dios que conquistará a los reinos de los hombres. En cambio, en el momento en que se recibe la visión del Apocalipsis, el reino de Dios ya se ha acercado; Jesús ya ha creado y un reino de “sacerdotes” (su Iglesia) (Apocalipsis 1.6). Ahora falta solamente que Él juzgue definitivamente con su poder soberano cuando venga “en las nubes” (Apocalipsis 1.7) cuando Él se siente en su trono para juzgar (Mateo 25.31). Es de este estado del reino de Dios que se habla en el Apocalipsis. Lo que son los “últimos días” para Nabucodonosor, en la época de Juan ya es “pronto”.

      Basándonos en esta interpretación claramente simbólica de Daniel 2, a la que se alude directamente en Apocalipsis 1.1, podemos afirmar que desde su inicio la profecía de Juan comunica la palabra de Dios por medio de símbolos. En otras palabras, la linea recta a Daniel 2 en el capítulo 1.1 de Apocalipsis, señala la intención de la profecía de darse a conocer de esta manera: “comunicando con señales”. Es más, Juan aclara que él escribe “en lenguaje espiritual” (Apocalipsis 11.7), es decir, no literal.

      ¿Cómo afecta este hecho la manera de interpretar las “trompetas” del Apocalipsis? Recordando que Apocalipsis se da a conocer simbólicamente conforme el modelo de Daniel 2, sencillamente no tenemos por qué pensar que habrá trompetazos más literales que la estatua y la piedra del sueño de Nabucodonosor. Así como Dios “señaló”, habló por signos, a Nabucodonosor, ahora “señala”, habla por signos, “a sus siervos”. Por lo tanto, desde la perspectiva de la comunicación simbólica, las siete trompetas pueden representar las variadas oportunidades en que Dios ha hablado en la historia de su pueblo con “voz de trompeta”. Por ejemplo, así Él habla a Moisés y el pueblo de Israel en Sinaí (ver Éxodo 19.18-19, 20.18;). Ciertamente podemos imaginar una alusión directa a las trompetas que suenan cuando se caen las murallas de Jericó. Esto sucede después de un período siete días. Siguiendo las indicaciones del Señor, los primeros seis días los israelitas diariamente dan una sola vuelta alrededor de la ciudad en silencio. Pero hay una énfasis especial el último día, el séptimo, cuando marchan alrededor de la ciudad siete veces (Josué 6.14-16, 6.20). Inmediatamente tocan las trompetas y las murallas de la ciudad se caen. Así con su obediencia el pueblo de Dios venció en el pasado, y de la misma manera, en los “últimos tiempos” los santos serán vencedores porque dan el testimonio de su fe al mundo que rechaza a Jesús (Apocalipsis 12.10-11). Este mundo, “en lenguaje espiritual”, el Apocalipsis llama “la gran ciudad”. Su caída, está anunciada por las trompetas de la profecía (que incluye el testimonio de “los santos”) de la misma manera que cayeron las murallas de Jericó.

      Así como Dios ha intervenido en el pasado para salvar a su pueblo, sigue obrando en el presente y lo hará en el futuro, porque Él es “el que era, el que es y el que ha de venir” (Apocalipsis 1.4). Pero puesto que se trata de lenguaje simbólico, no tenemos por qué pensar que literalmente sonarán trompetas o que se escuchará un “zumbido fuerte” durante varios años en distintas partes del mundo. El símbolo de las trompetas comunica la realidad del juicio de Dios contra el mundo que no acepta a su Hijo Jesucristo. En el momento predeterminado, Dios interviene a lo largo de los años para juzgar, e intervendrá definitivamente en el día de la consumación universal: no habrá especulación ni harán falta videos que anuncien la segunda venida de Jesús y el juicio final: “Todo ojo lo verá” (Apocalipsis 1.7). Los juicios de Dios son irrevocables. Son anunciados por la proclamación de su Palabra, no por un zumbido misterioso que puede producirse por medio de la tecnología moderna y luego subirse a internet. Cuando el Señor inicie el juicio final, no nos quedarán dudas.

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      Parte 2 ¿Qué es un ídolo? -Se considera que el culto a “San La Muerte” es idolatría? ¿La Biblia dice algo al respecto?

      Parte 2 ¿Qué es un ídolo? -Se considera que el culto a “San La Muerte” es idolatría? ¿La Biblia dice algo al respecto?

      Descripción simbólica de la presencia demoníaca en la idolatría. La primera parte de esta reflexión mencionó la influencia demoníaca que está presente en la idolatría. Por lo menos dos textos bíblicos más afirman esta idea. Uno se encuentra en el Apocalipsis, un libro sumamente simbólico que transmite importantes verdades espirituales por medio del relato de visiones que recibe el apóstol Juan. Por ejemplo, él ve a dos ejércitos identificables como demoníacos, ya que su descripción incluye elementos de “escorpiones y serpientes”, rasgos asociados en la Biblia con el diablo (comparar Lucas 10.17-20, Apocalipsis 9.5, 9.19, 12.9). El primer ejército demoníaco sube del “abismo”, el destino que les corresponde a los demonios (Apocalipsis 9.1-2, 9.11, Mateo 9.29, Lucas 8.31). Esta horda lleva a las personas que no gozan de un compromiso con Jesús a desesperarse de la vida, deseando morir aunque “la muerte huye de ellos” (Apocalipsis 9.6); luego, un segundo ejército demoníaco incluso inflige la muerte física (Apocalipsis 9.13-18). A pesar de esto, los seres humanos que siguen con vida, no se arrepienten y “no dejaron de adorar a los demonios y a los ídolos…” (Apocalipsis 9.20). Es decir, siguen adorando a los mismos demonios que los llevan a desesperarse de la vida e incluso hasta la muerte misma. Rinden culto a lo que les hace daño. Este versículo nuevamente vincula la idolatría con la influencia demoníaca, como vimos en la primera parte de esta nota. Cabe mencionar que lo que se describe aquí coincide con lo que sabemos actualmente de las adicciones. Se sigue alimentando una adicción aunque daña al adicto. ¿Pueden, entonces, las adicciones encerrar un elemento demoníaco? ¿Pueden representar otro aspecto de la idolatría? Volvemos a recordar las palabras de Pablo, “no dejaré que nada me domine” (1 Corintios 6.12), refiriéndose al uso correcto del cuerpo para honrar al Señor. Solamente el Señor debe “dominarnos”. Los apetitos físicos pueden convertirse en una especie de dios que busca reemplazar al Señor en nuestra vida (Filipenses 3.18-19). La lucha espiritual, cómo ganarla. Como ya vimos en la carta de 1 Corintios, la lucha contra fuerzas malignas también ocupa un lugar relevante en los escritos del apóstol Pablo. Él enseñó que “La batalla que libramos no es contra gente de carne y hueso, sino contra principados y potestades, contra los que gobiernan las tinieblas de este mundo, ¡contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes!” (Efesios 6.12, Reina Valera Contemporánea). En este texto, por “principados y potestades” se entienden a fuerzas demoníacas poderosas. Aplicando este pasaje al tema de los dioses falsos, las Escrituras afirman que la lucha espiritual del cristiano no es contra los que practican, por ejemplo, alguna forma de idolatría (“gente de carne y hueso”), sino más bien las fuerzas que están detrás de este culto: sea adoración que se rinde a una imagen material, o bien, la avaricia, los apetitos desmedidos, las adicciones. En nuestra sociedad a veces se sincretiza por un parte, la adoración a Dios y Jesús, y por otra, el culto a seres creados, a sus imágenes y otras formas de idolatría. Recordemos que el Señor no quiere que intentemos tener comunión con Él por un lado y con los demonios por otro (1 Corintios 10.19-22). La veneración de santos populares como San La Muerte, u otros oficiales, puede parecer inocente e incluso atractiva. Sin embargo, al rendir culto a seres creados o sus imágenes, no dejan de ser formas de idolatría. Los seres demoníacos, al restarle adoración a Dios y transferírsela a seres creados o algo que se origina en este mundo, entablan una feroz batalla para la lealtad de las almas de los hombres. La lucha del cristiano no es contra “gente de carne y hueso” sino contra las fuerzas que inspiran éstas y otras manifestaciones del mal en el mundo. Las armas espirituales a favor de los cristianos fieles son poderosas: la verdad, la justicia, el evangelio de la paz, la fe, la salvación, la palabra de Dios y especialmente la oración (Efesios 6.10-20, Marcos 9.29, Apocalipsis 12.10-11). Finalmente, es necesario recordar que las personas que promueven el culto a seres creados o sus imágenes pueden dar la apariencia de ser auténticas voces cristianas que abogan por un culto a imágenes aparentemente inofensivo e incluso benigno. No olvidemos que las apariencias pueden engañar: Satanás mismo “se disfraza de ángel de luz” (1 Corintios 11.14). No hay que dejarse engañar por cualquier culto a seres creados o sus imágenes. Es idolatría y una puerta abierta para la influencia demoníaca.

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      Parte 1 ¿Qué es un ídolo? -¿Se considera que el culto a “San La Muerte” es idolatría? ¿La Biblia dice algo al respecto?

      Parte 1 ¿Qué es un ídolo? -¿Se considera que el culto a “San La Muerte” es idolatría? ¿La Biblia dice algo al respecto?

      Apariencias que despiertan sospechas.

      La imagen tallada de un esqueleto con guadaña en la mano suele inquietar al que, por vez primera, se cruza con un nicho donde se venera al personaje “San La Muerte”. Al ver algo con apariencia tan nefasta, uno razona, ¡no puede ser de Dios! Seguramente es certera dicha reacción a este extraño culto sudamericano, popular en el litoral argentino y con una presencia en auge en el Gran Buenos Aires. No obstante, la Biblia nos indicará que la certeza del rechazo no radica solamente en lo instintivo. Cuenta la leyenda que un jesuita de la época de Carlos III realizaba obras de bien entre los leprosos, sin contar con la aprobación oficial de la iglesia. Finalmente fue encarcelado por no someterse a las autoridades religiosas. Como protesta, el jesuita hacía ayuno de pie, posición en la cual todavía se encontraba después de fallecer. Por su énfasis en las buenas obras realizadas por el jesuita, esta leyenda le atribuye un origen casi noble a “San La Muerte”. ¿Puede, entonces, haber algo positivo en el culto rendido a su imagen tallada?

      Cuando las apariencias engañan: la idolatría.

      Para evaluar el culto a San La Muerte es necesario primero entender el término “idolatría”, recurriendo a la Biblia en busca de una definición. Esta investigación nos lleva a la Epístola a los Romanos donde vemos que la idolatría consiste en rendir adoración a cualquier ser humano u otra criatura en vez del Creador. Los idólatras “han cambiado la gloria del Dios inmortal por imágenes del hombre mortal, y hasta por imágenes de aves, cuadrúpedos y reptiles” Romanos 1.23 (ver en el contexto del 1.18-23). “San La Muerte”, aun con su vestimenta de esqueleto con guadaña, no deja de ser la “imagen de un hombre”, y por lo tanto, al rendirle culto, uno incurre en idolatría. La definición que derivamos de la cita de Romanos para “idolatría” es, entonces: “la adoración de la imagen de un ser humano u otra criatura en vez del Creador”. Los únicos dignos de adoración en la Biblia son Dios Padre y el Hijo, por medio de quien “todas las cosas fueron hechas” (Juan 1.3; ver Apocalipsis 4.9-11, 5.11-13), y a quienes nos acercamos “en el Espíritu Santo” (Efesios 6.18). Todos los demás seres son criaturas, no Creador, y al adorarles se comete el pecado de la idolatría. Es más, la Biblia habla directamente de adorar al Padre y al Hijo, no a su “imagen”. En cuanto a “San La Muerte”, la idolatría no consiste en la apariencia posiblemente nefasta del ídolo, como en el caso de “San La Muerte”, sino en el hecho de la adoración en sí. Existen otras imágenes más atractivas, incluso oficialmente aprobadas, que también caen dentro de esta definición. Al venerar a un ser humano, u otra criatura (como por ejemplo, un ángel), se idolatra.

      Ídolos vacíos, fachadas que ocultan fuerzas del mal.

      En primer lugar, las Sagradas Escrituras no sólo condenan la idolatría sino también hacen hincapié en su inutilidad. Por ejemplo, el Salmo 115.3-8 señala que los ídolos no pueden oír o ver, y por este motivo es inútil intentar comunicarse con ellos. A pesar de que no hay otro Dios fuera del Señor, los hombres incluso fabrican falsos dioses de la misma madera que usan para calentarse (Isaías 44.6-20). En cambio, el Dios verdadero sí recompensa a quienes lo buscan (Hebreos 11.6). Sin embargo, la inutilidad no es el único peligro que acarrea la adoración de ídolos. Aunque un ídolo no es en realidad más que un pedazo de piedra o madera, al rendirle culto, según la Biblia, se adora a un demonio. Esto lo sabemos por la enseñanza del apóstol Pablo en 1 Corintios 10.18-22. En este contexto primero él hace referencia a los legítimos sacrificios a Dios que se realizaban en el Antiguo Testamento. Estos sacrificios eran una especie de “comunión” con el Señor. En cambio el apóstol clarifica que aunque “el ídolo no es nada”, es decir, es solamente un pedazo de algo material, “cuando los paganos [le] ofrecen algo en sacrificio, se lo ofrecen a los demonios”. Pablo no quería que los cristianos de Corinto participasen de la comunión cristiana, por una parte, y por otra, de la comunión con los demonios presentes en la idolatría. Es decir un contacto con lo demoníaco se efectuaba al rendirle culto al ídolo. Debido al origen pagano de la mayoría de los cristianos de Corinto, y el medio ambiente en el cual todavía se movían, ellos tendrían amplias oportunidades para participar del culto a ídolos.

      Ídolos que suelen no reconocerse como tales.

      Sabiendo esto, cabe afirmar que la práctica de venerar imágenes de cualquier tipo no es justificable por la palabra de Dios, ya que adorar a seres creados resta honor al Creador, una actitud que favorece a las fuerzas espirituales malignas. Sin embargo, la idolatría no consiste solamente en adorar imágenes hechas de piedra, madera, yeso o pintadas en un cuadro. Por ejemplo, la Biblia incluye la avaricia dentro de las actividades que pueden considerarse como idólatras: es “una especie de idolatría” (Colosenses 3.5). El Señor Jesús enseñó: “No pueden servir a Dios y a las riquezas” (Lucas 16.13). Nuestros “apetitos” pueden llegar a ser ídolos no hechos por manos humanas. Pueden llegar a ser nuestro “dios” (Filipenses 3.18-19). Por este motivo Pablo afirma que “no dejaré que nada me domine” (1 Corintios 6.12). El Señor Jesús es “para el cuerpo”, el templo de su Espíritu (1 Corintios 6.13, 6.19) por lo que debemos honrarlo en cuerpo y espíritu (1 Corintios 6.20). Es importante entender que no solamente ídolos materiales, hechos por manos humanas, pueden tener un origen demoníaco, sino también estas otras clases de “idolatría” cotidiana—la avaricia y el hábito de permitir que nuestros apetitos físicos nos dominen. Agradecemos a Silvia su pregunta que motivó esta nota y la siguiente. Esta nota continuará en una segunda parte.

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      ¿Por qué el domingo es considerado el día de Señor?

      ¿Por qué el domingo es considerado el día de Señor?

      A diferencia del sábado en el Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento introduce otro sentido para la frase «día del Señor» . El día «Domingo» significa «día del Señor», pero no en el mismo sentido del Antiguo Testamento, puesto que no es un día de descanso. Fue más bien el día en el cual Jesús «dominó» la muerte cuando resucitó. Día del Señor como intervención divina. La frase «día del Señor» aparece en diferentes partes de la Biblia con distintas acepciones. En el Nuevo Testamento, la mayoría de las veces la frase que traducimos como «del Señor» es «tou kuriou» en griego y se refiere a la intervención de Dios para juzgar. Un día de intervención de Dios puede referirse a un juicio realizado en algún momento determinado en la historia. A lo largo del Antiguo Testamento el «Día del Señor» se refería a la intervención de Dios para juzgar a alguna nación (o naciones). Por otro lado, el «Día del Señor» también puede referirse al día del juicio final en la consumación de los tiempos. Dia del Señor como día del Señor Jesús. Sin embargo, hay otra expresión en el Nuevo Testamento, kuriakós, que se traduce como «del Señor». Este adjetivo podría expresarse quizás como «señorial» en español; sin embargo en las Biblias se traduce como «del Señor». Kuriakós aparece sólo dos veces en el Nuevo Testamento, en 1 Corintios 11.20, para referirse a la Cena del Señor, y en Apocalipsis 1.10 para hablar del Día del Señor. Hacia fines del primer siglo, Juan recibió su visión del Apocalipsis en el «Día del Señor», expresión que en aquella época ya se entendía como «domingo».  Al traducirse kuriakós al latín como dominicus, nos quedó en español la palabra «domingo» para referirse al día del Señor. Jesús llegó a ser reconocido como Señor ese día porque fue cuando señoreó sobre la muerte: la venció, la dominó. Al resucitar, Jesús fue declarado “Hijo de Dios con poder” (Romanos 1.3-4) y los que creemos en su resurrección creemos que Él es «el Señor» (Romanos 10.6-10) y recordamos su día. ¿Cuál es el «día de descanso» entonces para los cristianos? La carta a los Hebreos nos ayuda a contestar esta pregunta. Esta epístola compara la ley de Moisés con el nuevo pacto que trajo Jesús. Lo nuevo supera ampliamente lo antiguo. Por ejemplo, en la carta a los Hebreos se afirma que ahora hay un nuevo sumo sacerdote, mejores sacrificios (el de Jesús en la cruz en vez de sacrificios de animales), un nuevo pacto, un nuevo camino y un nuevo día de descanso. Hebreos dice que en vez del séptimo día, Dios señala otro día: el día de «hoy» (ver Hebreos 4.1-7, donde dice que «Dios ha vuelto a señalar, o ‘decretar’, un día«). Nuestro día de descanso no es un día de la semana, como sucedía bajo el Antiguo Pacto. Es el «día de hoy«, la época del Nuevo Pacto, en el cual uno descansa de sus obras y tiene paz con Dios.  Y, «hoy» si uno es fiel al Señor, entra en su «reposo», la vida que comparte con el Señor. Así como no estamos con el antiguo sumo sacerdote o el antiguo pacto, sino con Jesús como sumosacerdote del nuevo pacto, ahora estamos con el nuevo día, «hoy», que se contrasta con el sábado (mencionado como ejemplo del antiguo orden) en esta epístola. Se encuentra el uso de «hoy» en Hebreos 3.7, 3.13, 3.15, 4.7). ¿Entonces…por qué nos reunimos los domingos? Si el día de descanso es “hoy” y no en sí sábado o domingo, ¿por qué nos reunimos los domingos? Es sencillamente porque seguimos el ejemplo de los primeros cristianos, quienes se reunían en el «día del Señor» porque es el día que Jesús dominó la muerte como Señor, el Hijo de Dios. Al hacer esto, estamos siguiendo el ejemplo de los mismos apóstoles. Ellos estaban reunidos el día que Jesús resucitó (Juan 20.19) y nuevamente una semana más tarde (Juan 20.26 donde, según la costumbre de la época, «ocho días» significa una semana, contando a partir del domingo hasta el domingo siguiente inclusive). Conforme a este ejemplo apostólico, los primeros cristianos se congregan el «primer día de la semana» (domingo) para «partir el pan», una referencia a la Cena del Señor (Hechos 20.7). De manera que la Cena del Señor, que conmemora su muerte, se realiza el Día del Señor, el día que Él resucitó. El ejemplo de los primeros cristianos, entonces, es el de cumplir con la orden “hagan esto en mi memoria” (1 Corintios 11.24), participando de la conmemoración que llega a llamarse la “Cena del Señor” (1 Corintios 11.20). Se reúnen con esta finalidad el «Día del Señor», el día domingo, el día en el cual Jesús «señoreó sobre” la muerte: la venció. De manera que las dos veces que se utiliza el adjetivo kuriakós (señorial o «del Señor») en el Nuevo Testamento, se refiere a la conmemoración de la muerte del Señor y el día de su gloriosa resurrección: «Porque cada vez que comen este pan y beben de esta copa, proclaman la muerte del Señor hasta que él venga» (1 Corintios 11.26). La relación entre «Hoy», la Cena del Señor y la reunión dominical. Una de las citas mencionadas de Hebreos contribuye a entender mejor el por qué de reunirse: «Más bien, mientras dure ese ´hoy´, anímense unos a otros cada día, para que ninguno de ustedes se endurezca por el engaño del pecado«. Vemos que «Hoy», es muy ligado al concepto de la comunidad entre los seguidores de Cristo. Por medio de lazos estrechos de hermandad, se ayudan mutua y permanentemente a seguir hacia la meta de la salvación eterna. Encontramos esta idea del aliento mutuo más adelante en Hebreos 10.23-29 donde la costumbre de congregarse es con el fin de estimularse mutuamente a crecer en el amor y las buenas obras, «animándose unos a otros«. Al no reunirse, uno fácilmente olvida su compromiso, confirmado con «la sangre del pacto» (Hebreos 10.29). Estas palabras son una clara alusión a la última cena, cuando Jesús ordenó que recordemos su cuerpo sacrificado por nosotros y «la sangre del nuevo pacto». En este contexto, las reuniones que no debían abandonarse en Hebreos 10.23-29 incluían las dominicales cuando los hermanos se reunían para tomar la Cena del Señor. El hábito de no congregarse despreciaba la manera de recordar a Jesús cómo Él lo ordenó, por medio del Pan y del Vino. Recordemos, entonces, que cada domingo es parte del Hoy en el cual nos animamos unos a otros a recordar nuestro compromiso con el Señor, creciendo en amor y buenas obras.

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