Parte 5 Resurrección: ¿Por qué fueron transformados los más allegados?

Parte 5 Resurrección: ¿Por qué fueron transformados los más allegados?

Como hemos observado, la historicidad de la resurrección de Jesús cuenta con una importante prueba:sus enseñanzas paradójicas. En la primera entrega de esta serie vimos que así como él enseña que el que se humilla será levantado, que el que da recibe y que el último será el primero, así también enseña que el que pierde la vida la encontrará. Este último dicho paradójico lo pronuncia en el contexto del primer anuncio de su muerte y resurrección. De la misma manera inverosímil que sus enseñanzas resultan ciertas, el maestro humilde se convierte en el Mesías poderoso por medio de su muerte y su posterior resurrección. Esta prueba paradójica es posiblemente la más convincente que se puede mencionar a favor de la veracidad del hecho de que resucitó (repasar aquí la “prueba paradójica”). Sin embargo, pueden deducirse otras evidencias.

De confusión a certidumbre.
Una prueba llamativa es el cambio en el carácter de los apóstoles. Durante los años del ministerio terrenal de Jesús, sus seguidores ocasionales y aún los más allegados permanentemente demuestran confusión frente a sus enseñanzas. Consideremos, por ejemplo, la reacción a su discurso sobre el “pan vivo que bajó del cielo”:

Al escucharlo, muchos de sus discípulos exclamaron: «Esta enseñanza es muy difícil; ¿quién puede aceptarla?» […] Y por causa de estas palabras de Jesús…  muchos de sus discípulos se apartaron y ya no andaban con El(Juan 6.60 y 66).

¿Qué provocó esta confusión y rechazo? Durante este discurso, Jesús había dicho que era necesario “comer su carne” y “beber su sangre” para tener vida eterna, frases que seguramente chocaban al público, por más que el Maestro explicara su valor metafórico. Consideremos la siguiente frase:

Jesús les dijo: Yo soy el pan de la vida; el que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed(Juan 6.35).

Aquí vemos que así como el hambre se mitiga con el pan, “venir a Jesús” sacia el hambre espiritual. Y así como el agua apaga la sed, “creer en Jesús” abastece la sed espiritual. Por lo tanto, “comer la carne” y “beber la sangre” de Jesús en el plano espiritual en el cual él se manejaba, significan “venir a él” y “creer en Él”, no solamente como ser humano sino, dentro de pocos meses, como Mesías que muere por los pecados de la humanidad y resucita para darnos vida eterna. Solamente ese Mesías podría “levantar en el último día” (Juan 6.39-40, 44, 54) a los que confían en su sacrificio y victoria sobre la muerte. Sin embargo, esa muerte y resurrección, la culminación del ministerio de Jesús, sucederán dentro de un año (o tal vez dos). Antes del evento de su muerte y resurrección nadie sospechaba que así terminaría la obra del rabino de Nazaret. Por eso sonaba como una locura la enseñanza de “comer mi carne y beber mi sangre”. Ahora, mirando con aquel ojo de la fe del que “cree” o “viene a Jesús”, sabemos que gracias al hecho de su muerte y resurrección, podemos acercarnos a Dios realmente, alcanzando el perdón continuo de nuestros pecados y una nueva vida eterna aquí en la tierra y después. Por eso la cruz y la resurrección de Jesús deben ser el alimento espiritual diario del cristiano, un alimento que lo fortifica en su caminata de fe aquí en la tierra, transformándolo en enfoque de vida (sobre esta transformación, ver la entrega anterior).

¿Entenderían los apóstoles estas palabras de Jesús acerca del consumo de su sangre y cuerpo? Seguramente no, no podían. Esto se  puede deducir al observar su reacción en otras oportunidades cuando hablaba de su muerte y resurrección antes de que ocurrieran

«Porque enseñaba a sus discípulos, y les decía: El Hijo del Hombre será entregado en manos de los hombres y le matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará. Pero ellos no entendían lo que decía, y tenían miedo de preguntarle«.
(Marcos 9.31-32, ver también Lucas 9.42-45).

​Sin embargo, podemos decir que a su manera los apóstoles “creían” en Jesús, aunque no entendían lo que Él les anticipaba acerca de su muerte y resurrección. Seguramente muchos otros seguidores lo abandonaron al escuchar que si uno “come su carne” y “bebe su sangre” podría acceder a la “vida eterna” ya durante esta vida y definitivamente en la resurrección del juicio final (ver Juan 6.39-40, 6.44, 6.53-54). Sin embargo, los apóstoles no sabían nada de la futura culminación del trabajo de Jesús, es decir, su muerte y resurrección. Por eso, es comprensible que Jesús les preguntara si también ellos dejarían de seguirle. Por esta razón es llamativa la respuesta a su pregunta. Pedro le contesta, “―Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído, y sabemos que tú eres el Santo de Dios.” (Juan 6.68-69, NVI). En vez de “hemos creído”, otra versión traduce “hemos confiado” en ti  Estos hombres habían convivido con Jesús, visto los milagros que hacía y escuchado sus enseñanzas; estaban convencidos de que era el “Santo de Dios”, probablemente refiriéndose a su identidad como Mesías. Confiaban en Él aunque no entendían lo que decía acerca de “comer su cuerpo y beber su sangre”. De hecho, la fe muchas veces se reduce a este hecho: confiar en Dios aunque no entendamos las circunstancias que nos rodean.


De manera que, a pesar de no entender con frecuencia lo que Jesús decía, los apóstoles confiaban en él, y su confusión se convierte en certidumbre después de que Él muere y resucita: ellos se convierten en los “testigos de su resurrección”, y se convierten en los encargados de explicar la necesidad de la cruz de Jesús y su victoria sobre la muerte para que los hombres alcancemos la salvación eterna. Como testigo ocular de la victoria de Jesús sobre la muerte, Pedro mismo explicará que los que nacen de nuevo por medio de  la fe en la resurrección de Jesús, alcanzan la vida eterna (1 Pedro 1.3-4, 3.21-22). Al participar de la muerte de Jesús mediante la fe en el momento de bautizarnos, somos “sanados” (1 Pedro 2.24), ya que morimos con respecto al pecado y con Jesús como Nuestro Señor, comenzamos a vivir como siervos de lo que es justo a los ojos de Dios (Romanos 6.3-23).


Cobardes transformados en valientes. 
Este notable cambio—desde la confusión con respecto a la misión de Jesús a la certidumbre posterior— y la certeza evidente en la enseñanza apostólica acerca de su muerte y resurrección—es una prueba convincente. Junto con este cambio encontramos otro: la transformación de cobardes en valientes. Cuando arrestan a Jesús la noche anterior a la crucifixión, “todos lo abandonaron y huyeron” (Marcos 14.50). Y aún al reunirse durante las primeras horas después de la crucifixión, los apóstoles se ocultaban “por temor a los judíos” (Juan 20.19). ¿Por qué algunas semanas después encontramos a estos hombres predicando con valentía frente al mismo Concilio que condenó a Jesús? Algo pasó para provocar esta transformación. Este enorme cambio es una prueba de que efectivamente fueron “testigos de la resurrección” (Hechos 1.21-22, 2.32, 3.15, 5.32, 10.39-41, 13.31). La cobardía que demuestran los apóstoles en el momento del arresto de Jesús, experimenta un vuelco descomunal. En vez de temor ahora evidencian osadía y valentía frente a los mismos integrantes del Sandhedrín quienes condenaron a su Señor. Los apóstoles les predican acerca de “Jesús de Nazaret, el mismo a quien ustedes crucificaron y a quien Dios resucitó” (Hechos 4.10). El cambio en su manera de ser era muy evidente a los que integraban el Concilio: “Cuando las autoridades vieron la valentía con que hablaban…se dieron cuenta de que eran hombres sin estudios ni cultura, se quedaron sorprendidos, y reconocieron que eran discípulos de Jesús” (Hechos 4.13, ver también 4.29, 14.3, 19.8).Los que meditamos la historia de Jesús, sus enseñanzas, sus milagros, su cruz y su resurrección y llegamos a seguirle ahora como Señor Crucificado y Resucitado, también experimentamos un cambio. Tenemos la capacidad por medio de la fe y por el poder del Espíritu Santo de vivir la transformación de la que hablamos en la entrega anterior. Empezamos a vivir la presencia de Jesús entre nosotros (Mateo 1.23-24, 18.20, 28.20) y esperar su segunda venida cuando juzgará a los vivos y a los muertos (1 Pedro 4.5). Dentro de este cambio que se va logrando por la fe y el arrepentimiento, vivimos el proceso de acercarnos a Jesús como Nuestro Señor. Sobre esta transformación remitimos a la parte 4 de esta serie.

El evangelio gira alrededor del eje de la muerte, entierro y resurrección del Señor Jesús (1 Corintios 15.1-3). Invitamos a nuestros lectores a repasar las cinco entregas de esta serie, las cuales pueden descargarse como e-book en PDF aquí. Por favor, háganos llegar sus dudas: consultas@bibliayteologia.org. Ofrecemos también enviarles el folleto «Conocer, aceptar y vivir el evangelio: nueve preguntas» a quienes desean seguir reflexionando más.

​Agradecemos a Damián nuevamente por querer saber cómo acercarnos a Jesús ahora. ¡Muchas gracias por hacernos reflexionar con tu pregunta! Ojalá que todos no solo entendamos cómo acercarnos a Jesús ahora sino también decidamos seguirle

En la siguiente entrega vamos a desarrollar el tema ¿Por qué es crucial saber que Jesús resucitó?

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Parte 3 Resurrección: Creer sin ver

Parte 3 Resurrección: Creer sin ver

Antes de comenzar la tercera entrega de esta serie, es aconsejable leer la primera y la segunda partes para saber cómo llegamos a este punto…

La misión de Jesús: la Luz del mundo que cura la ceguera espiritual.
    Hablando de su misión en la tierra, Jesús dijo, “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.” (Juan 8.21). Poco después de pronunciar estas palabras, él sana a un ciego de nacimiento, devolviéndole la visión. No es inusual en los evangelios hallar la curación de un ciego como ilustración del despertar de la fe. De esta manera, al recuperar la visión física, se ejemplifica para el plano espiritual lo que es llegar a creer.

Un hombre que comenzó a ver dos veces. 
Veamos un caso. Al leer de la curación del ciego en el capítulo 9 de Juan, es importante entender que el hombre sanado no vio al que lo curó ni bien recuperó la vista, ya que Jesús lo envió a otro lugar para experimentar el milagro (Juan 9.1-7). No pasó mucho tiempo y el hombre, ya vidente, fue expulsado de la sinagoga por atribuirle el milagro a Jesús (Juan 9.8-34). Esta expulsión efectivamente lo marginó de la sociedad, ya que la sinagoga no era simplemente un lugar de culto sino también, en aquella sociedad, la sede de la vida comunitaria. Al enterarse de la expulsión, Jesús lo buscó; recordemos que hasta este momento, este ex-ciego no había visto a Jesús con sus propios ojos. Cuando lo encontró,  Jesús le preguntó:

“¿Crees en el Hijo del Hombre?”
El ciego lo dijo, “Señor, dime quién es, para que yo crea en él”.
Jesús le contestó: “Ya lo has visto: soy yo, con quien estás hablando”.
Entonces el hombre se puso de rodillas delante de Jesús y le dijo:
Creo, Señor”.

No perdamos el orden en este diálogo:

“¿Crees?”
Ya lo has visto.”
Creo”.

En otras palabras, ahora que puede ver físicamente, está más que dispuesto a ver en el plano espiritual, creyendo. Juan cierra este episodio con estas palabras de Jesús cuando se enfrenta con autoridades que se resisten a creer en él, “Yo he venido a este mundo para hacer juicio, para que los ciegos vean y para que los que ven se vuelvan ciegos” (Juan 9.39). En otras palabras, la manera en que uno responde a Jesús, creyendo o no, determina en el sentido espiritual la presencia de ceguera o visión. Captar quién es Jesús por medio de la fe, trae consecuencias eternas: por eso, Jesús dijo, “vine a este mundo para juicio”. Con nuestra respuesta a la luz que él trae nos autodefinimos como videntes o ciegos; y esa definición a la vez marca nuestro destino aquí en este mundo y en la eternidad. Nosotros no podemos ver a Jesús físicamente, pero a través de la fe, podemos verlo en el plano espiritual. Y si elegimos verlo, podemos acercarnos a la luz y no andar en tinieblas.

Tomás, el apóstol que creyó porque vio.
El mismo evangelio sigue enfatizando este concepto al relatar el encuentro entre Jesús resucitado y el  apóstol Tomás. Cuando Jesús se apareció a los apóstoles algunas horas después de resucitar, Tomás no estuvo presente. Por eso, afirmó que no creería en la resurrección a menos que viera las heridas de los clavos en las manos de Jesús y metiera su mano en el costado de su cuerpo que fue perforado por una lanza romana.

Este estado de incredulidad duró precisamente una semana. El domingo siguiente Jesús volvió a presentarse a los apóstoles reunidos…

    …sus discípulos estaban adentro otra vez y Tomás estaba con ellos.
Y aunque las puertas estaban cerradas, Jesús entró, se puso en medio y dijo:
¡Paz a ustedes!
    
    Luego dijo a Tomás:
Pon tu dedo aquí y mira mis manos, pon acá tu mano y métela en mi costado, y     no seas incrédulo sino creyente.

    Entonces Tomás respondió y le dijo:
¡Señor mío y Dios mío!

    Jesús le dijo:
¿Porque me has visto, has creído? ¡Bienaventurados los que no ven y creen!
(Juan 20.26-29)

¿Era fácil para los apóstoles creer en la resurrección de Jesús?
Es común criticar a Tomás por no creer sin la necesidad de ver; sin embargo, es importante recordar que a los apóstoles Dios les había impedido que entendieran cuando Jesús anunciaba de antemano que iba a resucitar (ver la parte 2 de esta serie). Incluso, una semana antes de que Tomás viera a Jesús resucitado, la primera vez que se les apareció el día que resucitó, “se asustaron mucho, pensando que estaban viendo un espíritu” (Lucas 24.37). Ante esta reacción, Jesús los invita a “mirar sus manos y sus pies. Tóquenme y vean…”. Sin embargo, “seguían tan asombrados y felices que no podían creerlo» (Lucas 24.41). ¡Cuántos sentimientos encontrados: incredulidad, asombro, alegría! Transportémonos al momento: ¿no sentiríamos lo mismo? Luego, Jesús les pide algo para comer, y comió en su presencia (Lucas 24.43). Es decir, la reacción de los otros apóstoles a la resurrección de Jesús no era más crédula que la de Tomás, quien también llegó a creer una semana después, después de ver la misma evidencia.
Durante cuarenta días, después de resucitar, Jesús dio pruebas a sus seguidores más allegados de estar vivo (Hechos 1.1-3, 10.41), y antes de ascender al cielo para enviarles al Espíritu Santo para acompañarlos en su prédica, les dijo “cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, serán mis testigos…hasta las partes más lejanas de la tierra” (Hechos 1.8).

Incrédulos que se convierten en testigos de la resurrección. 
Jesús no quiso que los apóstoles hablaran de él hasta después de su resurrección (Marcos 9.9-10). Solamente después de este hecho culminante de su existencia terrenal tomarían conciencia de quién era él realmente. Sólo después de este momento, sus apóstoles pudieron captar su verdadera identidad. Pudieron verlo, no solamente como un Maestro humano, sino también, así como lo resumió Tomás, como “mi Señor y mi Dios”. Antes de esta concientización, una “buena noticia” acerca de Jesús habría constatado de que él hacía milagros impactantes y enseñaba verdades profundas. Es decir, un profeta o maestro importantísimo. Pero comunicar sólo esto sería un evangelio truncado, una afirmación que hasta cierto punto se podía hacer acerca de varios profetas del Antiguo Testamento. Incluso, Dios había utilizado a algunos de estos profetas para resucitar a los muertos, pero en estos casos todos volverían a experimentar una muerte natural (ver por ejemplo, 1 Reyes 17.17-24, 2 Reyes 4.1-17). En cambio, una resurrección definitiva, para nunca más volver a morir, marcó la gran diferencia entre Jesús y el resto de los resucitados en la Biblia. Sólo él podía afirmar, “El Padre me ama porque doy mi vida para volver a tenerla. Nadie me quita la vida, sino que la doy libremente. Tengo el derecho de darla y de recibirla de nuevo. Eso es lo que me ordenó mi Padre” (Juan 10.17-18). Con su resurrección irreversible quedó más que evidente que él era mayor que un profeta poderoso. Por lo tanto, los apóstoles pocas semanas después de la ascensión de Jesús, ya convencidos de quién era él, y luego de la llegada capacitadora del Espíritu Santo, se convierten en “testigos de su resurrección” (Hechos 1.8, 1.21-22); el Espíritu Santo obraba por medio de las palabras de estos hombres para “convencer” al mundo (Juan 16.8-10), llevando a los oyentes de corazón sensible a “ser profundamente conmovidos”, “cambiar la manera de pensar y ser bautizados en el nombre de Jesús el Mesías para el perdón de sus pecados” (Hechos 2.36-39), así comenzar una vida nueva bajo el señorío de Jesús.

Un testimonio que sigue hasta el día de hoy: una obra sobrenatural. 
Nosotros hoy en día vivimos en un mundo donde se sigue anunciando las buenas nuevas que Jesús resucitó. Esta expresión, “buenas nuevas”, es la traducción del término griego “evangelio” (euanguélion ). Se tratan de las buenas noticias de la resurrección de Jesús que se encuentran todavía en el Nuevo Testamento (la segunda parte de la Biblia). Allí es donde quedó registrado el testimonio anunciado primeramente por los apóstoles. Como Palabra de Dios, el Nuevo Testamento es “viva y poderosa” (Hebreos 4.12, versión NVI). El término “poderosa”, en el griego que se emplea aquí es “energuēs”; en los escritos neotestamentarios esta palabra se emplea para referirse a algo o alguien que obra sobrenaturalmente, es decir, más allá de los esfuerzos humanos 1. Es “poderosa” porque en últimas instancias tiene su origen en Dios: es su palabra. Por eso, “La Palabra de Dios es viva y poderosa. Es más cortante que cualquier espada de dos filos, y penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta lo más íntimo de la persona; y somete a juicio los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4.12). Se refiere al poder sobrenatural del Espíritu Santo que obra por medio de las Escrituras, por medio de las cuales, directa y sencillamente “El Espíritu Santo dice…” (Hebreos 3.7). Ya que las Escrituras son “inspirados por Dios” (2 Timoteo 3.16-17) el Espíritu Santo sigue obrando por medio de ellas para “convencer” al mundo acerca de las buenas noticias de la resurrección de Jesús. Por medio de ellas podemos en el día de hoy ir un paso más allá que los apóstoles y “creer sin ver”, prestando atención a lo que el Espíritu Santo, el otro Defensor, proclama a nuestro corazón para convencernos acerca de Jesús. ¿Exactamente de qué nos quiere convencer acerca de él? Veremos que al sacarnos la venda que obstaculiza nuestra visión espiritual, nos libera para ser transformados. Los apóstoles fueron liberados de los miedos que los apresaron cuando Jesús fue arrestado (Marcos 14.44-50); se convirtieron en hombres valientes quienes enfrentaron las autoridades para dar su testimonio acerca de la resurrección de su Señor (Hechos 4.1-22). Y nosotros, cuando creemos, percibiendo claramente con el ojo de la fe al Jesús resucitado, el Espíritu Santo nos quita el velo que inhibe nuestra libertad e impide nuestra transformación. ¿De qué quiere y puede liberarte? ¿Cómo puedes caminar al lado de Jesús en la actualidad?

En la parte 4 de esta serie seguiremos contestando la pregunta de Damian acerca de cómo acercarnos a Jesús ahora. ¡Agradecemos su colaboración y la de todos que desean reflexionar acerca de la Biblia y la teología!

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Parte 4 ¿Existe la iglesia verdadera?

Parte 4 ¿Existe la iglesia verdadera?

En la cuarta parte de esta respuesta, resumimos y ampliamos las partes 1, 2 y 3. Repaso del significado de ekklesia. ​ El término “Iglesia” solamente aparece en uno de los cuatro evangelios, el de Mateo, donde podemos contextualizar esta pregunta para buscar su respuesta. Es allí donde encontramos las palabras de Jesús: “construiré mi iglesia” (Mateo 16.33). Lo que Jesús construye en realidad es un pueblo, una comunidad, ya que la palabra “iglesia” (ekklesía en griego) significa asamblea y en la antigua versión griega del Antiguo Testamento, se empleaba para hablar del pueblo de Israel que estaba congregado para adorar o en momentos de crisis. En la antigua Grecia se utilizaba para hablar de la asamblea de una ciudad-estado compuesta de aquellos ciudadanos que gozaban de plenos derechos; es decir, una ekklesía era un cuerpo político. Toda esta etimología debe tenerse en cuenta al considerar la afirmación de Jesús en Mateo: “construiré mi iglesia”. La metáfora de la construcción. Aunque Jesús usa la imagen de un edificio para hablar de la “construcción de la iglesia”, en la Biblia una “iglesia” jamás es un edificio. Siempre es una reunión, una comunidad o el pueblo de Dios. Sí se vale de la metáfora de una “casa” o edificio para hablar de la construcción de esta comunidad. Siguiendo, entonces, la terminología de esta metáfora edilicia, los materiales con los cuales se construye la iglesia son seres humanos. Jesús usa como “piedras vivas” para construir su pueblo a aquellas personas que reconocen la autoridad del Mesías. Dios interviene directamente en este proceso, revelando la identidad de Jesús como el Mesías a personas como Pedro (Mateo 16.16), en la medida en que este apóstol pensara como los que “son como niños”. Debido a que Jesús habla de esta revelación a los que son “como niños” en Mateo 11.25-27, en los versículos siguientes se puede ver que éstas personas son a las que convoca a formar parte de su pueblo: “Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma. Porque mi yugo es suave y mi carga es liviana” (Mateo 11.28-30) Los ciudadanos de la iglesia verdadera aceptan el compromiso del aprendizaje. Un término clave en esta invitación es la palabra “aprendan” (del verboaprender, manthanō en griego). Las personas a quienes Dios revela la identidad de Jesús como Mesías, los que son como niños, reciben esta invitación de “venir a Jesús” y aprender. Aunque están cansados, paradójicamente Jesús les ofrece un “yugo”, un compromiso. En la cultura agropecuaria de Palestina en tiempos de Jesús, el yugo se colocaba en el cuello de un animal para que pudiera soportar cómodamente la carga que su amo le imponía. Si el yugo no se moldeaba a la fisonomía del animal, cuando éste hacía un esfuerzo se podía lastimar. El yugo, también en este caso del compromiso de “aprender de Jesús”, tenía que ser diseñado pensando en su receptor. En tiempos de Jesús, “cargar el yugo de alguien” también significaba someterse a su autoridad como maestro. Por eso se habla, por ejemplo, del “yugo” de la ley de Moisés como algo que era imposible cumplir adecuadamente (Hechos 15.10). Asimismo, Jesús decía de otros maestros de la época que “atan cargas pesadas y las ponen sobre la espalda de los demás, pero ellos mismos no están dispuestos a mover ni un dedo para levantarlas” (Mateo 23.4). Eran maestros que no moldeaban sus enseñanzas a las personas que las recibían; tampoco enseñaban con el ejemplo. En cambio, los que deciden someterse al compromiso de aprender a los pies de Jesús se acercan a aprender de uno “apacible y humilde de corazón”, cuyas enseñanzas reflejan su modelo de vida. Es solamente por el carácter de Jesús que el compromiso del yugo puede dar descanso a personas “cansadas y agobiadas”. Una lectura del Sermón del Monte (Mateo capítulos 5 al 7), no nos deja la impresión de enseñanzas fáciles de seguir sino más bien de un compromiso meditado y constante. Pero los que toman la decisión de incorporar a sus vidas estas enseñanzas encuentran que justamente están diseñadas para los que las aprenden. Son el “yugo suave”, que les calza bien. Estos aprendices construyen sobre una roca (Mateo 7.24-25), la cual les da vidas sólidas en medio de las pruebas de la vida: “descansan sus almas”. Con estas personas Jesús construye su iglesia. La iglesia está compuesta de discípulos, personas que aprenden para obedecer. La idea de acercarse al Maestro de esta manera, no se realiza una sola vez sino como forma de vida. Jesús vuelve a hablar del tema de aprender al cierre de Mateo y define más la clase de aprendizaje a la que se refiere, la del discípulo: 18 Jesús se acercó entonces a ellos y les dijo: Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. 19 Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, 20 enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo. (Mateo 28.18-20) Lo que nos puede enseñar la gramática acerca de hacer discípulos. En el griego original de estas palabras, se destacan algunas formas verbales: tres participios “yendo, bautizando, enseñando”, y un verbo principal, “hagan discípulos”. Los tres participios pueden traducirse al español como imperativos o bien como modos en que se realiza el claro imperativo de “hacer discípulos”. Por ejemplo, el verbo principal “hacer discípulos” requiere una iniciativa de parte de los primeros discípulos de Jesús. Es solamente “yendo” (traducido aquí como imperativo: “vayan”) que estos once hombres pueden hacer otros discípulos. Si traducimos el participio como “modo” pueden entenderse como “mientras van” a todas las naciones. A continuación encontramos que la orden de “hacer discípulos” encierra dos partes: “bautizando” y luego “enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado”. Estos “participios” son modos de hacer discípulos que a la vez se entienden como imperativos: no son optativos. Es notable que el fin de “enseñar” no es “aprender” sino más bien “obedecer”. No se “aprenden” las enseñanzas de Jesús para solamente saberlas de memoria, sino para vivirlas: son órdenes que dan “descanso para el alma” cuando tenemos en claro quién es Jesús, el que tiene “toda autoridad”. Los que “oyen” y “ponen en práctica” sus palabras son los que construyen sobre la roca (Mateo 7.24), la misma roca donde Él construye su iglesia (Mateo 16.18). Estas son las personas que reconocen su autoridad de Mesías (7.24-29, 16.16-17, 28.18), son con quienes Él, apacible y humilde de corazón, estará siempre para guiarlos en su aprendizaje. Son sus discípulos, la Iglesia que Jesús sigue construyendo. En la próxima entrega sobre la iglesia verdadera hablaremos más del paso de asumir el compromiso de ser discípulo de Jesús: el bautismo.

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