Parte 2 Carne y espíritu; lucha espiritual.  Lo fundamental: tener a Jesús como Señor.

Parte 2 Carne y espíritu; lucha espiritual. Lo fundamental: tener a Jesús como Señor.

En la Parte 1 de esta respuesta llegamos a la conclusión que en Romanos capítulo 7, cuando el apóstol Pablo se refiere a su lucha interior, describe a sí mismo después de convertirse. No se refería a la lucha que experimenta la persona inconversa. Es una lucha posterior a, y no antes de, asumir el compromiso de seguir a Jesús. 

¿Existe una solución?

Aunque suena contradictorio, el “no cristiano” puede experimentar menos conflictos que el cristiano consciente. El inconverso, al no haber asumido el compromiso de seguir a Jesús, no tiene, tal vez, una moralidad o ética tan comprometidas. Al hablar de su conflicto entre la carne y el espíritu, deducimos que Pablo habla de su propia lucha interior, la misma que vivimos, a lo largo de los siglos, todos los que hemos decido seguir a Jesús. ¿Qué respuesta da el apóstol a este conflicto que experimentan todos los cristianos conscientes?

Jesucristo, Nuestro Señor, cuyo señorío lleva a cabo una transformación. 

Para acercarnos a la respuesta que el apóstol da a este dilema, ponemos a disposición esta serie de reflexiones sobre la epístola a los Romanos. Y para los que no tienen una Biblia a disposición ofrecemos, como material de apoyo, un PDF del texto de la epístola aquí en cuatro versiones. A lo largo de este PDF se han colocado, como notas al pie, observaciones que frecuentemente apoyan las de esta serie de entregas.

La epístola a los Romanos surge como respuesta a una situación puntual (la del conflicto dentro de la comunidad cristiana de Roma antes de la persecución bajo Nerón). No obstante, esta epístola es a la vez un patrimonio espiritual que confiere el apóstol a los cristianos de todas las épocas. Romanos nos enseña que a pesar de los problemas, el cristiano puede seguir un camino de transformación. La clave de esta transformación, para el individuo como integrante de una comunidad cristiana, es tener muy en claro que Jesús es “Nuestro Señor”. Esta declaración es lo que une al apóstol Pablo con sus lectores. Así como comparte su conflicto espiritual con ellos, también detalla el camino a la transformación bajo el señorío de Jesús. 

Desde el comienzo de la epístola Pablo habla de Jesús como Señor: 

1) Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol: apartado para el evangelio de Dios, 2) que él había prometido antes por medio de sus profetas en las Sagradas Escrituras, 3) acerca de su Hijo —quien, según la carne, era de la descendencia de David; 4) y quien fue declarado Hijo de Dios con poder según el Espíritu de santidad por su resurrección de entre los muertos—, Jesucristo nuestro Señor (Romanos 1.1-4).

Aquí en letra negrita aparecen por vez primera términos y temas que se destacarán en la epístola: 1) evangelio, 2) el cumplimiento de profecías de las Sagradas Escrituras, 3) la “carne”, 4) la humanidad y divinidad de Jesús, 5) el “poder” de Dios 6) el Espíritu y 7) la resurrección de Jesús. Todos estos temas convergen en:  8) Jesús “nuestro Señor”. 

Estos elementos están imbricados entre sí en la Epístola a los Romanos y conducen a la siguiente conclusión:  tenemos paz con Dios por medio de Nuestro Señor, Jesucristo” (Romanos 5.1, NVI). ¿Pero cómo entender estas palabras? Si el cristiano está en “paz con Dios”, ¿por qué siente en su interior la angustia de una lucha entre “carne y espíritu”, un conflicto que el mismo apóstol Pablo experimentó? Si Dios quiere profundizaremos la respuesta en la próxima entrega.

Para poder prepararse para este estudio, será de mucha ayuda tomar un tiempo para pensar en los términos traducidos del griego que significan “señor” (κύριος = kurios) y “señorear” (κυριεύω = kurieúō) . Para hacerlo, recomendamos leer y meditar en los siguientes versículos donde aparecen alguna de estas dos palabras.1 

Agradecemos nuevamente a Juan Carlos, cuya pregunta nos motiva a continuar con esta serie de entregas.

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Parte 1 Carne y Espíritu: Lucha espiritual

Parte 1 Carne y Espíritu: Lucha espiritual

La lucha interior que Pablo describe en Romanos capítulo 7,

¿se refiere a su condición antes o después de convertirse en seguidor de Cristo?

Palabras de un hombre conflictuado.

En Romanos capítulo 7.14b-20, el apóstol Pablo escribió acerca de su lucha interior:

Pero yo soy carnal, y estoy vendido como esclavo al pecado. Y ni siquiera entiendo lo que hago, porque no hago lo que quiero sino lo que aborrezco. Pero si hago lo que no quiero, con eso reconozco que la Ley es buena. Pero entonces, no soy yo quien hace eso, sino el pecado que reside en mí, porque sé que nada bueno hay en mí, es decir, en mi carne2. En efecto, el deseo de hacer el bien está a mi alcance, pero no el realizarlo. Y así, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Pero cuando hago lo que no quiero, no soy yo quien lo hace, sino el pecado que reside en mí. (versión citada: Biblia de Jerusalén)

La interpretación de estas palabras ha sido controvertida, probablemente desde el momento en que Pablo las escribió hace dos milenios. Los lectores preguntan si el apóstol describe su situación espiritual antes o después de convertirse.

¿Si habla Pablo de sí mismo antes de convertirse?

Algunos afirman que es totalmente comprensible lo que el apóstol escribió, sólo si él hablaba de su lucha contra el pecado antes de convertirse en seguidor de Jesús: este conflicto interior puede servir para describir a todo ser humano inconverso, ya que nadie alcanza a vivir siempre según sus propias expectativas éticas o código moral. No obstante, ¿por qué un hombre que ama al Señor afirmaría que el pecado “reside” en él? ¿Cómo podría Pablo, siendo ya cristiano con la esperanza de la vida eterna, pocos renglones después referirse a su mismo como un “desdichado” 2(7. 24)?

¿…Y si Pablo habla de sí mismo ya siendo cristiano?

Por otra parte, los que mantienen que el apóstol habla de su lucha espiritual después de llegar a la fe en Jesús como su Señor, suelen sacar una conclusión muy diferente. Toman estas palabras como un alicente para vivir con la esperanza de no tener que ser siempre perfectos después de bautizarse. Sienten alivio al saber que Pablo era, a pesar de ser apóstol, simplemente humano y sufría tentaciones capaces de traducirse en acciones contra la voluntad de Dios. Se han ofrecido argumentos a favor y en contra de ambas interpretaciones. ¿Cómo elegimos entre ellas?

La lucha entre “carne” y “espíritu”

Empezamos reconociendo que el gran tema de la lucha entre la “carne” y el “espíritu” ya había sido anteriormente un tema central de Pablo en su Epístola a los Gálatas. Allí, el término “carne” se usa para referirse a la naturaleza humana que tiende a rebelarse conscientemente contra Dios, es decir nuestra parte “carnal”. En cambio, en Gálatas el “Espíritu” suele entenderse o bien como una referencia al Espíritu Santo o si no, como “espíritu” (con “e” minúscula) para referirse a la tendencia espiritual del ser humano3.

La lucha entre “carne” y “Espíritu” se manifestaba en la comunidad cristiana de Galacia como un conflicto entre personas con opiniones cruzadas en cuanto a una enseñanza fundamental cristiana: la libertad (tema que posteriormente se tratará). Por más que Pablo se pronuncia claramente a favor de la posición de una de las partes en esta contienda, aparentemente le preocupaba sobremanera el modo en que ambas se trataban entre sí. “Si ustedes se están mordiendo y devorando mutuamente, tengan cuidado porque terminarán destruyéndose los unos a los otros” (Gálatas 5.15, LPD4). Describiendo este conflicto dentro de la comunidad, Pablo afirma: “Porque el deseo de la carne se opone al Espíritu, y el del Espíritu se opone a la carne; y éstos se oponen entre sí para que ustedes no hagan lo que quisieran hacer” (Gálatas 5.17, RVC).

¿Quiénes no pueden hacer lo que “quisieran”?

Para describir el hecho de que estos cristianos de la iglesia de Galacia no podían hacer lo que “quisieran”, el apóstol emplea el verbo θέλω (thelō) que se traduce como “querer” o “desear”. Lo emplea con respecto a un mandamiento que todos los cristianos gálatas probablemente afirmarían que quisieran obedecer: “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Gálatas 5.16). Sin embargo, era tan profunda la controversia entre ambas bandas que les costaba tratarse con amor. No podían “hacer lo que quisieran”, i.e. amarse mutuamente. Corrían más bien el riesgo de “destruirse unos a otros”.

Pablo emplea este mismo verbo y una idéntica expresión para hablar de su propia lucha en Romanos capítulo 7. “No puedo hacer lo que quiero” (= θέλω thelō). Quería hacer el bien, pero encontraba a su alcance el mal. Es decir, ambas situaciones se refieren a lo que es en el fondo el mismo conflicto espiritual: en Gálatas, dentro de la comunidad cristiana; en Romanos, dentro del hombre cristiano (A fin de cuentas las comunidades están formadas por los individuos que las integran).

El hecho de usar la misma terminología en ambas situaciones indica que lo que Pablo describe en Romanos es su lucha interior, después de ser seguidor de Jesús durante años; aquí no hablaba de sus conflictos antes de convertirse, si bien sin duda los tendría. En ambas situaciones él describe una contradicción interior que experimentamos todos los que intentamos seguir a Jesús; el apóstol se ofrece a sí mismo como un ejemplo de lo que es una realidad universal que todos los cristianos vivimos5. La solución que ofrece en el capítulo 8 de Romanos, también es para todos los creyentes en Jesús como Señor y se tratará en la próxima entrega.

Agradecemos a Juan Carlos por hacernos llegar esta inquietud.

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¿Realmente qué es la amistad?

¿Realmente qué es la amistad?

Sí. Es una pregunta profunda y difícil de contestar. Evidentemente tiene que ver con cercanía sobre todo. La cercanía puede basarse en distintas cosas. Las personas se acercan por gustos parecidos, similitudes, intereses o actividades en común. Este acercamiento puede ser por muchos motivos diferentes. Hasta por rivalidad. Por ejemplo, entendiendo la amistad como cercanía, ¿por qué dos enemigos, Pilato y Herodes, se hicieron amigos según Lucas 23.6-12? Traducido a nuestros tiempos diríamos que eran dos políticos rivales y, al reconocer cada uno el territorio del otro, se hicieron amigos. Esto sucedió cuando después de arrestar a Jesús, Pilato lo envió a ser procesado por Herodes. En medio de este momento injusto y trágico, dos gobernantes egoistas se hicieron amigos al acercarse como cómplices, dejando de lado su enemistad. Por otro lado, nuestra cercanía con Jesucristo puede considerarse una amistad pero solamente en la medida que reconozcamos que Él es Señor. Puede haber cercanía solamente si lo obedecemos porque su voluntad es la correcta y muestra lo que de veras necesitamos hacer y cómo realmente debemos vivir. Por eso El dijo a sus discípulos que serán sus «amigos» si obedecen sus mandamientos (Juan 15.14). Tal obediencia no es un requisito en una amistad común. Podemos tomar en cuenta lo que desea una persona con quien sentimos cercanía afectiva o con quien experimentamos una proximidad por tener cosas en común, pero no estamos obligados a obedecer a nuestros amigos. La voluntad del amigo puede o no estar más cerca de lo que nos corresponde vivir. La amistad con Jesús es diferente. Las cosas que Él nos manda hacer siempre son las que corresponden. No es posible, por lo tanto, tener cercanía con Él sin obediencia. No puede ser nuestro Amigo sin ser nuestro Señor. Así, cuando obedecemos, «su amor» y «su alegría» y «su paz» (Juan 15.7-17, 16.33) serán nuestras (ver Gálatas 5.22-23). ¿Tendremos éstas cualidades en común con Jesús?, El hecho de compartirlas señala la verdadera amistad.  ¿No serán los mejores amigos aquelllas  personas que entienden de esta manera la relación con Jesús y por lo tanto nos ayudan a acercarnos a El de la misma manera? De paso te comento que el libro de Proverbios da buenos consejos acerca de la amistad. Fue escrito hace casi tres mil años, evidencia que las relaciones humanas no han cambiado a lo largo de los siglos. Algunos proverbios acerca de la amistad: Proverbios 17.17, 18.19, 18.24, 22.24-25, 26.18-19, 27.6, 27.9, 27.17, 29.5. Muchas gracias, Yamil, por compartir esta pregunta!

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Parte 6 Resurrección. ¿Por qué es crucial saber que Jesús resucitó?

Parte 6 Resurrección. ¿Por qué es crucial saber que Jesús resucitó?

“…porque [Dios] ha fijado el día en que va a juzgar al mundo según justicia, por el hombre que ha destinado, dando a todos una garantía al resucitarlo de entre los muertos” (Hechos 17.31, Biblia de Jerusalén).

Con esta nota finalizamos la respuesta acerca de cómo acercarnos a Jesús ahora. Sabiendo que el Maestro era sumamente accesible durante su estadía terrenal, visto que él se disponía a “sentarse a la mesa de los pecadores”, ¿cómo podemos acercarnos a Jesús en la actualidad?

En esta serie la primera y quinta entrega  aportan razones para creer que Jesús resucitó. Concretamente vimos la “prueba paradójica” (entrega uno) y los cambios innegables de los más allegados a Jesús debido al impacto de su resurrección (entrega cinco). Dando por sentado que la resurrección sucedió, ¿qué nos quiso decir Dios con semejante acontecimiento?

 1) La resurrección es evidencia de un día de juicio universal. Nosotros vivimos en un mundo occidental que tradicionalmente ha sido inmerso en la idea de un juicio universal de la tierra al final de los tiempos. Esta idea acompañó al cristianismo en sus comienzos y ha sobrevivido a lo largo de los siglos posteriores. Es, no obstante, común no darle importancia o por lo menos vivir inconscientemente de que Dios ha prefijado el fin del universo como lo conocemos. En un primer momento, delante del público de Atenas, cuando el Apóstol Pablo anuncia que algún día habrá un juicio final, también afirma que la resurrección de Jesús es evidencia de que este juicio sucederá. ¿Cómo llega a esta conclusión?

2) Existe un solo Dios creador. Primero, cuando el apóstol Pablo habló con los atenienses en Hechos capítulo 17, empezó aclarándoles que hay un solo Dios Creador:no existía el panteón de los dioses, tan comunes en la cultura grecorromana de la época. Además, como Creador de todo, Dios también puede poner fin a su creación. Con la llegada de Jesús al mundo, la existencia de este único Dios deja de ser algo que solamente formaba una parte particular de la cosmovisión de un solo pueblo, el judío. A partir de “ahora” (Hechos 17.30), la realidad del único Creador sería anunciada a toda la humanidad: gracias a la resurrección de Jesús; personas paganas llegarían a creer que existe un solo Dios. Asimismo, el apóstol Pedro, dirigiéndose a cristianos que habían salido del politeísmo, resumió: “Por medio de Cristo, ustedes creen en Dios, el cual lo resucitó y lo glorificó; así que ustedes han puesto su fe y su esperanza en Dios” (1 Pedro 1.21). Por lo tanto, comenzando con aquel tiempo, se produce un cambio radical en cuanto a la disposición de Dios hacia los habitantes de este planeta: por medio del mensaje proclamado a partir de Jesús (su vida, muerte y resurrección), las naciones ya no tienen por qué ser ignorantes de la existencia del único Dios: “Por tanto, habiendo pasado por alto los tiempos de ignorancia, Dios declara ahora a todos los hombres, en todas partes, que se arrepientan, porque Él ha establecido un día en el cual juzgará al mundo en justicia, por medio de un Hombre a quien ha designado, habiendo presentado pruebas a todos los hombres al resucitarle de entre los muertos.”. (Hechos 17.30-31, Biblia de las Américas).

Una aclaración sobre la palabra traducida como “pruebas” en esta cita: pistis.Normalmente este término significa “fe”, “fidelidad” o “constancia”: el hecho de “creer” o “ser fiel”. Pero en este caso, la Biblia de las Américas traduce pistis como “pruebas”; la Biblia de Jerusalén como “evidencia”. En otras palabras, Dios “dio fe” de la realidad del juicio final resucitando a Jesús. El hecho histórico del Jesús Resucitado comprueba que llegará el final de la historia del mundo como nosotros la conocemos. Es un destino establecido por el Dios único que creó el universo.

3) Cualidades del único Dios. Dios es justo: no juzgaba a las naciones del mundo por algo que hacían en ignorancia, la adoración de ídolos. Pero existe un antes y un después de la resurrección de Jesús: La resurrección es evidencia de que hay un solo Dios, el único Creador, el que resucitó a Jesús. Por lo tanto, de aquí en más si los hombres siguen idólatras, son responsables de haber tomado esta decisión. Por este motivo los cristianos tenemos la responsabilidad de compartir el evangelio con todas las naciones (Mateo 28.18-20; Lucas 24.45-47), instándoles a abandonar a los dioses falsos para adorar al único Dios. Estos “dioses” pueden ser ídolos de oro, plata o piedra (Hechos 17.29 ). No obstante, “dioses” también pueden referirse a apetitos que nos dominan, “bajos deseos” (Filipenses 3.19, traducción PDT), el dinero y la avaricia (Lucas 16.13, Colosenses 3.5) o el poder y la fuerza física (Daniel 11.38). Estas obras de nuestra naturaleza caída jugarán en nuestra contra en el día del juicio final, impidiendo que tengamos parte en “el reino de Dios” (Gálatas 5.19-21).

4) El arrepentimiento. Puesto que Dios va a juzgar al mundo, Él “declara a todos en todas partes a que se arrepientan” (Hechos 17.30) El término en griego comúnmente traducido como “arrepentimiento” es una palabra compuesta ,“metanoia”, que significa“cambio de mente”. Se refiere a la adopción de otra forma de pensar y puede traducirse como un  “cambio de actitud” o “conversión”. ¿En qué consiste este cambio? En primer lugar consiste en tomar conciencia de que existe un único Dios. Segundo, ese Dios no es una fuerza sin mente; Él es personal y posee cualidades como “justicia”. “Va a juzgar al mundo con justicia…” (Hechos 17.31). De hecho, un aspecto fundamental del “evangelio” (=buenas nuevas) es la “justicia” de Dios. “En las buenas nuevas se revela la justicia de Dios…” (Romanos 1.16). La misma buena noticia que anuncia que Jesús resucitó, revela que Dios es justo. Sin embargo, su “justicia” no es como la nuestra. No tolera el mal, pero incluye un amor inalterable (ver por ejemplo, Romanos 5.1-10). La justicia de Dios presentada en el evangelio tiene la particularidad de poder motivar al ser humano a un cambio de mentalidad, i. e. al arrepentimiento.

La metáfora de un Juez insobornable de amor infinito.
Dios es como un juez que debe pronunciar un veredicto a favor o en contra de un ser amado…. quien precisamente, no es inocente (Romanos capítulos 1.18 al 3.23). El Creador ama a la humanidad, su creación, pero como juez no es sobornable, debe hacer lo que es justo (Génesis 18.25). Y con rectitud dicta que nuestros pecados nos separan de su presencia (Romanos 3.23). No obstante, en su sistema de justicia, prevalece el amor, el que lo motiva a Él a permitir que un voluntario inocente reciba el castigo del culpable (ver Romanos 3.24–8.39). Así, él se quita el ropaje de juez, se viste con la nuestra, haciéndose humano y recibe el castigo de nuestros pecados, los que nos “separan de su gloria” (Romanos 3.23).

La misión de Jesús.
¿Cómo puede Él mismo recibir ese castigo? En el principio Jesús “estaba con Dios y era Dios…,” pero se “hizo carne” (Juan 1.1-2, 14). Es decir, se quitó la ropa de Juez Divino y se hizo hombre. Jesús es el único ser mortal con raciocinio que es a la vez humano y totalmente justo e inocente, uno con el Padre (Juan 8.46, Juan 10.30, 1 Juan 3.5). En otras palabras, vivió sin pecado: sin nada que lo pueda separar de la presencia de Dios. En la terminología de la justicia de Dios, semejante separación se llama “muerte” (Romanos 3.23, 5.12). Por otra parte, en la justicia de Dios su amor obra por medio de la muerte de Jesús en la cruz para anular nuestra condición de muertos espirituales, i.e., nuestra separación de la gloria: “porque todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3.23, versión Reina Valera). Por medio de Jesús, Dios quiere dictar a nuestro favor en la muerte de Jesús y aún más, por medio de su vida resucitada quiere reconciliarnos con Él, “salvarnos de la ira” (Romanos 5.9-10), refiriéndose a la condenación en el momento del juicio final. De hecho, por medio de la fe en la muerte y resurrección de Jesús, podemos concientizarnos de nuestra condición perdida y buscar un sincero cambio de actitud ante Dios. Esta fe y este arrepentimiento pueden llevarnos a morir y resucitar con Jesús ahora, empezando una nueva vida eterna con Él como nuestro Señor. Así se entendía la entrega de fe y arrepentimiento en los primeros años del cristianismo, en el momento del bautismo, el comienzo de una nueva vida eterna con Jesús como Señor (ver Romanos capítulos 4 al 6).

El impacto de la justicia divina.
El arrepentimiento, entonces, es un cambio profundo en la forma de pensar, el que se produce como resultado del anuncio de la justicia de Dios con la cual Él juzgará al mundo por medio de Jesús. Él “manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos” (Hechos 17.30b-31, Reina Valera, 1960). En esto consiste el evangelio, “la buena noticia”: al resucitar Jesús venció la muerte para siempre, y no solo la muerte como condición física, sino también como un ente espiritual. Aprendemos por medio de esta buena noticia que hay un solo Dios, el Creador que nos hizo para ser justos como Él. Sin embargo, el evangelio, también señala nuestra falta de rectitud a los ojos de Dios, una condición que solamente puede ser anulada por la muerte de Jesús en nuestro lugar y su posterior resurrección. Tomar consciencia de las condiciones de la justicia de Dios nos lleva al arrepentimiento. Impacta profundamente nuestra manera de pensar y vivir. ¿Estamos dispuestos a cambiar el rumbo de nuestra vida y aceptar que Jesús sea nuestro Señor? ¿Queremos unirnos con Él en su muerte, su resurrección y su diario vivir sobre la tierra? Romanos capítulos 6 al 8 es un buen lugar para empezar a entender esta “nueva vida” con Jesús como Señor. El evangelio, la buena noticia, nos permite entender que sí podemos acercarnos a Jesús ahora en la actualidad. Jesús vive, y nosotros, podemos vivir con él aquí y ahora, y ser herederos del reino cuando venga a “juzgar el mundo con justicia”: el juicio final que fue evidenciado por la resurrección de Jesús. Si crees que resucitó, si las razones de su muerte y resurrección te impactan, puedes acercarte a Jesús como tu Señor. La nueva vida comienza con fe, arrepentimiento y bautismo, pero nunca deja de ser un proceso de permanente transformación (entrega 4).

Gracias nuevamente, Damian, por tu pregunta, la que damos por contestada con esta entrega, aunque aprenderás con el tiempo que el acercarse a Jesús como tu Señor es un proceso realmente interminable. Es nuestra esperanza que tu interrogante no haya sido solamente un planteamiento intelectual sino más bien el primer paso para empezar el camino hacia una vida cerca de Jesús en el aquí y ahora… y para siempre.

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Parte 5 Resurrección: ¿Por qué fueron transformados los más allegados?

Parte 5 Resurrección: ¿Por qué fueron transformados los más allegados?

Como hemos observado, la historicidad de la resurrección de Jesús cuenta con una importante prueba:sus enseñanzas paradójicas. En la primera entrega de esta serie vimos que así como él enseña que el que se humilla será levantado, que el que da recibe y que el último será el primero, así también enseña que el que pierde la vida la encontrará. Este último dicho paradójico lo pronuncia en el contexto del primer anuncio de su muerte y resurrección. De la misma manera inverosímil que sus enseñanzas resultan ciertas, el maestro humilde se convierte en el Mesías poderoso por medio de su muerte y su posterior resurrección. Esta prueba paradójica es posiblemente la más convincente que se puede mencionar a favor de la veracidad del hecho de que resucitó (repasar aquí la “prueba paradójica”). Sin embargo, pueden deducirse otras evidencias.

De confusión a certidumbre.
Una prueba llamativa es el cambio en el carácter de los apóstoles. Durante los años del ministerio terrenal de Jesús, sus seguidores ocasionales y aún los más allegados permanentemente demuestran confusión frente a sus enseñanzas. Consideremos, por ejemplo, la reacción a su discurso sobre el “pan vivo que bajó del cielo”:

Al escucharlo, muchos de sus discípulos exclamaron: «Esta enseñanza es muy difícil; ¿quién puede aceptarla?» […] Y por causa de estas palabras de Jesús…  muchos de sus discípulos se apartaron y ya no andaban con El(Juan 6.60 y 66).

¿Qué provocó esta confusión y rechazo? Durante este discurso, Jesús había dicho que era necesario “comer su carne” y “beber su sangre” para tener vida eterna, frases que seguramente chocaban al público, por más que el Maestro explicara su valor metafórico. Consideremos la siguiente frase:

Jesús les dijo: Yo soy el pan de la vida; el que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed(Juan 6.35).

Aquí vemos que así como el hambre se mitiga con el pan, “venir a Jesús” sacia el hambre espiritual. Y así como el agua apaga la sed, “creer en Jesús” abastece la sed espiritual. Por lo tanto, “comer la carne” y “beber la sangre” de Jesús en el plano espiritual en el cual él se manejaba, significan “venir a él” y “creer en Él”, no solamente como ser humano sino, dentro de pocos meses, como Mesías que muere por los pecados de la humanidad y resucita para darnos vida eterna. Solamente ese Mesías podría “levantar en el último día” (Juan 6.39-40, 44, 54) a los que confían en su sacrificio y victoria sobre la muerte. Sin embargo, esa muerte y resurrección, la culminación del ministerio de Jesús, sucederán dentro de un año (o tal vez dos). Antes del evento de su muerte y resurrección nadie sospechaba que así terminaría la obra del rabino de Nazaret. Por eso sonaba como una locura la enseñanza de “comer mi carne y beber mi sangre”. Ahora, mirando con aquel ojo de la fe del que “cree” o “viene a Jesús”, sabemos que gracias al hecho de su muerte y resurrección, podemos acercarnos a Dios realmente, alcanzando el perdón continuo de nuestros pecados y una nueva vida eterna aquí en la tierra y después. Por eso la cruz y la resurrección de Jesús deben ser el alimento espiritual diario del cristiano, un alimento que lo fortifica en su caminata de fe aquí en la tierra, transformándolo en enfoque de vida (sobre esta transformación, ver la entrega anterior).

¿Entenderían los apóstoles estas palabras de Jesús acerca del consumo de su sangre y cuerpo? Seguramente no, no podían. Esto se  puede deducir al observar su reacción en otras oportunidades cuando hablaba de su muerte y resurrección antes de que ocurrieran

«Porque enseñaba a sus discípulos, y les decía: El Hijo del Hombre será entregado en manos de los hombres y le matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará. Pero ellos no entendían lo que decía, y tenían miedo de preguntarle«.
(Marcos 9.31-32, ver también Lucas 9.42-45).

​Sin embargo, podemos decir que a su manera los apóstoles “creían” en Jesús, aunque no entendían lo que Él les anticipaba acerca de su muerte y resurrección. Seguramente muchos otros seguidores lo abandonaron al escuchar que si uno “come su carne” y “bebe su sangre” podría acceder a la “vida eterna” ya durante esta vida y definitivamente en la resurrección del juicio final (ver Juan 6.39-40, 6.44, 6.53-54). Sin embargo, los apóstoles no sabían nada de la futura culminación del trabajo de Jesús, es decir, su muerte y resurrección. Por eso, es comprensible que Jesús les preguntara si también ellos dejarían de seguirle. Por esta razón es llamativa la respuesta a su pregunta. Pedro le contesta, “―Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído, y sabemos que tú eres el Santo de Dios.” (Juan 6.68-69, NVI). En vez de “hemos creído”, otra versión traduce “hemos confiado” en ti  Estos hombres habían convivido con Jesús, visto los milagros que hacía y escuchado sus enseñanzas; estaban convencidos de que era el “Santo de Dios”, probablemente refiriéndose a su identidad como Mesías. Confiaban en Él aunque no entendían lo que decía acerca de “comer su cuerpo y beber su sangre”. De hecho, la fe muchas veces se reduce a este hecho: confiar en Dios aunque no entendamos las circunstancias que nos rodean.


De manera que, a pesar de no entender con frecuencia lo que Jesús decía, los apóstoles confiaban en él, y su confusión se convierte en certidumbre después de que Él muere y resucita: ellos se convierten en los “testigos de su resurrección”, y se convierten en los encargados de explicar la necesidad de la cruz de Jesús y su victoria sobre la muerte para que los hombres alcancemos la salvación eterna. Como testigo ocular de la victoria de Jesús sobre la muerte, Pedro mismo explicará que los que nacen de nuevo por medio de  la fe en la resurrección de Jesús, alcanzan la vida eterna (1 Pedro 1.3-4, 3.21-22). Al participar de la muerte de Jesús mediante la fe en el momento de bautizarnos, somos “sanados” (1 Pedro 2.24), ya que morimos con respecto al pecado y con Jesús como Nuestro Señor, comenzamos a vivir como siervos de lo que es justo a los ojos de Dios (Romanos 6.3-23).


Cobardes transformados en valientes. 
Este notable cambio—desde la confusión con respecto a la misión de Jesús a la certidumbre posterior— y la certeza evidente en la enseñanza apostólica acerca de su muerte y resurrección—es una prueba convincente. Junto con este cambio encontramos otro: la transformación de cobardes en valientes. Cuando arrestan a Jesús la noche anterior a la crucifixión, “todos lo abandonaron y huyeron” (Marcos 14.50). Y aún al reunirse durante las primeras horas después de la crucifixión, los apóstoles se ocultaban “por temor a los judíos” (Juan 20.19). ¿Por qué algunas semanas después encontramos a estos hombres predicando con valentía frente al mismo Concilio que condenó a Jesús? Algo pasó para provocar esta transformación. Este enorme cambio es una prueba de que efectivamente fueron “testigos de la resurrección” (Hechos 1.21-22, 2.32, 3.15, 5.32, 10.39-41, 13.31). La cobardía que demuestran los apóstoles en el momento del arresto de Jesús, experimenta un vuelco descomunal. En vez de temor ahora evidencian osadía y valentía frente a los mismos integrantes del Sandhedrín quienes condenaron a su Señor. Los apóstoles les predican acerca de “Jesús de Nazaret, el mismo a quien ustedes crucificaron y a quien Dios resucitó” (Hechos 4.10). El cambio en su manera de ser era muy evidente a los que integraban el Concilio: “Cuando las autoridades vieron la valentía con que hablaban…se dieron cuenta de que eran hombres sin estudios ni cultura, se quedaron sorprendidos, y reconocieron que eran discípulos de Jesús” (Hechos 4.13, ver también 4.29, 14.3, 19.8).Los que meditamos la historia de Jesús, sus enseñanzas, sus milagros, su cruz y su resurrección y llegamos a seguirle ahora como Señor Crucificado y Resucitado, también experimentamos un cambio. Tenemos la capacidad por medio de la fe y por el poder del Espíritu Santo de vivir la transformación de la que hablamos en la entrega anterior. Empezamos a vivir la presencia de Jesús entre nosotros (Mateo 1.23-24, 18.20, 28.20) y esperar su segunda venida cuando juzgará a los vivos y a los muertos (1 Pedro 4.5). Dentro de este cambio que se va logrando por la fe y el arrepentimiento, vivimos el proceso de acercarnos a Jesús como Nuestro Señor. Sobre esta transformación remitimos a la parte 4 de esta serie.

El evangelio gira alrededor del eje de la muerte, entierro y resurrección del Señor Jesús (1 Corintios 15.1-3). Invitamos a nuestros lectores a repasar las cinco entregas de esta serie, las cuales pueden descargarse como e-book en PDF aquí. Por favor, háganos llegar sus dudas: consultas@bibliayteologia.org. Ofrecemos también enviarles el folleto «Conocer, aceptar y vivir el evangelio: nueve preguntas» a quienes desean seguir reflexionando más.

​Agradecemos a Damián nuevamente por querer saber cómo acercarnos a Jesús ahora. ¡Muchas gracias por hacernos reflexionar con tu pregunta! Ojalá que todos no solo entendamos cómo acercarnos a Jesús ahora sino también decidamos seguirle

En la siguiente entrega vamos a desarrollar el tema ¿Por qué es crucial saber que Jesús resucitó?

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