Parte 6 ¿Existe la iglesia verdadera? Sí. Efectivamente comenzó, ¿Pero, está?

Parte 6 ¿Existe la iglesia verdadera? Sí. Efectivamente comenzó, ¿Pero, está?

En la presente entrega llegamos a un punto esencial en nuestro camino de contestar la pregunta, ¿existe la iglesia verdadera? En esta etapa, basándonos en la información brindada en las entregas anteriores (ver partes 1, 2, 3, 4, 5), demos por cierto que la iglesia verdadera existe y preguntemos más bien: ¿cuándo empezó? Jesús, al decir “edificaré mi iglesia”, empleaba el tiempo futuro del verbo “edificar”: “edificaré”. ¿Hablaba el Señor de un futuro cercano o lejano? En otras palabras, ¿ya ha comenzado la construcción o debemos seguir esperándola? Porque si todavía no se inició, es evidente que la iglesia verdadera, la que Jesús dijo que iba a construir, no existe todavía.   ​El futuro cercano como si ya fuera un presente. Cuando analizamos el factor tiempo en los dichos de Jesús, nos encontramos con algo que para el lector moderno resulta desconcertante: a veces Él habló en términos del presente al referirse a hechos que se realizarían en un futuro cercano, pero aun no consumado. Tal vez el ejemplo más claro es cuando Jesús habla de la inminente llegada del Espíritu Santo. Vemos estas palabras de Jesús registradas por el apóstol Juan, palabras que el apóstol mismo interpreta en cuanto al tiempo de su cumplimiento: 37 En el último día de la fiesta, el más importante, Jesús se levantó y gritó: —Si alguien tiene sed, que venga a mí y beba. 38 Las Escrituras dicen que del interior del que cree en mí saldrán ríos de agua viva. 39 Jesús dijo eso acerca del Espíritu, que recibirían después los que creyeran en él pues aún no estaba el Espíritu, porque Jesús todavía no había sido glorificado. (Juan 7.37-39, versión Palabra de Dios para Todos). 

¿Cuándo fue “glorificado” Jesús?

El Nuevo Testamento da a entender que Jesús fue glorificado al ser crucificado y resucitado para luego ascender al cielo donde reina junto a Dios Padre (ver por ejemplo Juan 12.16, 23; Juan 17.1-5;  Hechos 2.13, 33-36). Pocas semanas después, desde la presencia de Dios Mismo, Jesús envía al Espíritu para, de ahí en más, acompañar a todos sus seguidores (Hechos 2.33-39). Este “derramamiento del Espíritu” sucede durante la Fiesta de Pentecostés, una celebración judía que en el calendario bíblico se realiza unas siete semanas después de la Pascua, la fiesta anterior durante la cual Jesús murió y resucitó. Luego de su resurrección, después de unos cuarenta días, Jesús ascendió al cielo y aproximadamente una semana después, en Pentecostés, Él “derrama” al Espíritu sobre todos los que se entreguen con fe, arrepentimiento y bautismo después de escuchar el mensaje de su vida, muerte, entierro y resurrección (Hechos 2.33-40). Así se entiende cómo, según Juan 7.39, el Espíritu viene después de su “glorificación”. Es decir, Jesús promete dar al Espíritu Santo a todo aquel que en Él cree, en Juan 7.37-39: “Si alguien tiene sed, que venga a mí y beba” expresándose en el tiempo presente. Pero es necesario que el apóstol Juan aclare que se refiere a un momento posterior (pocos meses después durante la fiesta de Pentecostés). Sin esta aclaración el lector podría llegar a entender que cualquiera que creyera en Jesús en el mismo momento en que se pronunció la promesa del Espíritu Santo podría tener comunión con el Espíritu durante la vida terrenal de Jesús. Sin embargo, Juan aclara que no es así: primero Jesús tenía que ser glorificado. Solamente a partir de su inminente glorificación los sedientos espirituales podrán ir a Él para beber. Jesús habla de un futuro cercano como si fuera un presente. Podemos ver esta misma tendencia de Jesús, de referirse a la próxima llegada del Espíritu como si ya estuviera presente, cuando habla con sus apóstoles acerca de la oración en Lucas 11.1-13. Allí Él termina diciendo, “si ustedes que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan”. Leyendo en el contexto, podríamos llegar a pensar que si los apóstoles en el momento de escuchar estas palabras hubieran pedido al Padre recibir al Espíritu Santo, ya se lo habría otorgado. Pero por lo que acabamos de leer en Juan 7.37-39, sabemos que era necesario que Jesús fuese glorificado primero. Si los apóstoles hubieran pedido recibir al Espíritu en este mismo momento que describe Lucas en que Jesús les enseñaba acerca de la oración, seguramente no lo habrían recibido. Tendrían que esperar algunos meses hasta que Jesús fuese glorificado por medio de su muerte, resurrección y ascensión a la diestra del Padre.

¿Cómo deducimos el momento del inicio de la Iglesia?

Sabiendo que Jesús a veces manejaba el tiempo de esta manera, podemos evaluar las dos oportunidades en que Él usa el término “iglesia” en Mateo 16.18 y 18.17. La primera vez habla directamente en el tiempo futuro, “construiré mi iglesia, pero en la segunda, en el tiempo presente, “díselo a la iglesia”. En esta segunda ocasión, habla de cómo humildemente encarar problemas de disciplina dentro de la comunidad de sus seguidores. El lector desprevenido podría entender que se trata únicamente del grupo los apóstoles, quienes en el 18.1 hacen una pregunta que a continuación Jesús responde, incluyendo en el 18.17 lo dicho acerca “decírselo a la iglesia”. ¿Los apóstoles son la iglesia? ¿Empezó en algún momento entre el 16.18 (cuando se habla de la construcciónfutura de la iglesia) y el 18.17 cuando leemos que los problemas no resueltos entre hermanos deben derivarse a la “Iglesia” (una orden transmitida en tiempo presente)? Veremos, sin embargo, que “Iglesia” en Mateo 18.17 tiene otro sentido; se trata de un futuro cercano, nuevamente expresado como si fuera el presente.

¿Dónde leemos del comienzo de la Iglesia?

En los cuatro evangelios solamente Mateo utiliza el término “iglesia”, empléandola en las dos oportunidades ya citadas. Para encontrar esta palabra nuevamente en la historia neotestamentaria debemos ir al libro de los Hechos, donde ya vimos que Jesús derramó su Espíritu en el Día de Pentecostés, unas siete semanas después de su resurrección luego de la Pascua. “Iglesia” aparece recién en el Hechos 5.11, donde vemos que “toda la Iglesia se llenó de miedo” al enterarse de la muerte repentina de un matrimonio que quiso engañar a Dios, “mintiendo al Espíritu Santo” (5.1ss). Los que se llenaron de miedo son los discípulos que integran la primera comunidad cristiana en la historia, la de Jerusalén. Estas son las personas que a partir del día de Pentecostés recibieron al Espíritu Santo en sus vidas luego de una sincera conversión (Hechos 2.37-39). Estos primeros conversos a la fe en el Cristo resucitado son, entonces, el comienzo de la iglesia que Jesús construye. Posteriormente leeremos que la iglesia es el cuerpo de Cristo (Efesios 1) y al ser integrados a este cuerpo en el momento de bautizarse, todos  “beben” del Espíritu Santo (1 Corintios 12.13).

La construcción comenzó en el día de Pentecostés. 

A partir de Pentecostés, entonces, unas siete semanas después de su resurrección, Jesús comienza a construir su Iglesia al enviar al Espíritu Santo para guiar a los apóstoles en la evangelización (Hechos 1.8). A partir de ese momento, los convencidos de que Él es el Mesías crucificado y resucitado, se arrepienten de sus pecados y se bautizan (se sumergen en agua) bajo la autoridad de Jesús para recibir el perdón de los pecados; así reciben al Espíritu Santo como un don de Dios (Hechos 2.37-40). También en ese momento son salvados de sus pecados (2.38-40, 2.47), y, en el ese instante Dios los agrega a esta comunidad, es decir, la iglesia. Es por este medio que se “pide” a Dios Padre recibir al Espíritu Santo, la promesa hecha como una realidad presente a los apóstoles en Lucas 11.13, aunque todavía quedaba en un futuro próximo: después de la muerte de Jesús, siete semanas después de su resurrección.

Construcción que empezó y continúa. 

Este es, entonces, el momento en que Jesús comienza a construir su iglesia. Ya no es un momento en el futuro, como lo fue en Mateo 16.18. Los que se agregan a la iglesia, los que se bautizan para ser discípulos de Jesús, son los que luego “aprenden a obedecer todo lo que Él enseñó” a los apóstoles (Mateo 28.18-20). Por eso, leemos que después de bautizarse en Pentecostés, los nuevos discípulos “eran fieles en conservar la enseñanza de los apóstoles…” (Hechos 2.41-42). La “enseñanza de los apóstoles” se refiere a “todo lo que Jesús les había ordenado” a los primeros discípulos (Mateo 28.19-20). Encontramos el registro de estas órdenes en los cuatro evangelios, específicamente en este caso en el de Mateo, que termina con la promesa de Jesús: “Yo estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo” (Mateo 28.20). Como parte de esa enseñanza, por ejemplo, Jesús había previsto la necesidad de humilde disciplina dentro de la iglesia, hablando de esto en el tiempo presente (Mateo 18.17), aunque la iniciación de su iglesia todavía quedaba en un futuro próximo. Esto es porque esta y otras enseñanzas de Jesús a los apóstoles se convierten en la realidad continua de la construcción de la Iglesia. Esta construcción se sigue realizando, ya que Jesús añade que Él estará presente con sus discípulos “hasta el fin del mundo” (Mateo 28.20); en la presencia del Espíritu Santo, Él acompaña a su iglesia (Juan 14.25-27, 16.7-15). Puesto que este mismo proceso continuará a lo largo de la historia, la manera de integrar la iglesia verdadera es la misma que vimos en Pentecostés: 1) creer en Jesús como el Mesías muerto por nuestros pecados, resucitado como el Señor, 2) ante esta realidad, arrepentirse, es decir cambiar profundamente la forma de pensar y vivir, 3) bautizarse (sumergirse) en el nombre Jesús para el perdón de los pecados y así recibir al Espíritu Santo como un don, 4) emprender así el camino de obedecer todo lo que Jesús ordenó (Hechos 2.38-40, Mateo 28.18-20). Hoy en día el movimiento que se llama las Iglesias de Cristo se identifica por enseñar que de esta manera uno recibe la salvación eterna y aprende a cuidarla. Ya que esta salvación es fundamental, es importante evaluar lo que cualquier grupo enseña al respecto si buscamos ser parte de la “iglesia verdadera”. Puesto que Jesús está presente, Él sigue construyendo su Iglesia por medio de la formación de nuevos discípulos (Mateo 28.18-20). Una vez que ingresemos en ella, mientras estemos aprendiendo a obedecer lo que Él ordenó, formamos parte del proceso de la construcción.

¿Dónde encontrar la información necesaria para la construcción?

Gran parte de los mandamientos de Jesús aparecen en los cuatro evangelios, y los demás libros escritos del Nuevo Testamento que transmiten las enseñanzas de los apóstoles, quienes siguen comunicando las instrucciones de Jesús por medio del Espíritu Santo (Juan 16.12-15). Estos escritos apostólicos, provenientes de la época inmediatamente después del ministerio de Jesús, promueven  la fe “dada una vez para siempre” (Judas 3, versión Libro del Pueblo de Dios). Por eso, los primeros cristianos ya tenían “todo lo necesario para vivir como Dios manda” (2 Pedro 1.3, versión NVI). El registro en el Nuevo Testamento de las enseñanzas y manera de vivir de la Iglesia nos da el único modelo necesario para su continua construcción.

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Parte 5 ¿Existe la iglesia verdadera? Se construye de discípulos.

Parte 5 ¿Existe la iglesia verdadera? Se construye de discípulos.

Si me aman, obedecerán mis mandamientos. Le pediré al Padre y les dará otro Consejero para que esté siempre con ustedes: El Consejero es el Espíritu de la verdad.
El mundo no lo puede recibir porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes lo conocen porque vive con ustedes y estará en ustedes. No los dejaré huérfanos; volveré a ustedes.  Dentro de poco, el mundo no me verá más, pero ustedes me verán. Ustedes vivirán porque yo vivo. Ese día, ustedes sabrán que yo estoy en el Padre, y que ustedes están en mí y yo en ustedes. El que realmente me ama conoce mis mandamientos y los obedece. Mi Padre amará al que me ame, y yo también lo amaré y me mostraré a él. (Juan 14.15-21)
Vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado a ustedes. Y les aseguro que yo estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo”. (Mateo 28.19-20)
Ya que después de un lapso de varias semanas solamente ahora se continua con la respuesta a la pregunta acerca de la iglesia verdadera, es conveniente repasar las partes 1, 2, 3, 4 antes de leer la siguiente entrega. Si no, podría resultar difícil seguir los conceptos aquí expresados. ​ Retomando ideas anteriores… Hemos visto que según lo que enseña Jesús en el evangelio de Mateo, su iglesia se “construye” de personas que aceptan el compromiso de aprender a obedecer sus enseñanzas. El compara tales personas con un hombre sensato que construye su casa sobre una roca. Así como una vivienda con buenos cimientos resiste las embestidas de las inundaciones, la persona que construye su vida sobre las enseñanzas de Jesus es un ser humano fuerte, capaz de enfrentar las pruebas de la vida (Mateo 7.24-28, refiriéndose a las enseñanzas en los capítulos 5 al 7 de Mateo). De manera que cuando el Señor Jesús habla de “construir su iglesia”, se refiere a una comunidad de personas quienes a su vez también construyen: edifican sus vidas sobre las sólidas enseñanzas de Jesús. Aceptan participar del proceso de “aprender a obedecer” todo lo que Jesús ordenó. Lo que les lleva a tomar semejante decisión, y mantenerla, es lo que debemos empezar a considerar de aquí en más.¿Qué plan tenía Jesús en mente para la construcción de su Iglesia?  La palabras finales que Jesús transmite a sus apóstoles en este evangelio incluyen, a la vez, su última orden:

Así Mateo decide cerrar su evangelio, por más que sabe que después de pronunciar esta palabras, Jesús asciende al cielo (Lucas 24.50-53; Hechos 1.1-11). Allí se encuentra ahora, reinando sobre su Iglesia, la cual espera su venida gloriosa al final de los tiempos. Sin embargo, Mateo nos describe a un Señor presente con su pueblo “hasta el fin del mundo”. ¿De qué manera está presente? ¿Y que implica esta presencia, la cual es imprescindible para la construcción de su Iglesia? Jesús, presente con sus discípulos.  Podría resultar desmoralizador para este pequeño grupo de apóstoles pensar que deberán emprender solos la misión de hacer discípulos de todas las naciones. Pero estos once hombres saben que cuentan con el hecho de que su Señor estará presente con ellos. No lo podrán ver físicamente, pero la noche de la Última Cena Jesús ya les preparó a sus apóstoles para su partida. Les prometió enviar a Otro en su lugar. Ese Otro es el Espíritu Santo, el Espíritu de la Verdad. Jesús lo llamó “otro consejero” quién vendría en su lugar, y les explicó a los apóstoles que por medio de este otro Consejero, Jesús estaría con ellos. Así Jesús explica la misión del Espíritu Santo, el que hace posible que Jesús mismo esté espiritualmente presente con sus discípulos. Leamos estas palabras que Jesús compartió con ellos la noche de la Última Cena. De paso, vemos que la obediencia, que apareció en la cita que acabamos de ver, “enseñándoles a obedecer todo lo que yo les mandé”, nace de una relación de amor.
Una misma orden con dos pasos. La última orden que dejó Jesús que vimos en Mateo 28.18-20, la de hacer discípulos, consta de dos pasos: 1) el bautismo cristiano y 2) el enseñar a obedecer “todo lo que Él mandó” a los apóstoles, los primeros discípulos. En otras entregas vamos a seguir analizando estas dos facetas de la construcción de la Iglesia de Jesús. Primero, es necesario entender que “bautizarse” proviene de una palabra griega que significa “sumergirse”; a su vez, “bautismo” significa en griego “inmersión”. En segundo lugar, dentro de “todo lo que Él mandó” no hay que olvidar esta última orden: ir y hacer discípulos, bautizando y enseñando. Es decir, parte del proceso de aprender a ser discípulo de Jesús es la obediencia en cuanto a la formación de otros para ser discípulos de Jesús. En ese proceso Él está presente “hasta el fin del mundo”. Así que actualmente los discípulos de Cristo estamos en una vida de aprendizaje, a la cual invitamos a otros a acompañarnos. Y tenemos la seguridad de que en este proceso Jesús está presente con nosotros y con los que decidan aceptar seguirle por medio de el bautismo luego de un arrepentimiento sincero, y el aprendizaje en cuanto a la obediencia. Se trata de un plan de construcción en cadena de una comunidad, la Iglesia, que se irá formando hasta que Jesús vuelva al fin del mundo.Ya que el primer paso para hacerse discípulo es bautizarse (y luego aprender a obedecer todo lo que Jesús ordenó), es importante preguntarnos ¿qué significado tiene el bautismo en la iglesia que Jesús construye? Sobre esto empezaremos a investigar en la próxima entrega de «preguntas y respuestas». ​

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Parte 4 ¿Existe la iglesia verdadera?

Parte 4 ¿Existe la iglesia verdadera?

En la cuarta parte de esta respuesta, resumimos y ampliamos las partes 1, 2 y 3. Repaso del significado de ekklesia. ​ El término “Iglesia” solamente aparece en uno de los cuatro evangelios, el de Mateo, donde podemos contextualizar esta pregunta para buscar su respuesta. Es allí donde encontramos las palabras de Jesús: “construiré mi iglesia” (Mateo 16.33). Lo que Jesús construye en realidad es un pueblo, una comunidad, ya que la palabra “iglesia” (ekklesía en griego) significa asamblea y en la antigua versión griega del Antiguo Testamento, se empleaba para hablar del pueblo de Israel que estaba congregado para adorar o en momentos de crisis. En la antigua Grecia se utilizaba para hablar de la asamblea de una ciudad-estado compuesta de aquellos ciudadanos que gozaban de plenos derechos; es decir, una ekklesía era un cuerpo político. Toda esta etimología debe tenerse en cuenta al considerar la afirmación de Jesús en Mateo: “construiré mi iglesia”. La metáfora de la construcción. Aunque Jesús usa la imagen de un edificio para hablar de la “construcción de la iglesia”, en la Biblia una “iglesia” jamás es un edificio. Siempre es una reunión, una comunidad o el pueblo de Dios. Sí se vale de la metáfora de una “casa” o edificio para hablar de la construcción de esta comunidad. Siguiendo, entonces, la terminología de esta metáfora edilicia, los materiales con los cuales se construye la iglesia son seres humanos. Jesús usa como “piedras vivas” para construir su pueblo a aquellas personas que reconocen la autoridad del Mesías. Dios interviene directamente en este proceso, revelando la identidad de Jesús como el Mesías a personas como Pedro (Mateo 16.16), en la medida en que este apóstol pensara como los que “son como niños”. Debido a que Jesús habla de esta revelación a los que son “como niños” en Mateo 11.25-27, en los versículos siguientes se puede ver que éstas personas son a las que convoca a formar parte de su pueblo: “Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma. Porque mi yugo es suave y mi carga es liviana” (Mateo 11.28-30) Los ciudadanos de la iglesia verdadera aceptan el compromiso del aprendizaje. Un término clave en esta invitación es la palabra “aprendan” (del verboaprender, manthanō en griego). Las personas a quienes Dios revela la identidad de Jesús como Mesías, los que son como niños, reciben esta invitación de “venir a Jesús” y aprender. Aunque están cansados, paradójicamente Jesús les ofrece un “yugo”, un compromiso. En la cultura agropecuaria de Palestina en tiempos de Jesús, el yugo se colocaba en el cuello de un animal para que pudiera soportar cómodamente la carga que su amo le imponía. Si el yugo no se moldeaba a la fisonomía del animal, cuando éste hacía un esfuerzo se podía lastimar. El yugo, también en este caso del compromiso de “aprender de Jesús”, tenía que ser diseñado pensando en su receptor. En tiempos de Jesús, “cargar el yugo de alguien” también significaba someterse a su autoridad como maestro. Por eso se habla, por ejemplo, del “yugo” de la ley de Moisés como algo que era imposible cumplir adecuadamente (Hechos 15.10). Asimismo, Jesús decía de otros maestros de la época que “atan cargas pesadas y las ponen sobre la espalda de los demás, pero ellos mismos no están dispuestos a mover ni un dedo para levantarlas” (Mateo 23.4). Eran maestros que no moldeaban sus enseñanzas a las personas que las recibían; tampoco enseñaban con el ejemplo. En cambio, los que deciden someterse al compromiso de aprender a los pies de Jesús se acercan a aprender de uno “apacible y humilde de corazón”, cuyas enseñanzas reflejan su modelo de vida. Es solamente por el carácter de Jesús que el compromiso del yugo puede dar descanso a personas “cansadas y agobiadas”. Una lectura del Sermón del Monte (Mateo capítulos 5 al 7), no nos deja la impresión de enseñanzas fáciles de seguir sino más bien de un compromiso meditado y constante. Pero los que toman la decisión de incorporar a sus vidas estas enseñanzas encuentran que justamente están diseñadas para los que las aprenden. Son el “yugo suave”, que les calza bien. Estos aprendices construyen sobre una roca (Mateo 7.24-25), la cual les da vidas sólidas en medio de las pruebas de la vida: “descansan sus almas”. Con estas personas Jesús construye su iglesia. La iglesia está compuesta de discípulos, personas que aprenden para obedecer. La idea de acercarse al Maestro de esta manera, no se realiza una sola vez sino como forma de vida. Jesús vuelve a hablar del tema de aprender al cierre de Mateo y define más la clase de aprendizaje a la que se refiere, la del discípulo: 18 Jesús se acercó entonces a ellos y les dijo: Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. 19 Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, 20 enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo. (Mateo 28.18-20) Lo que nos puede enseñar la gramática acerca de hacer discípulos. En el griego original de estas palabras, se destacan algunas formas verbales: tres participios “yendo, bautizando, enseñando”, y un verbo principal, “hagan discípulos”. Los tres participios pueden traducirse al español como imperativos o bien como modos en que se realiza el claro imperativo de “hacer discípulos”. Por ejemplo, el verbo principal “hacer discípulos” requiere una iniciativa de parte de los primeros discípulos de Jesús. Es solamente “yendo” (traducido aquí como imperativo: “vayan”) que estos once hombres pueden hacer otros discípulos. Si traducimos el participio como “modo” pueden entenderse como “mientras van” a todas las naciones. A continuación encontramos que la orden de “hacer discípulos” encierra dos partes: “bautizando” y luego “enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado”. Estos “participios” son modos de hacer discípulos que a la vez se entienden como imperativos: no son optativos. Es notable que el fin de “enseñar” no es “aprender” sino más bien “obedecer”. No se “aprenden” las enseñanzas de Jesús para solamente saberlas de memoria, sino para vivirlas: son órdenes que dan “descanso para el alma” cuando tenemos en claro quién es Jesús, el que tiene “toda autoridad”. Los que “oyen” y “ponen en práctica” sus palabras son los que construyen sobre la roca (Mateo 7.24), la misma roca donde Él construye su iglesia (Mateo 16.18). Estas son las personas que reconocen su autoridad de Mesías (7.24-29, 16.16-17, 28.18), son con quienes Él, apacible y humilde de corazón, estará siempre para guiarlos en su aprendizaje. Son sus discípulos, la Iglesia que Jesús sigue construyendo. En la próxima entrega sobre la iglesia verdadera hablaremos más del paso de asumir el compromiso de ser discípulo de Jesús: el bautismo.

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Parte 3: ¿Existe la iglesia verdadera?

Parte 3: ¿Existe la iglesia verdadera?

Lo que vimos hasta ahora. En las dos primeras partes de la respuesta a esta pregunta vimos que la verdadera iglesia es la que Jesús construye. Iglesia (ekklesía = asamblea, reunión) se refiere al pueblo del Mesías congregado delante de Él en reconocimiento de su autoridad. El hombre que reconoce esa autoridad es una de las “piedras vivas” que Jesús usa en la “construcción” de su pueblo, siendo Él mismo la piedra principal. Para poder entender mejor la entrega de hoy, es aconsejable repasar las partes una y dos. Cuando Dios revela al Hijo de Dios a las personas, Jesús puede comenzar la construcción de su Iglesia.  El hecho de que una persona reconozca a Jesús como Mesías es obra de Dios. Cuando Simón Pedro confesó su fe, Jesús dijo “Dichoso, tú, Simón, hijo de Jonás, porque eso no te lo reveló ningún mortal, sino mi Padre que está en el cielo” (Mateo 16.17-19) y a continuación encontramos las palabras de Jesús acerca de la construcción de su Iglesia. En otras palabras, es evidente que la Iglesia nace de la iniciativa de Dios Padre, ya que Él reveló la identidad de Jesús como Mesías a Pedro, y, como vimos, Jesús construye su Iglesia con personas como Pedro que reconocen su autoridad. Recordemos que Mateo, en su evangelio, relata primeramente un momento en que Jesús presenta un concepto y luego muestra cómo Él lo desarrolla en otra oportunidad.  Aquí encontramos otro ejemplo de esta particularidad, porque anteriormente Jesús ya había hablado de la manera en que el Padre revela su voluntad a determinadas personas: 25 En aquel tiempo Jesús dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque habiendo escondido estas cosas de los sabios e instruidos, se las has revelado a los que son como niños. 26 Sí, Padre, porque esa fue tu buena voluntad. 27 »Mi Padre me ha entregado todas las cosas. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo   (Mateo 11.25-27) ¿A quiénes revela Dios “estas cosas”?  En el 11.25 y 11.27 encontramos el mismo verbo “apokaluptō” (“revelar”) que luego se repite en el 16.17 donde Dios Padre revela la identidad del Hijo a Pedro. En el Nuevo Testamento siempre encontramos que es Dios o Jesús que “revela”. Por ejemplo, en el 11.25 vemos que es el Padre quien revela “estas cosas” a “los que son como niños” (literalmente “a los niños”); luego en el 11.27 vemos que el Hijo, por tener toda autoridad, también revela quién es a estas personas. La “revelación” acerca de “estas cosas” es a los “niños” (11.25) es decir, aquellos que reconocen su necesidad espiritual, y están dispuestos a depender de lo que Dios revela en la persona de Jesús. Pedro, en sus mejores momentos, es uno de los que son como “niños”, a quienes Dios revela (16.17), que Jesús es su Hijo el Mesías. En cambio, los “niños” no son los espiritualmente autosuficientes que rechazan depender de Jesús por ser “sabios e instruidos” (11.25). ¿Quiénes son estos supuestos “sabios”? “Sabios y entendidos” a quienes Dios no se revela. Podemos deducir el significado de este término del contexto inmediato. Justamente en el párrafo anterior Jesús deploró la situación de las ciudades donde, a pesar de haber visto los milagros que hizo, no se arrepintieron (11.20-24).  Cambiar de corazón y depender de Jesús como un niño, no es sólo una cuestión de estar frente a clara evidencia acerca de Quién es (Él). Se trata de una toma de decisión. En las ciudades nombradas presenciaron pruebas milagrosas pero a pesar de esto, sencillamente no quisieron cambiar. Prefirieron mantenerse “sabios y entendidos” a su manera. Jesús advirtió que para los habitantes de estas ciudades el día del juicio sería terrible. ¿Nuestra responsabilidad o la elección de Dios? Podemos apreciar en el caso de estas ciudades un ejemplo de la responsabilidad humana ante el hecho de Jesús. Sin embargo, en el párrafo siguiente vemos la soberanía de Dios, quien revela su voluntad a quienes Él determine. En las Escrituras encontramos esta paradoja: por un lado somos responsables de nuestra manera de responder ante lo realidad de Jesús; por otro, Dios elige a quienes revelar la identidad de su Hijo. Estas dos verdades aparecen juntas aquí: por una parte nuestra responsabilidad, y por otra, la soberanía de Dios para elegir. ¿Cómo se resuelve esta dicotomía? Es que Dios elige revelarse a los que están dispuestos a ser como niños: por su estado de dependencia espiritual están dispuestos a confiar en la autoridad de Jesús. Si no abandonamos nuestra autosuficiencia con respecto a Dios, no reconoceremos la autoridad del Mesías. Dios no va a revelarla a nosotros.  Volverse como niños es una condición para confiar en el Rey Humiilde, el Mesías, e ingresar en su reino, la Iglesia (Mateo 18.1-3, Juan 3.3-5). Y a estas personas Dios revela quién es Jesús y el Hijo les extiende una invitación, la que encontramos en los versículos siguientes: 28 »Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso. 29 Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma. 30 Porque mi yugo es suave y mi carga es liviana.» (Mateo 11.28-30) Estas son las personas que aprenden de Jesús. Son sus discípulos, las “piedras vivas” que Él usa para construir su iglesia, su pueblo. Sobre estas personas veremos más en nuestra próxima entrega acerca de la iglesia verdadera.

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Parte 2 ¿Existe la iglesia verdadera?

Parte 2 ¿Existe la iglesia verdadera?

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Construir sobre la roca
En la primera parte de esta respuesta partimos de las palabras de Jesús, “Construiré mi iglesia”, y analizamos el significado de la palabra “iglesia”. Se llegó a la siguiente conclusión: “La iglesia que construirá Jesús, será su pueblo, sus discípulos: congregados en reconocimiento de su autoridad”. Esta definición se deduce tomando en cuenta tanto el significado de la palabra iglesia en griego (ekklesía = asamblea), como el contexto específico del evangelio de Mateo. En la presente entrega, ampliaremos el contexto original de las palabras de Jesús para incluir la palabra “roca”: “Sobre esta roca construiré mi Iglesia”, y veremos que nuevamente el contexto general del evangelio de Mateo nos ayuda a entender a qué se refiere Jesús. La definición de esta palabra es importante, ya que si podemos identificar a la “roca” en estas palabras de Jesús, estaremos más cercanos a la posibilidad de seguir con su plan original de construcción.

Interpretaciones tradicionales 

Ahora nos remitimos al contexto inmediato, Mateo 16.18: “Yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia”. Dos posiciones tradicionales con respecto a la identidad de la “roca” la identifican como: 1) Pedro, o si no, 2) lo que Pedro acaba de confesar en Mateo 16.16: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. ¿Podemos optar por una de estas dos posiciones? Consideremos nuevamente la frase en Mateo 16.18, donde Jesús dice, “Yo también te digo que tú eres Pedro (petros), y sobre esta roca (petra) edificaré mi iglesia”. Las palabras entre paréntesis, petros y petra, ambas signfican “piedra” o “roca” en griego, el idioma en el cual escribe Mateo. Por una parte, es evidente que, así como el evangelista relata el momento, Jesús hace un juego de palabras entre el nombre que Él elige para Pedro (quien originalmente se llamaba Simón) y la “roca”. Por otra, las palabras petros y petra, son diferentes, no comunican exactamente lo mismo en griego, a pesar de compartir la misma raíz; de manera que se dificulta la elección entre las dos interpretaciones mencionadas.

Construir sobre la roca: dos veces en Mateo

Para entender lo que Jesús quiso decir al asociar la “roca” de alguna manera con Pedro, es conveniente recordar la manera en que Mateo ha captado las ideas y palabras de Nuestro Señor a lo largo de su evangelio. En esta obra encontramos reiteradas veces ideas que se presentan en un momento y luego vuelven a desarrollarse en otro contexto del ministerio de Jesús. Aquí justamente encontramos uno de los ejemplos más claros de este fenómeno. La relación entre “construir” y “la piedra” o “roca” se presentan por primera vez al finalizar el Sermón del Monte en el capítulo 7.24-28. Allí la metáfora del hombre prudente o sabio introduce el concepto de aquel que “construye su casa sobre la roca”. En ambos casos, Mateo 7.24 y 25 y Mateo 16.18, el concepto es el mismo: construir sobre la roca (petra). En el contexto de Mateo 7.24-29 el hombre prudente que construye sobre la roca es aquel que escucha y hace lo que Jesús dice, es decir, uno que realmente se propone vivir como su discípulo. Se trata del momento cuando Jesús acaba de pronunciar el Sermón del Monte a la gente y a sus discípulos; al finalizar, la multitud reconoce la autoridad de Jesús para enseñar (Mateo 7.28-29). Esta misma autoridad para enseñar es la idea clave con la cual Mateo cierra su relato de la vida y las palabras de Jesús como Mesías en el 28.19-20. El discípulo reconoce la autoridad de Jesús como Mesías y por lo tanto aprende a “obedecer todo lo que manda” (Mateo 28.20). Este llamado a la obediencia a las enseñanzas de Jesús es el mismo que se describe al final del Sermón del Monte; el que responde a este llamado describe al sabio que “construye” sobre la “roca”. De manera que la roca representa el reconocimiento de la autoridad de Jesús para enseñar: como Maestro, Él tiene la autoridad única y propia del Mesías.

¿Gibraltar o gelatina?

En el 16.16, tomando en cuenta el contexto global del pensamiento de Mateo, podemos considerar a Pedro como representativo del hombre sabio: reconoce en Jesús la autoridad inconfundible del Mesías al afirmar: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Este reconocimiento es la roca sobre la cual Jesús construye su Iglesia. Ella está compuesta de seres humanos prudentes y sabios como Pedro, dispuestos a construir sus vidas a los pies de Jesús el Mesías. Estas personas son su pueblo, su Iglesia, sus discípulos. Lectores atentos al evangelio, sin embargo, seguramente no llegarán a la conclusión de que la cualidad más característica del apóstol Pedro es la prudencia, o la sabiduría. Efectivamente, pocos renglones después, cuando él quiere estorbar la voluntad de Dios (16.21-22), Pedro pasa a representar a los que se oponen a Dios, incluso al gran jefe de la oposición, Satanás (16.23). Podríamos decir que Pedro en un instante deja de ser el hombre sabio que construye sobre la roca para convertirse en otro personaje, el tonto que oye a Jesús hablar pero no le hace caso (Mateo 7.26-27). Para realmente merecer el nombre de “Piedra”, tiene que aprender a vivir según las normas del Sermón del Monte en capítulos 5 al 7. Como muchos discípulos modernos de Jesús, más que una roca inamovible de Gibraltar, Pedro suele asemejarse más a una masa de gelatina.

Construir = formar discípulos

Las claras coincidencias entre estas dos instancias, en las que se recurre a la “construcción sobre la roca” para hablar de la respuesta a la autoridad de Jesús como Mesías, seguramente reflejan el propósito de Mateo al escribir . Esto es un ejemplo de la importancia de leer su evangelio en su totalidad para entender mejor las distintas partes que lo componen. En ambos casos, cuando se reconoce la autoridad de Jesús, Él construye su iglesia: suma a discípulos. Este reconocimiento es lo que encontramos en la confesión de Pedro en el 16.16. Al asumir el compromiso de reconocer que Jesús realmente es el Mesías, Pedro, representa al discípulo, el que construye su vida sobre el hecho de seguir a Jesús como Rey. Según la metáfora que Pedro mismo utiliza algunos años después, él sería una sola “piedra viva” 1 , que, unida a otras, se aferra a la piedra principal, Jesús, para llegar a ser un “templo”: metáfora que este apóstol usa para hablar de un pueblo que anuncia las maravillas de Dios (1 Pedro 2.4-10). De manera que ambas interpretaciones tradicionales de la “roca” en Mateo 16.18, (Pedro, o si no, su confesión) reflejan solamente en parte lo que Mateo quiso comunicar, ya que para una interpretación acertada es necesario tomar en cuenta el contexto total de su evangelio. Hemos agregado un elemento a nuestra definición de la iglesia verdadera: ya habíamos visto que lo que se construye es la Iglesia de Jesús, el pueblo compuesto de sus discípulos, a quienes Él vino para salvar de sus pecados. Ahora vemos que si no estamos dispuestos a someternos a su autoridad y aprender a obedecer todo lo que Él enseñó (Mateo 28.18-20), no podemos ser parte de la iglesia que Él construye. En nuestra próxima entrega, veremos el elemento imprescindible para que ese proceso de construcción comience: la iniciativa de Dios.

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Parte 1 ¿Existe la iglesia verdadera?

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Ante la multiplicidad de religiones en la actualidad, no es sorprendente que muchas personas se hagan esta pregunta. La situacion religiosa actual es confusa y no contribuye a que depositemos nuestra confianza en ningún movimiento en particular. ¿Será posible que todas las iglesias afirmen ser la verdadera? Obviamente no todas la pueden ser y de este dilema nace la presente confusión que aleja a muchas personas de la posibilidad de practicar una religión.¿Donde buscar la respuesta? Para poder responder a dudas de cualquier índole, ante todo es necesario decidir cuáles son las fuentes pertinentes de información que consideramos valideras y aceptables. En el caso del mundo denominado “cristiano”, la mayoría de las iglesias pretenden remontarse a un inicio común, pocos días después del ministerio terrenal de Jesús. Ya que este período se relata únicamente en el Nuevo Testamento, es en este documento donde podemos esperar encontrar una fuente de información fidedigna. Es allí, entonces, donde iremos para buscar datos acerca de la posibilidad de una “iglesia verdadera”. La iglesia que construye Jesús Consideremos primeramente estas palabras claves de Jesús: “Sobre esta piedra construiré mi Iglesia” (Mateo 16.18). Jesús hace esta promesa después de escuchar la declaración del apóstol Pedro quien lo acaba de reconocer como el Mesías, el Cristo (Mateo 16.15-16). Nos enteramos, pues, que Jesús, como Mesías, pensaba construir su iglesia; entonces parece lógico pensar que “la suya” debe ser la “verdadera”. Ahora, como segundo paso, buscaremos en el contexto original del evangelio de Mateo para entender qué es lo que Él quiso decir con esta frase, “sobre esta piedra construiré mi iglesia”. Hoy vamos a considerar el significado de la palabra “iglesia”; en la siguiente entrega de este blog, las palabras “piedra” y “construir”. Una asamblea que incluso puede recordar la de una ciudad-estado ¿Qué significa para Mateo la palabra “iglesia”? En primer lugar, es necesario tomar en cuenta que Mateo, aunque escribe en griego, frecuentemente comunica conceptos hebraicos. El sentido básico en griego de la palabra “iglesia”, ekklesía, es reunión o asamblea. ¿Encontramos esta idea aquí? ¿“Construiré mi iglesia” puede de alguna manera significar “construiré mi asamblea”? ¿Y en esta frase se encuentra algún elemento subyacente del mundo hebraico del autor? En primer lugar es necesario destacar que Mateo ,cuando escribe, alude permanentemente al Antiguo Testamento, puesto que se dirige en primera instancia a un público judío. En en la época del Nuevo Testamento, el judaísmo se había dispersado por todo el mundo mediterráneo; por esa razón Mateo escribe en griego, el idioma internacional. Con frecuencia él expresa sus ideas en términos empleados en la traducción al griego de las Escrituras Hebreas realizada unos dos siglos antes de Cristo, la “Septuaginta”. En esta versión del Antiguo Testamento la palabra “Iglesia” (ekklesía) se usa como cien veces para referirse a la “congregación” de Israel, reflejando la idea helenísta de la asamblea de los ciudadanos de una ciudad-estado. Congregados para reconocer al Mesías Específicamente, la Septuaginta usa ekklesía en pasajes como Jueces 20.2 para hablar de “la asamblea del pueblo de Dios”. En esta instancia todo el pueblo de Israel se ha reunido para buscar la voluntad de Dios ante una crisis nacional. Trasferido este ejemplo al contexto del evangelio de Mateo 16.18, “iglesia” puede entenderse, entonces, como todo el pueblo de Dios convocado ante Jesús para reconocer su autoridad como Mesías, el Cristo, así como recién lo ha hecho el apóstol Pedro (Mateo 16.15-16). El Pueblo de Dios del Antiguo Testamento será ahora el Pueblo del Mesías, es decir: la congregación reunida delante de Emanuel, “Dios con nosotros” (Mateo 1.23). Iglesia, pueblo, discípulos… Este “pueblo”, la Iglesia, reunida en reconocimiento del Mesías, será fruto de la misión mesiánica: “salvar a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1.21). Al final de Mateo, Jesús en vez de llamar a los integrantes de este pueblo, “mi Iglesia”, se refiere a ellos como “mis discipulos” (Mateo 28.18-20). Cuando Jesús habla en primera persona, encontramos “mi Iglesia”, “mis discípulos”; cuando se habla de Él en tercera persona, leemos “su pueblo”. El pronombre posesivo se repite en los tres casos, la iglesia, el pueblo, los discípulos: las tres agrupaciones son suyas y se refieren a lo mismo. La iglesia que construirá Jesús, será su pueblo, sus discípulos: congregados en reconocimiento de su autoridad. A diferencia del pueblo de Dios del Antiguo Testamento, Jesús determina que “sus” discípulos sean no solamente de Israel, sino más bien de “todas las naciones” (Mateo 28.18). Así que, la congregación del pueblo de Dios, en el evangelio de Mateo, es la asamblea, la iglesia del Mesías, el Cristo, y ya no es de una sola nación, Israel. Está compuesta de personas de todas las naciones a quiénes el Mesías salva de sus pecados. Sobre esta salvación, hemos hablado anteriormente en la serie, “¿Qué debo hacer para ser salvo?”, a la cual remitimos al lector. En la próxima entrega consideraremos las palabras “construir” y “piedra” en la frase de Jesús, “Sobre esta piedra construiré mi iglesia”. ¡Agradecemos a Juan Carlos y a Yamil  por la pregunta que motivó esta serie! 

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